MURCIA. Hace tiempo que no sé nada de David. Lo último que me dijo era que iban a confinarlo mientras revisaban su chip. Los del e-Health seguían coartando su libertad de movimientos y ya ni siquiera le daban el e-Passport para coger un dron. Por supuesto, yo no puedo acceder a su habitáculo… y, mucho menos, en periodo de cuarentena. Ni siquiera con guantes y mascarilla, ni siquiera guardando la distancia social puedo ponerme en contacto con él. Y no quiero utilizar mi comunicador digital ni con mi chip descontrolado. Tampoco nos sirve ya el modo avión… Todo este desastre viene de nuestro encuentro en la terraza. Hace tanto tiempo de ello…
Ya se sabía hace cincuenta años que nos tocaría convivir con el virus durante tanto tiempo. La pandemia fue rápidamente controlada gracias a los avances científicos, a las vacunas que, como con otros coronavirus, lograron paliar los efectos de una enfermedad extremadamente grave en el caso de enfermos con otras patologías, pero que pasaba de puntillas entre individuos jóvenes y sanos.
Hace tiempo que se controlaron los efectos de la enfermedad. Pero no, el virus no fue lo peor de aquella pandemia. Con el jinete de la peste, llegaron los otros, el hambre y la guerra. Ningún virus había provocado el parón casi global de la economía en todo el planeta. Sobre todo, en el Territorio-Europa, cuando durante toda la primavera encerraron a la población en sus casas, se cerraron empresas, comercios y escuelas, y las consecuencias no se hicieron de esperar.
Aquél verano del 2020 aprendimos lo importante que es ganarle tiempo al tiempo. Había que comprar tiempo para poder llegar a tiempo, para no perder la batalla contra la crisis económica y social. Los líderes europeos se dividieron de norte a sur y la solidaridad se convirtió en una palabra olvidada. Dejó de utilizarse en todos los foros para, en su lugar, sustituirla por la palabra “frugal”, la clave de la Nueva Era.
"Distinguir lo anecdótico de lo realmente importante no es tarea fácil, ni en la vida ni en la ciencia”, decían los expertos… También los científicos que, como la viróloga Ana Fernández-Sesma Cordón, recordaban que “vivimos sabiendo que todos los años mueren 500.000 personas de gripe. Sólo hace falta un sistema que lo soporte y una mentalidad que lo acepte”.
Los gobiernos del norte de Europa, algunos, los pequeños, los que dejaron a sus ciudadanos a merced del virus porque sus sistemas sanitarios eran privados y no podían ni debían colapsar, intentaron imponer condiciones leoninas y abusivas a los países del sur que hicieron frente a la pandemia abriendo los hospitales a toda su población.
El Territorio-Europa se rompió por la mitad. En el sur no pudieron paliar la crisis económica, y lo que es peor, no pudieron detener la crisis social. La fe en la democracia se perdió de modo irremediable, al tiempo que el fantasma del tiempo recorría Europa. El peligro de repetir los mismos errores en tiempo y forma que en 2008 se fue haciendo patente durante el Consejo Europeo del 17 al 20 de julio del 2020. El error era entrar de nuevo en la compra de dinero, en lugar de tiempo, en pagar con medidas políticas las ayudas económicas.
El tiempo corría en dirección contraria a la integración y a la libertad. Otro gurú de la época, Yanis Varoufakis, ya lo dijo en una entrevista de @andresgil publicada por eldiario.es: “Nos estamos moviendo en la dirección equivocada. No es una cuestión de velocidad. Es una cuestión de dirección”.
El tiempo no podía detenerse, arrasaba a su paso todo lo que encontraba. Nadie quiso luchar contra el tiempo, porque ganar tiempo al tiempo era una batalla perdida. Y así, sin volver la vista atrás, se fue avanzando hacia el abismo que se abrió entre el norte y el sur en el seno de la Unión Europea, de lo que quedaba de ella a mediados de aquél verano del 2020, sin tiempo para reaccionar, sin tiempo para pensar…