El documental Una niña, disponible en cines, acompaña a la pequeña Sasha, de siete años, durante su lucha por ser aceptada como trans. Su familia y la sanidad pública francesa muestran su apoyo incondicional, mientras que en el entorno escolar se enfrenta con un muro repleto de prejuicios. Un caso que reafirma la necesidad de que las leyes amparen a este colectivo desde bien pequeños
MURCIA. La madre de Sasha se dio cuenta muy pronto de que su hija tenía disforia de género, aunque todavía no sabía ponerle nombre. Desde los tres años, la pequeña afirmaba con seguridad que cuando fuera mayor sería una chica. El día que su madre, todavía poco instruida en el asunto, le dijo que nunca lo sería, le partió el alma a la chiquilla. “Lloraba porque acababa de arruinarle la vida”, cuenta frente a la cámara.
Era tal su sufrimiento que la madre enseguida trató de informarse de qué podía estar pasando. Pronto halló las respuestas gracias a una psiquiatra parisina que se ofreció a ayudarla en el traumático viaje que Sasha iba a comenzar a vivir. El de ser mujer pese a haber nacido hombre y que buena parte del mundo se opusiera a su decisión de quién quería ser.
Sasha ha tenido suerte. Goza del apoyo familiar y en su entorno íntimo se desarrolla como quiere y siente. En casa se viste de niña, se anuda una coleta, baila con delicadeza y juega con sus hermanos como una más. Se la ve feliz. Pero cuando debe ir a la escuela, se viste como un chico por orden de los sumos superiores de una institución que no quieren ni oír hablar del tema. Sasha tiene un par de amigas en el colegio que la aceptan con naturalidad tal y como es. El resto de niños le muestran indiferencia, aunque en una ocasión la acosaron en los aseos. El mayor choque proviene del mundo de los adultos, en concreto del entorno educativo. Sin embargo, los padres de Sasha luchan con uñas y dientes contra sus prejuicios para que no le roben a la pequeña su infancia.
El documental del aclamado director Sébastien Lifshitz (Bambi, Los invisibles) es un brillante documento que invita a la reflexión, y más en estos tiempos en los que en España se está peleando porque salga adelante la Ley Trans. Cuando Una niña fue emitida en Francia, a través del canal ARTE, más de un millón de espectadores se vieron atrapados y sensibilizados con la historia de Sasha.
Su director lleva divulgando sobre el colectivo LGTBI, a través de sus documentales, casi toda su carrera. En Bambi conocimos la trayectoria de Marie-Pierre, una de las primeras transexuales de los cabarets parisinos de los años 50. Con Los invisibles (disponible en Filmin), nos acercó a la biografía de un grupo de hombres y mujeres homosexuales de avanzada edad.
Una niña pone en el punto de mira precisamente la imperiosa necesidad de que exista un amparo desde las instituciones. De nada sirve que lo más cercanos la protejan en su identidad de género, si desde los entornos educativos no se sabe responder adecuadamente.
La madre de Sasha consigue un informe médico que reafirme en el colegio la decisión identitaria de la pequeña. Es entonces cuando la escuela acepta a regañadientes. Pero el problema vuelve a surgir en clases de baile. Es inviable que se vista con un maillot como las demás. Todavía hay muchos muros que romper. No existe firmeza alguna por parte de las instituciones y, a la mínima, la rechazan de nuevo, una y otra vez. Sasha, como muchas otras y otros, debería estar protegida frente a las actitudes intolerantes de cualquier entorno educativo, social y, en un futuro, laboral. De ahí la necesidad de que exista una o varias leyes que fundamenten su protección, y que la Ley Trans en España (y resto de países) salga adelante.
Otro de los traumas que surgen durante este viaje, en sus inicios, lo padece la madre de Sasha. Por suerte, ella también recibe apoyo psicológico para ordenar sus ideas desde la sanidad pública. Queda claro que en Francia están de acuerdo con Errejón cuando reclama una estrategia estatal de salud mental. Nadie se libra de los efectos que provocan vivir en una sociedad que no da derechos a todos por igual, que no nos defiende.
En un principio, la madre de Sasha se sentía culpable por lo que le estaba ocurriendo a su hija. Creía que ella era la responsable de que quisiera ser una niña, como si eso fuera algo de lo que avergonzarse. Cuando no había nacido aún, el género femenino era el más deseado por su progenitora. Por eso llegó a pensar que de alguna forma ella le transmitió ese deseo. Pronto se dio cuenta de que no tiene nada que ver. Que debe alejar cualquier sentimiento de culpabilidad y proteger en todo momento a la niña francesa que nos hace entender la vida de una persona trans con tan solo siete años.