La catadura moral de una persona se puede medir de diferentes formas. Hay una muy reveladora que divide el mundo entre quienes condenan un asesinato sin paliativos y aquellos que, preguntados al respecto, evitan hacerlo con diferentes subterfugios como condenar "todo tipo de violencia venga de donde venga". Así responden los filoetarras cuando se les pide que condenen el tiro en la nuca a un matrimonio con tres hijos pequeños, igual que cuando le dices a un facha que condene los asesinatos de Franco se pone a hablar de las checas, o esos a los que les mentas el genocidio nazi y te salen con que Stalin exterminó a más gente —y a la inversa—, o si convocas a uno de Vox a que se sume al minuto de silencio contra un asesinato machista se descuelga con un cartel "contra todo tipo de violencia intrafamiliar". Y luego están los que homenajean directamente a los asesinos cuando salen de la cárcel.
Este tipo de gente existe y está representada —quiero creer que sobrerrepresentada— en el Congreso de los Diputados. Pedro Sánchez se tragó muchos sapos en el debate de investidura, se dejó humillar, arrastrar, pisotear como un felpudo a cambio de los votos necesarios para ser presidente. Aceptó la abstención acompañada de humillación de los enemigos de todo tipo de violencia venga de donde venga, así como de independentistas a los que les importa un comino la gobernabilidad de España, ante la indignación de un fondo sur donde también se sientan diputados selectivos con sus condenas.
Los aspavientos de las derechas por la indignidad de Sánchez son parte del espectáculo pero están de sobra, como lo están los de la izquierda cuando Vox apoya a los gobiernos de PP y Ciudadanos, a no ser que quieran que nadie pueda formar gobierno y nos pasemos la vida votando. Es errónea esa idea de que los españoles hemos querido que nadie tuviera mayoría absoluta y que los partidos pactasen. Los españoles en conjunto no hemos decidido nada, hemos ido a la urna —o no— cada uno por nuestro lado y el resultado es el que es, no el que la mayoría habría deseado. El resultado obliga a pactar y Sánchez ha demostrado, una vez más, una habilidad política sobresaliente.
A estas alturas nadie duda de que Pedro Sánchez no es de fiar, no tiene palabra, es un tramposo, copió su tesis, ha abrazado al que le iba a quitar el sueño —que puede que se lo quite— y ha pactado con quienes prometió a sus votantes que nunca pactaría. Es como ese trepa del trabajo que todos saben que es un trepa y critican por lo bajini sus tropelías pensando que algún día se le caerá la careta, hasta que acaba llegando arriba. Y Sánchez ha llegado arriba, ya es presidente elegido en las urnas.
En la era de mentira consentida —Carmen Montón pasará a la historia como la última que dimitió por una presunta falsedad—, el fin justifica unos medios que pasado mañana estarán olvidados por mucha hemeroteca que le tires. A Sánchez se le juzgará por sus logros como gobernante, no por sus mentiras, y pese a lo ajustado de sus apoyos no tiene complicado mantenerse en el poder durante tres o cuatro años. Bastarán algunas reformas sociales y medidas de impacto como la reforma de la 'ley mordaza', que tienen asegurada la mayoría progresista en el Congreso, pero, sobre todo, la aprobación de los primeros presupuestos antes del verano. Con presupuestos propios —ahora gobierna con los de Montoro de 2018— puede sobrevivir con una o dos prórrogas hasta 2022.
En cuanto a las hipotecas con los independentistas, cuyo alcance no conocemos, hará algunas concesiones pero es probable que incumpla una vez más su palabra y dé largas a ERC porque la solución que pretende el PSOE —la reforma del modelo territorial— no es fácil sin el concurso del PP y con Vox con capacidad de recurrir todo ante el Tribunal Constitucional. Ante los retrasos, Esquerra tendrá que decidir si aguantarse o derribar al Gobierno y arriesgarse a que las derechas alcancen el poder. Además, si hay elecciones en Cataluña es probable que ERC logre la presidencia de la Generalitat con apoyo del PSC, un win-win que impediría a Rufián hacer caer a Sánchez.
Lo más problemático para el nuevo Gobierno puede ser un empeoramiento de la situación económica con aumento del paro, unido a la exigencia de reducción del gasto por parte de Bruselas, de ahí que Sánchez haya conformado un Consejo de Ministros muy económico que combina gastadores natos con ortodoxos de la disciplina presupuestaria. Por ejemplo, José Luis Escrivá, al que sospecho que han sacado de la AIReF no solo por su valía sino también porque la ministra Montero se quita así de encima al jefe de la 'policía fiscal' que se ya desde Montoro tuvo muy a gala su independencia. Veremos si su sustituto en la AIReF es tan independiente.
Otro problema para el nuevo Ejecutivo serán las tensiones entre socialistas y podemitas en un Consejo de Ministros con 23 integrantes, que son multitud. Pablo Iglesias se estrenó con una deslealtad —anunció 'sus' ministros cuando aún no se había resuelto la investidura— y Sánchez, que a desleal no le gana nadie, le respondió con otra en forma de cuarta vicepresidencia. No nos vamos a aburrir.
Volviendo al debate de investidura, fue lamentable la burda manipulación de algunos medios contra Tomás Guitarte cuando dijo que iba a apoyar a Sánchez. Por lo que se ve, alguien puso en Google el nombre de la empresa de la mujer del diputado y le apareció una información publicada por Valencia Plaza hace dos años. La conclusión a la que llegó el periodista es que Guitarte había logrado "contratos de Ximo Puig" —a lo que se añadía una adjudicación, como arquitecto, del Gobierno socialista de Aragón— y la manipulación corrió como la pólvora con titulares como "La empresa de Guitarte, cebada por Puig y Lambán", "Teruel Existe: medio millón de euros por un sí", "Los ‘premios’ para el diputado de Teruel Existe", "Salen a la luz los chanchullos de Guitarte"...
Como algunos medios citaron a este periódico hermano como fuente de información y hasta pusieron un enlace a la noticia, invito a los lectores a comprobar la realidad: la Agencia Valenciana Antifraude, que convocó un concurso público para su nueva sede, no depende de Puig, sino que toma sus propias decisiones de las que responde ante Las Cortes Valencianas. De hecho, el Gobierno de Puig le ofreció diversos inmuebles para que no tuviera que alquilar uno, pero la cesión no pudo llevarse a cabo. Como se explica en la información, la empresa Arquilab fue una de las ocho ofertas presentadas y quedó segunda, pero cuando la Agencia fue a aceptar la primera el inmueble ya había sido arrendado a un tercero. Y todo esto fue hace dos años, cuando Teruel Existe no existía en el panorama político nacional y nadie podía adivinar que, tras una moción de censura y dos elecciones generales, el marido de la dueña de Arquilab se presentaría y conseguiría un escaño que sería decisivo para investir a Sánchez.
La guinda al debate en el que Sánchez se dejó humillar la puso Montserrat Bassa, que resumió su odio en una frase con la que retrató al independentismo que gobierna en Cataluña: "Me importa un comino la gobernabilidad de España". El ataque de sinceridad de la diputada de ERC debería hacer reflexionar a quienes bailan el agua a los secesionistas comprándoles la falacia de buenos y malos que han construido con tanta paciencia como eficacia.
A esta señora, trasunto de la monja que se cagó en el convento, no le importa que a España le vaya mal ni siquiera ahora que Cataluña aún no se ha independizado, porque si a España le va mal no lo sufrirá ella sino los de siempre, los que no llegan a fin de mes. Y cuando Cataluña se independice en un alarde de insolidaridad con la España pobre, cosa que ocurrirá tarde o temprano, las consecuencias negativas las pagarán sobre todo los desheredados y las rentas más bajas porque siempre ha sido así. Dicen que no hay nada más tonto que un obrero de derechas pero sí lo hay: un obrero independentista.