La economista considera que no solo responde a las medidas del BCE sino también a los generosos préstamos garantizados concedidos por los gobiernos
MADRID. Han pasado casi cinco meses desde que el nuevo coronavirus empezara a propagarse fuera de China. Durante el mes de febrero, el riesgo de una pandemia mundial fue en aumento, al igual que el riesgo de que fueran necesarias medidas de confinamiento similares a las que se habían aplicado en China, con graves consecuencias para la economía.
Al principio, los mercados financieros occidentales apenas reaccionaron. Sin embargo, a finales de febrero la actitud complaciente de repente se convirtió en pánico. La posibilidad de que la recesión fuese más profunda que cualquier otra desde la Segunda Guerra Mundial provocó que los precios de las acciones se desplomaran y que las primas de los activos de riesgo se dispararan.
Por su parte, esta reacción del mercado suscitó el temor a que la pandemia no solo provocase una recesión, sino una crisis financiera en toda regla. El temor a una nueva contracción del crédito (el famoso credit crunch, que hace referencia a la escasez de la oferta de crédito en la economía) se dejó sentir principalmente en la eurozona, cuyo sistema de financiación depende en un 80% de los bancos.
Parece que, de momento, se ha conseguido evitar ese riesgo. En los países industrializados, las decisivas intervenciones de política fiscal y monetaria han garantizado que el crédito fluya en la Eurozona. Esto no solo se ha visto reflejado en la evolución positiva que han mostrado los mercados financieros desde mediados de marzo, sino también en el crecimiento de los préstamos a empresas europeas no financieras, como muestra nuestro Gráfico de la Semana.
El crédito ha crecido considerablemente en los principales países de la Eurozona, lo que no solo responde a las medidas adoptadas por el Banco Central Europeo (BCE), sino también a los generosos préstamos garantizados concedidos por los gobiernos. En la crisis actual, estas ayudas han resultado particularmente útiles para las pequeñas empresas que necesitaban liquidez con urgencia, lo que a su vez las ha ayudado a sobrevivir a la crisis, evitando un aumento del desempleo a consecuencia de las quiebras.
Los críticos se quejan, entre otras cosas, de que estos préstamos pueden mantener vivas artificialmente a empresas estructuralmente débiles. Este tipo de cuestiones subrayan la necesidad de poner fin a las medidas extraordinarias en cuanto la situación vuelva a la normalidad. Creemos que el proceso de normalización continuará a corto plazo, sobre todo gracias a las medidas puestas en marcha contra la crisis.
Siempre se pueden criticar algunas de las medidas, pero en comparación con la indecisión con la que respondió la Eurozona a la crisis financiera, las políticas actuales parecen haber funcionado bastante bien a la hora de evitar una contracción del crédito.
Ulrike Kastens es economista de DWS