MURCIA. Julio. Marta Sanz viene a la Ramón Llull a presentar pequeñas mujeres rojas. Ver a los amigos que viven en otras ciudades se ha convertido ya en todo un acontecimiento. Marta, Chema y yo nos tomamos una cerveza y hablamos de lo crecidito que está el facherío en general. Durante un intercambio de mensajes con trasfondo literario, mi querida María Josep Poquet me envía esta cita extraída de una conferencia de Rafael Chirbes: “[…] si lo que uno quiere contar es algo tan íntimo como pueda serlo una historia de amor, debe saber que o la cuenta, o esa historia no habrá existido. Aún más, si no cuenta esa historia muy bien, la convertirá en mediocre, ya que una historia de amor no es más que lo que uno sea capaz de contarse a sí mismo, contarle al amante o contarles a los demás. Fuera de eso, no existe. Es aire”. Manuel y Virginia pasan prácticamente todo el verano aquí, con los niños, que son un encanto. Organizamos alguna comida al aire libre y damos paseos por los alrededores de Cullera con Ximo, Toni, Lola, Cesc y Cinta. Los amigos que están en otras ciudades. ¿Cuándo podré estar de nuevo en Madrid con Luz Divina, con Cuesta, con Loreto, con Moli? A finales de mes, publico el último artículo de Los recuerdos no pueden esperar. Quiero escribir sobre el presente, ver incluso si puedo escribir sobre el futuro, ahora que el futuro ya no es lo que era.
Agosto. Consigo volver a Barcelona. Me alojo en un hotel de lujo a precio de risa. Compro un disco de Roky Erickson y otro de PiL que ya tenía porque esta versión es más bonita y porque está barato y además estoy eufórico por haber podido viajar a Barcelona, estoy tan eufórico como si estuviese en Chicago. Salgo a cenar con Xavi y Nedi, los veo todos los días y hablamos, hablamos y hablamos. Termino de leer un libro de cuentos Mariana Enríquez y de repente me entran ganas de leer a Cortázar. En mi anterior viaje a Barcelona, el tren ya había alterado su trayecto para disminuir el tiempo del viaje. Ahora va por el interior de Tarragona y no por la costa. Me dio mala espina no poder ver las playas mientras me aproximaba a la ciudad. Barcelona estaba muy rara en verano sin las trombas de turistas que suelen recorrer el centro. Cuanto menos contacto se puede tener con otras personas, más pienso en el sexo y en el amor, pero como ambos temas son fundamentales para la siguiente novela, hago como que esto no tiene importancia. En cualquier caso, mi sentido de la oportunidad es desastroso.
Septiembre. Se publica el primer artículo de Todo da lo mismo. Empiezo a leer la biografía de Jaime Gil de Biedma escrita por Miguel Dalmau. Voy apuntando cosas sobre el poeta para preguntarle a Pablo Sycet, que fue amigo suyo; al final son tantas que necesitaré un día entero para hacerle las preguntas. El libro me absorbe de tal manera que, cuando viene Xavi a pasar unos días al Saler, no paro de recomendársela. Es que la casa de su familia está a cinco manzanas de la tuya, le digo, como si no nos hubiésemos detenido a verla cada vez que pasamos por ahí. Hablo con Laurie Anderson, que aún no sabe que Trump va a dejar de ser presidente de su país. En un artículo, Antonio Muñoz Molina escribe: “El que cuida sus plantas, incluso en el espacio reducido de un balcón, se sumerge en sí mismo y deja temporalmente en suspenso sus agobios, pero no se pierde en fantasmagorías porque está anclado en lo real”. Pues esto es exactamente lo que me pasa cuando salgo a la terraza a ver a mis plantas. Mirándolas y toqueteándolas el estrés se desvanece. De poder hablar, qué dirían las plantas de mi terraza, cuáles serían sus impresiones más allá de algo tipo “haz el favor de no regarnos tanto que nos pudres”.
Octubre: Después de siete meses sin ir, vuelvo al gimnasio. Las agujetas forman parte de mi vida. Cada vez que llego a determinado punto con el ejercicio físico, ocurre algo que lo corta y he de volver a empezar. No puedo escapar al dolor muscular. Sale Serpentine prison de Matt Berninger que se convierte en uno de mis discos del año. Se me hace raro hablar sobre discos del año. Siento que han quedado como dispersos, tapados por las circunstancias. Están ahí y en realidad, que haya coronavirus en el aire no es algo que afecte a su calidad. Creo que lo que pasa es que hay que hacer un esfuerzo para traspasar la capa invisible que van tejiendo las circunstancias y establecer contacto real con ellos, con todos. El disco de Berninger facilita mucho esa labor.
Noviembre. Sale una canción de Billie Eilish en la que vuelve a sonar como Billie Eilish. Las últimas eran ejercicios de estilo donde se lucía como intérprete, pero ahora vuelve a ser como si nos estuviera contando una pesadilla que ella cree que es un cuento. Comienzo a reescribir la tercera novela en el ordenador. El sexo sigue siendo el eje de la historia. Al redactar esto me doy cuenta de que estoy quebrantando mi propia ley: no escribir nunca de lo que estás escribiendo. No obstante, hacerlo también es una manera de escribir sobre el futuro. ¿Debería el futuro ser siempre una sorpresa? Debería escribir más sobre las plantas y menos sobre el sexo. Pero si escribes sobre sexo, obviamente, te prestan más atención que si lo haces sobre plantas. Hablaré de todo esto con Víctor, mi editor, a ver qué opina. Tiene un jardín precioso.
Diciembre. Comienzan las conversaciones acerca de qué pasará con las celebraciones navideñas. Tengo mi primera reunión de amigos -seis, en una terraza- desde que terminó el verano. Celebramos el cumpleaños de Joey Demento. Les digo que, en la medida de lo posible, me gustaría que pudiésemos vernos de nuevo en navidades. Desde algunos de los medios en los que colaboro empiezan a pedirme listas con lo mejor del año. Caigo en la cuenta de que el primer disco nacional que me enamoró en 2020 fue Hola, de Single. Entrevisto a Nacho Canut, uno de mis personajes favoritos para entrevistar porque al final, cuando hablas con él lo de menos es la entrevista. Hablamos de su nuevo disco, Pamemas, de temas valencianos y de salir del armario. Eso me hace pensar en esto: si uno sale del armario, ¿luego puede volver a entrar? Hace un par de años -igual no fue tanto, pero con la pandemia todo se dilata-, entrevisté a Nacho para CulturPlaza y dijo aquello de “Siouxsie es un poquito malaje”, que me parece una de las mejores y más inútiles – qué importante es todo aquello que no sirve para nada- declaraciones pop de los últimos tiempos. Por cierto, tengo que cambiar el protector antipolillas. Ahora doy los paseos por El Saler en compañía de un amigo. Es fantástico poder compartir este paisaje con alguien que también vive aquí. Caminamos y hablamos, hablamos y hablamos. Despido el año convencido de que, como especie, los humanos somos un desastre. La mayoría de las cosas que nos están ocurriendo las hemos provocado nosotros y sin ayuda de la ciencia que nosotros mismos creamos, no somos capaces de detenerlas. Necesitamos inventar remedios que hagan parte del trabajo que, como individuos, no somos capaces hacer. El 2020 ha sido un año nefasto, pero ¿no somos nosotros nefastos también? A veces casi llego a olvidarme de que todo da lo mismo.