memorias de anticuario

Francia, meca de las antigüedades: un paseo por sus mercados

“Debajo de un quinqué, la mesa del café, felices nos reunía, hablando sin cesar y cuando algún pintor hallaba un comprador y un lienzo le vendía y solíamos gritar, comer y pasear alegres por París”

Charles Aznavour. 'La bohemia'

9/12/2019 - 

MURCIA. La palabra tiene su origen en Francia: se les llama deballages (desembalajes) puesto que consisten en, materialmente, la “descarga” a primera hora de la mañana, y hasta aproximadamente las dos de la tarde, de las antigüedades que  embaladas han sido cargadas en centenares de vehículos de los brocanters. En estas Journées Professionnelles Internationales de l’Antiquité et de la Brocante, como pomposamente les llama la empresa organizadora de uno de los mercados, los grandes trailers a pequeñas furgonetas, son depositados cerrados, sin descargar, en los espacios contratados dentro del recinto ferial la tarde anterior a la celebración del mercado. Aunque no siempre es así, la idea y el morbo que tienen estos encuentros es que la mercancía que se pone a la venta es producto “fresco”, por tanto no demasiado estudiado, recién salido de la casas donde ha sido adquirido por los brocantes, y que es destinado a estas grandes ferias dirigidas a profesionales donde se ponen a la venta a otros a anticuarios o decoradores que las lucirán días después en sus tiendas y galerías, o bien serán ofrecidas a sus clientes particulares. Es apropiado señalar, y más estos días, que estos grandes certámenes son el paradigma de la sostenibilidad, poniéndose a la venta decenas de miles de objetos “reciclados”, desde un cuadro del siglo XVII de cincuenta mil euros, una cómoda de mil quinientos del XVIII para la que no ha sido necesario talar un árbol de nuevo, a una pequeña lámpara de los años cincuenta de cien euros. Creo, sinceramente, que más que nunca va siendo hora, de ir reivindicando esta característica que es tan propia de las antigüedades y que a penas se tiene en cuenta.


Esto sucede aproximadamente cada dos meses y pico en varias ciudades francesas, produciéndose la mayor concentración de anticuarios y brocanters de Europa: en el sureste  Beziers, Avignon y Montpellier, tocándonos más cerca por lo que suelen ser el reclamo de profesionales españoles, pero también la zona Oeste y Norte del país: Le Mans, Lyon, Chartres, Lille…. No solamente comerciantes franceses acuden con su mercancía, lo hacen también profesionales del sector venidos de media Europa, incluido nuestro país, mientras que los potenciales compradores que copan las plazas hoteleras de la zona y las mesas de los restaurantes durante esos días, comprenden un ámbito geográfico mucho más amplio, puesto que pueden verse también anticuarios norteamericanos, australianos y, sobretodo, orientales, chinos por encima de todos, que entran a la carrera cuando se abren las puertas (en Montpellier de hecho es tradicional que suene una bocina), a la desesperada búsqueda de antigüedades de sus lugares de origen, que desde el siglo XVI se exportaron a Europa y que son demandadas de nuevo en sus países coincidiendo con el boom económico de las últimas décadas y tras un período histórico en que el ornato estaba proscrito. Siempre portando linternas led y lupas, saben que pueden “pillar” al brocanter francés, no especializado en esta clase de piezas. Los orientales conocen mucho mejor que estos los secretos que encierran algunas estas cerámicas, marfiles o bronces y sus distintas épocas, pero tienen que ser más rápidos que su compatriota competidor. Suelen ser los primeros en entrar esperando la apertura de los camiones como si de allí saliera el maná, y los primeros en marcharse.

El Parc des Expositions de Avignon, es nuestra siguiente cita (un día antes o después de Montpellier); faltan a penas diez minutos para que den ocho de la mañana, la temperatura es de un grado pero la sensación térmica es mucho más baja debido al  mistral, ese viento duro como pocos que desciende de los Alpes hacia la Provenza. Abundan las bufandas, guantes, sombreros y gorros de toda clase. El de Avignon suele ser el mercado más amplio puesto que además de los puestos al exterior hay casi una decena de naves. En el horizonte cercano se divisa el inconfundible Mont Ventoux, una de las cimas míticas del tour de Francia. Ese llamado por los lugareños “gigante de la Provenza”, de prácticamente dos mil metros se encuentra situado entre los Alpes marítimos por el norte y los Pirineos por el sur. De hecho, se dice que en invierno cuando sopla este viento inmisericorde y la atmósfera es clara se pueden divisar desde su cumbre ambas cordilleras. Visualmente es un monte único puesto que un trampantojo nos engaña y nos hace creer que siempre está nevado cuando en realidad es la roca calcárea pulida por eolo. 

Para los particulares aficionados a las antiguedades, a escasa media hora de Avignon, se encuentra la preciosa localidad de L´ille sur la Sorge (la isla del Sorge) por el río que la atraviesa y que crea una isla en su interior al bifurcarse en varios ramales, ya que reúne una de las mayores concentraciones de anticuarios por metro cuadrado del continente para el tamaño de este municipio de escasos veinte mil habitantes. Cierto es que los precios no son baratos puesto que al hallarnos ya en plena Provenza se impone un tipo de cliente de alto poder adquisitivo extranjero (norteamericanos, ingleses, alemanes…) propietarios de imponentes casas, dispuesto a pagar altas sumas por determinado mobiliario y obras de arte. Hay que decir que, aunque merece la pena su visita, L`isle sur la Sorge ya no es lo que era puesto que en los últimos tiempos abundan más las tiendas de decoración y ya no hay tantos anticuarios como hace dos décadas. Más interesante es la visita a Pézenas, una localidad más cercana a nuestro país al situada entre Beziers y Montpellier. Con un precioso centro histórico, vale la pena visitar su más de veinte de anticuarios situados a ambos márgenes de la travesía que lo recorre de sur a norte. En Francia las antigüedades siguen siendo una forma de vida, una de las razones por las que admiro a nuestros vecinos del norte, por lo que a todo lo dicho  hay que añadir que a lo largo del año numerosos pueblos y ciudades de la zona, yo diría que de toda Francia, celebran ferias y mercados de antigüedades los fines de semana en sus calles o recintos habilitados para ello (en internet suele haber páginas dedicadas a ello con las fechas de cada cita), convirtiendo a nuestro país vecino en el paraíso para aquello que nos apasiona este mundo. Cuando observo esas carreras tempestuosas a la entrada de la feria en la fría mañana y la salida,  mucho más relajada y alegre, bajo un sol mucho más benigno, con el pequeño tesoro bajo el brazo desde un pequeño paisaje a un bronce, o esos enormes muebles antiguos que son cargados para cruzar el Atlántico desde la vieja Europa pienso que es este uno de los últimos reductos de cierta bohemia, de la memoria preservada, del rescate de nuestro más bello pasado ante el implacable olvido, en los que a penas ha entrado la hipervalorada modernidad en su médula espinal. Si todo esto se acaba estamos perdidos.