MURCIA. Hay conversaciones lineales, conversaciones en forma de sierra, conversaciones con valles y hondonadas, todo metáforas sacadas de las representaciones gráficas, pero la mantenida con Cristina Morales (Granada, 1985), fulgurante destello de la nueva narrativa hispánica desde la península ibérica que, después de haber pasado por una de las escuderías más en forma del panorama editorial español, Candaya, ha recalado en la Ferrari de las independientes, para encadenar el Premio Herralde de Novela en 2018 y el Nacional de Narrativa en 2019, ambos con “Lectura fácil”, un oxímoron narrativo como una patada en el hígado bienpensante (conservador, progresista, nacionalista, feminista o lo que le echen), decíamos, la de Cristina ha sido una conversación capicúa, término aceptado por la RAE, tomado del catalán cap i cua, en homenaje al lugar de acogida de la granadina, Barcelona.
-¿La literatura es un acto de egoísmo o de altruismo?
-Me parece que no me manejo yo en ninguno de esos dos términos, no creo que sea ninguna de esas dos cosas, para nada. Son dos extremos particularmente connotados, ni siquiera me había planteado que la literatura pudiera ser una de esas dos cosas.
-¿No? ¿En quién piensas cuando te pones a escribir, en ti o en el lector/a?
-El lector, para empezar, es una fantasmagoría, una noción abstracta, ideal, que nos sirve para manejarnos en el discurso, pero que no tiene un correlato con la realidad. Hay tantas lectoras y lectores como personas que llegan a tu obra. No me atrevería a hablar del Lector. Podemos hablar de él/ella, pero entendiendo que es una categoría fantasmagórica, que en tanto que eso, no me debo fiar mucho de ella. Por lo tanto, una escribe apelando a las cosas que tiene en común con una comunidad que, para empezar, es la lengua, por esa razón una escribe una palabra tras otra en la confianza que otro la va a leer y la va a entender, porque parte de ese mismo código.
-¿El primer cómplice de todo escritor sería, por tanto, la lengua?
-Bueno, la lengua sería la herramienta, los cómplices pueden ser muchos… tu editor, tu editora, que puede haber sido tu primera lectora con forma reconocible. Eso se lo escuché al escritor Alberto Olmos, “el primer lector de todo escritor es su editor”. Habrá para quien no, para quien sea una persona cercana, pero en muchos casos es así.
-¿Se puede decir que hay una tradición de literatura okupa que entronque con la tradición de literatura libertaria que viene desde finales del siglo XIX y principios del XX, utilizando el concepto “tradición” como una licencia en el contexto anarquista?
-Sin duda, hay toda una tradición fanzinera, y una tradición de pensamiento anarquista y libertario. Yo creo que podemos decir tradición sin ningún género de duda, porque se parecen. Un fanzine se parece a otro, en muchas cosas. Un fanzine anarquista y uno punkie se parecen en muchas cosas, en la forma, en cómo se edita, en que está fotocopiado, en que usa grapas, en que usa vocabulario no académico, no canónico, sin duda, me parece bien traída la relación. Y si hablamos de literatura, no tanto como ficción, sino como tradición de pensamiento por escrito, qué duda cabe de que hay una tradición libertaria.
Cambio de derrota en la conversación cuando aparece el concepto de belleza. El entronque entre la tradición libertaria decimonónica y la contemporánea del movimiento okupa le resulta bella a Cristina, lo que abre una nueva vía de errores (o tal vez no) mayéuticos por parte del entrevistador.
-Es interesante que hables de belleza, cuando no es precisamente a la belleza, al goce estético de la literatura, a lo que apelas en tu obra, principalmente en “Lectura fácil”, no tanto tal vez en tu obra anterior…
-No estoy de acuerdo con eso, no creo que “Lectura fácil” sea diferente de mi obra anterior, no me parece una rara avis. Las otras obras también tienen una reflexión alrededor de la noción de autoridad, de lo performativo, lo escénico, el acto creativo,...
-¿La mujer?
-La mujer es otra entelequia como el lector, pero sí.
Segundo cambio de derrota fallido al intentar introducir el tema del 8 de marzo y las polémicas de este año, tema zanjado de plano ya que a Cristina temas personales le impidieron atender esta faceta activista, a su pesar. De nuevo hacia la literatura.
-Al acto de la escritura se lleva desde muy diferentes caminos. Me da la sensación de que “Lectura fácil” (las historias personales de cuatro personajes, Nati, Patri, Marga y Àngels, parientes, que ostentan diversos grados de lo que la Administración y la medicina consideran “discapacidad intelectual” y comparten un piso tutelado en la “Barcelona de Ada Colau”) es un compendio de atisbos con el foco ampliado. Como si hubieras estado oculta y hubieras captado al azar pequeños atisbos de la vida de tus personajes que te hubieran empujado, por pura razón literaria, a ampliar el foco sobre ellos.
-Pues… oculta yo no he estado nunca. Que la tarea de la escritura sea solitaria y en la habitación de una no significa que una esté oculta. De todos modos, las cosas que relata la novela son cosas vividas por mí, de modo que no hay una tarea de espionaje, que va, recoge información y luego la vuelca en una historia, para nada. Son cosas vividas de primerísima mano. Los relatos se construyen así, desde la experiencia y desde la teoría, desde lo vivido y desde el juicio acerca de lo vivido, que implica una toma de distancia. Ningún relato es puramente testimonial.
-Como experiencia vivida, la danza debía aparecer en “Lectura fácil”, ¿no?
-Bueno, claro, es que en mi vida profesional me dedico a la danza, y que yo me haya puesto a escribir sobre danza ha coincidido con esta profesionalización: constituir una compañía, estrenar un espectáculo que seguimos girando (y que por cierto recalará, coronavirus mediante, el 2 de octubre en la sala Russafa de València). La danza entra en la literatura porque empieza a ser un elemento vertebrador de mi vida, a ser una opción de vida que me da de comer, entrando en contacto con los circuitos profesionales y con las delicias y las violencias que conllevan.
-Delicias y violencias compartidas con las que conllevan recibir el premio Herralde de novela y el Nacional de Narrativa… ¿cómo han marcado estos premios tus decisiones respecto de la profesionalización de la literatura?
-Las ha marcado para bien, ¡las ha determinado! Ya no tengo que hacer trabajillos en negro mal pagados. Ahora soy remunerada por mi trabajo como escritora, y eso es algo determinante, crucial. Es sentir que me levanto por la mañana y que el texto que va a salir de mis dedos va a ser dignamente remunerado, eso es determinante, crucial y, desgraciadamente excepcional. La mayoría de las escritoras, en este país, e imagino que en otros muchos, como he estado yo hasta hace un par de años, no saben lo que es eso.
-¿Y cómo llevas las posibles contradicciones entre el mercado y el libertarismo y los comportamientos colaborativos, tan presentes en tu obra y en tu acción pública?
-No me parece en absoluto una contradicción querer vivir de tu trabajo y al mismo tiempo querer apoyar a aquellos que no tienen casa y okupan para tenerla, en absoluto.
-“Va vestido con descoloridos colorines, mal afeitado, con el pelo largo y la apelación a la comunidad y a la cultura siempre a punto. O sea, un fascista. Fascista y macho son siempre sinónimos”. ¿Hasta qué punto uno es esclavo de lo que escribe?
-Yo no soy esclava de lo que escribo en absoluto, porque para empezar eso que se cita es un fragmento de una (mi) novela, en la que habla un personaje, que no soy yo. Esa es la gran virtud de la literatura, que no tiene vocación de verdad. Yo no puedo sentirme esclava de unas palabras que no tienen vocación de verdad, que son un juego. Un juego con el idioma, un juego con la comunidad de lectores, con esa comunidad de hablantes de una misma lengua. Por fortuna, yo me sentiré esclava de muchas cosas, pero la literatura no es una de ellas. Habrá autoras que se sientan identificadas con sus personajes, en mi caso, mantengo una sanísima relación de distancia con ellas, lo que me permite hacer que la obra crezca, más allá de mis confines como ser humano.
-Para acabar, como lectora, ¿eres de las autoras impermeables a aquello que lee o de las que se deja intimidar y lo leído se filtra fácilmente en su obra?
-Bueno, es que también me lo pones como al principio de la entrevista, dos polos super super opuestos entre sí, difícilmente me puedo reconocer en uno, son como muy radicales. Un libro tiene momentos que la captan a una más que otros, porque una dialoga con los libros, no es ni esclava de lo que lee, ni totalmente impermeable, si no, no podría leer, porque nada me afectaría. Si nada me afecta, qué sentido tiene seguir leyendo.