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‘Falcon y el Soldado de Invierno’ es la serie política que no esperábamos

8/05/2021 - 

MURCIA. Las series de Marvel no paran de sorprender. Primero, WandaVision nos ofreció una especie de experimento audiovisual tremendamente creativo para contar una historia de duelo y pérdida y, ahora, Falcon y el Soldado de Invierno, con un formato y una apariencia mucho más convencional, coge a dos personajes secundarios del Universo Marvel y acaba construyendo con ellos una ficción altamente política sobre el racismo endémico de la sociedad y las instituciones estadounidenses, a cuenta del legado del Capitán América. En otras cosas.

En realidad, la dimensión política no es nueva en la factoría de los superhéroes, donde, además de diversión, algunas de las películas y, sobre todo, los cómics, la manifiestan en su contenido y en sus intenciones. Las batallas del Capitán América contra el fascismo exterior, pero también interior, y los debates entre los protagonistas acerca de determinadas formas de ejercer la autoridad, derivadas en autoritarismo, conllevan una evidente crítica al poder y revelan algunas de las grietas más profundas del sueño americano. Por otra parte, la aparición de superheroínas, superhéroes negros o, mucho más tímidamente, LGTBI son ejemplos del modo en que Marvel introduce algunos de los grandes debates sociales y políticos del presente. Por no hablar de los relatos sobre integración y asunción (social y personal) de la diferencia. 

Pero lo cierto es que en Falcon y el Soldado de Invierno esta dimensión alcanza un nivel mucho más alto o, por lo menos, mucho más evidente que cualquier otra de las producciones marvelitas. Va, de lleno, al quid de una cuestión central hoy en día: el racismo de la sociedad, y, principalmente, el racismo institucional y estructural. En este sentido, la serie de Marvel hace muy buena pareja con la adaptación de la HBO de Watchmen.

Falcon es uno de los superhéroes negros del grupo de los Vengadores, de nombre civil Sam Wilson (interpretado por el más bien soso Anthony Mackie). Y es el elegido por Steve Rogers para sustituirle en su condición de Capitán América, como podemos ver en Avengers: Endgame, película que clausura el ciclo de los Vengadores. Pero Sam no se siente a la altura del legado, que es, ciertamente, abrumador. Lo que sucede es que a lo largo de la serie va a descubrir que no se siente a esa altura en gran medida por el hecho de ser negro, porque ha interiorizado la mirada que sobre su raza y su color le llega desde fuera. Su rechazo a ser Capitán América es bien recibido por el gobierno, por supuesto, que ofrece el puesto a otro soldado, este sí blanco, rubio y de ojos claros. Sin hacer mucho espóiler, digamos que la cosa no acaba de salir bien y el nuevo héroe va a distar mucho del ideal, lo cual resulta muy beneficioso para la serie, puesto que la evolución de este personaje es uno de sus mejores arcos narrativos.

‘Falcon y el Soldado de Invierno’

"Borraron mi historia. Pero lo han estado haciendo durante 500 años. Jura lealtad a eso, hermano. Nunca dejarán que un hombre negro sea el Capitán América. E incluso si lo hicieran, ningún hombre negro que se respete a sí mismo querría serlo". El que habla es uno de los supersoldados (soldados tratados con un suero que les da grandes poderes) que acompañaron al Capitán América en su batalla contra los nazis. Bueno, maticemos, es un supersoldado negro al que todos creían muerto pero que, en realidad, fue encerrado durante años por parte del gobierno y el ejército para ser objeto de todo tipo de experimentos. Muy feo, sí. Esas frases llenas de ira, frustración y verdad, se las dirige a un Sam que está aprendiendo que, por muy superhéroe que sea, no deja de ser un negro más a ojos del resto. Restituir la dignidad pública, porque la personal ya la tiene de sobra, de este soldado destrozado por su propio gobierno también será tarea de Sam en una secuencia que recuerda mucho a otras similares de Watchmen, aquellas en las que se reconstruye la historia de Estados Unidos desde el punto de vista de la población negra.

Cuando Sam decide, tras un largo viaje ético y emocional, ser el nuevo Capitán América, sus palabras resuenan en el presente y la realidad: "Soy un hombre negro que lleva las barras y estrellas. Cada vez que tomo este escudo, sé que hay millones de personas que me van a odiar por ello. Incluso ahora, aquí, lo siento. Las miradas, el juicio. Y no hay nada que pueda hacer para cambiarlo. Sin embargo, todavía estoy aquí. Sin súper suero, sin cabello rubio ni ojos azules. El único poder que tengo es que creo que podemos hacerlo mejor". Hay idealismo, pero también hay rabia y lucidez. Y no hay que despreciar el enorme poder icónico que tiene la imagen de un Capitán América negro, vestido con las barras y las estrellas, ese traje imposible, en este momento concreto de la historia y con la que está cayendo.

‘Falcon y el Soldado de Invierno’

En el mundo post Avengers: Endgame donde sucede la acción de Falcon y el Soldado de Invierno pasan cosas poco agradables, además de toda esta cuestión del racismo. El final de la saga de los Vengadores era un final feliz: aunque algunos de los protagonistas murieran por el camino, el mal (Thanos) es derrotado gracias a la cooperación y la solidaridad de todas las figuras superheroicas que han conformado el Universo Marvel. Un the end extremadamente épico y espectacular, todo lo estrepitoso que son siempre este tipo de batallas, y muy emotivo: no en vano hizo gritar y llorar como niños a un montón de señores adultos, hechos y derechos.

Pero todo tiene consecuencias y algunas de ellas son mostradas por la serie. Llega el momento de recordar que estamos en territorio de ciencia ficción y la ciencia ficción siempre ha tenido una dimensión política notable, puesto que eso de imaginar el futuro o realidades alternativas implica construir reglas y una organización social para un mundo que, por muy imaginario que sea, tiene que funcionar del algún modo.

La vuelta, varios años después, de los millones de personas que habían desaparecido con el chasquido de Thanos, el famoso blip, provoca infinidad de problemas sociales: ¿Qué se hace con toda esa población? ¿cómo encajan en un mundo construido sin ellos? El resultado es claro: hay una gran cantidad de personas refugiadas que perdieron su lugar en la Tierra al desaparecer y que, ahora, no lo pueden volver a ocupar. Interesantísima esta vuelta de tuerca.

‘Falcon y el Soldado de Invierno’

De ese inmenso grupo de personas surgen los malos de la función, una organización llamada "Flag Smashers" (algo así como “aplastabanderas”). Esto es un grupo de personas refugiadas con poderes porque han tenido acceso al suero de los supersoldados. Puede que sean los malos, pero es difícil no empatizar con ellos, puesto que su situación es fruto de la injusticia y del rechazo que sufren por parte de gobiernos del mundo. Que, además, el grupo esté dirigido por una adolescente (¿un guiño a Greta Thunberg y su enorme valor como símbolo?) no ayuda a odiarles y desear su derrota. El propio Sam así lo reconoce cuando se planta ante los políticos y les dice que no les llamen terroristas, porque no lo son. Toma ya. Este Sam no deja de sorprender.

Ah, sí. El Soldado de Invierno. No me olvido de él, porque, entre otras cosas, resulta un gran placer ver Sebastian Stan moverse elegantemente a cámara lenta (sí, comentario frívolo a más no poder y puede que hasta sexista, pero me estaba poniendo muy seria y esto, quieran que no, también forma parte de la función). Pero la verdad es que su historia de redención, siendo interesante y con un alto contenido dramático, palidece frente a todo este discurso sobre la representación, la raza y la desigualdad que la serie coloca en primer término.

‘Falcon y el Soldado de Invierno’

En fin, no está nada mal como carga política para una serie mainstream realizada en el corazón de la industria audiovisual más poderosa del planeta: Disney. Esto resulta desconcertante y hasta incómodo, porque sería estupendo poder decir: mira, la misma mierda imperialista de siempre, los héroes, los villanos, la bandera, las armas. Pero, como todas las obras de ficción, incluso las más comerciales realizadas desde el centro mismo del imperio, tiene muchas lecturas y requiere abandonar el pensamiento binario, el de buenos y malos, el de sí o no, el me gusta/no me gusta: ¿Blanqueamiento de una historia muy compleja? ¿Banalización del racismo? ¿Es ese discurso a favor de la igualdad un modo de domesticar un problema gravísimo? ¿Refuerza, por el contrario, la lucha antirracista? ¿Expresión confusa, una más, de un mundo en permanente conflicto? Elijan ustedes. O mejor no elijan y quédense con la complejidad.

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