El 24 de febrero se estrenará la cuarta temporada de 'Snowfall', una serie que no ha tenido una gran repercusión. Sin embargo, el tema que trata merece más relevancia. Es la historia de cómo la CIA traficó con cocaína en los 80 para financiar la Contra nicaragüense, asesinos que actuaban para impedir las revolución contra el dictador. Las operaciones se hicieron en plena oleada de crack en EE.UU, lo que asoló las comunidades negras y pobres, donde ante existía crimen y violencia, pero estaba localizada hasta que se generalizó por esta causa
MURCIA. En 2017 se habló de ella. Iba a ser una producción de Showtime, pero le vendieron los derechos a FX y su estreno apareció en todos los medios. Una serie iba a contar el aterrizaje del crack en Estados Unidos. Una epidemia que causó estragos en los 80 y 90, especialmente en la población afroamericana. Decía Dave Chappelle en sus absolutamente geniales e imprescindibles monólogos de regreso en Netflix que, en la actualidad, con la epidemia de opiáceos que ha afectado a la clase obrera blanca, por una vez, al verlo, se ha sentido como un blanco porque, sentenciaba: "me da igual".
Esa es la profundidad de la herida aún hoy. El crack golpeó a las comunidades afroamericanas y, en esa mentalidad prototípica de origen protestante, si estaban enloquecidos matándose y prostituyéndose por una piedra que fumarse, era porque se lo habían buscado. Sin embargo, el daño en sus barrios fue bestial, peor que una guerra. Empobrecidos y castigados por la delincuencia, la entrada de un producto superadictivo y de corto pero intenso efecto, arrasó con todo. Uno de los libros del excelente fotógrafo Jamel Shabazz, que inmortalizó la forma de vestir y el estilo de sus vecinos de Brooklyn en los 80, se llamaba, de hecho, A time before crack. La prueba de que esta droga marcó un antes y un después de consecuencias irreparables.
Por otro lado, el tema era especialmente interesante cuando se anunció la serie porque de la exponencial demanda de cocaína que desencadenó la fiebre del crack, también se aprovechó la CIA. La inteligencia estadounidense ha sido relacionada en el tráfico de drogas durante este periodo para financiar a la Contra nicaragüense. Aquello no fue ni mucho menos un caso aislado, ya venía ocurriendo con regularidad para poder pagar guarrerías criminales en otros países, como fue noticia en su día. El argumento de esta serie, de hecho, se puede encontrar en la prensa del momento: "Danilo Blandón era el cerebro de la introducción de cocaína en los barrios controlados por dos de las más famosas pandillas callejeras de Los Ángeles, los Bloods y los Crips. Su contacto era un conocido narcotraficante local, Ricky Donell Ross, que era dueño del más importante laboratorio de conversión de cocaína en crack, la droga más consumida por los jóvenes negros. Sólo en 1981, el año en que fue creada la Contra nicaragüense, Blandón vendió drogas por valor de 54 millones de dólares".
Al periodista que lo destapó en su momento, Gary Webb, le cayó encima una ola de rechazo que acabó con su vida. Se le difamó, perdió su empleo y se suicidó, o eso dijeron, porque apareció con dos disparos en la cabeza. Solo años después se reconoció que no iba desencaminado al publicar esas informaciones y que era un extraordinario periodista. Una película, Kill the messenger, le rindió homenaje en 2014.
El único matiz que se le puede poner a todo lo sucedido es lo que, como dicen las noticias citadas, fuese la CIA quien crease directamente la epidemia, como acabaron creyendo y denunciado las comunidades negras. El historiador de las drogas Juan Carlos Usó preguntado sobre este particular considera: "está probado el papel que desempeñó la CIA en la introducción de grandes partidas de cocaína en EEUU como una forma encubierta de financiar a la Contra nicaragüense. No hay más que ver la película Barry Seal, el traficante. Dicho esto, no me consta que ninguno de sus agentes obligara, ni siquiera indujera a nadie, a consumir crack. Ni creo en el poder independiente de la oferta, ni en el rol que suele atribuirse a las personas drogodependientes de víctimas involuntarias".
En Snowfall, la relación directa entre el consumo de crack en Los Angeles y las operaciones de inteligencia anticomunista se da a entender. No en vano, es una serie. Su creador, John Singleton, autor del clásico de violencia pandillera Boyz N the hood, vivió en primera persona aquellos años. Todavía vive en esa zona. Según contó en The Guardian, le dejó alucinado en su momento ver a los niños del barrio pasar de jugar a la pelota a darle palizas a yonquis que les debían dinero. Todo sucedió demasiado rápido, aunque él no le atribuye una estrategia para anular la voluntad revolucionaria de las comunidades afroamericanas, como suele ocurrir tan habitualmente de forma inductiva y surrealista. En este punto, Singleton considera: “No es que lo hayan hecho de una manera diabólica para derribar a los negros. Simplemente fueron indiferentes al resultado final. Lo mismo está sucediendo ahora en Estados Unidos con los medicamentos recetados y los opioides. Lo están haciendo ahora mismo, pero se lo están haciendo a su propia gente".
El protagonista de Snowfall es un chico, Franklin, que entra en el tráfico de drogas al venderle marihuana a los chicos ricos blancos. Concretamente, al hijo de un director de cine porno. A raíz de él, conoce a un traficante al por mayor que le da la oportunidad de empezar a mover cocaína. Luego, en un viaje, ve a una yonqui tan enganchada a algo que quiere saber qué es. Descubre que se trata también de cocaína, pero así consumida, le hace ir cada dos horas a comprar. Es el crack. Consigue la receta y se pone a cocinarlo él para iniciar un negocio boyante. No le puede ir mejor, como es conocido, pero al mismo tiempo, la sociedad que le rodea empieza a irse por el retrete por la sustancia que ha introducido.
Franklin podría haber estado inspirado en Rick Ross "Freeway". De hecho, su libro, Freeway Rick Ross: The Untold Autobiography, apareció justo cuando se dieron los primeros pasos para rodar la serie. Por lo visto, según denunció el traficante, se reunieron en ocasiones antes de ponerse en marcha el proyecto. Cuando finalmente echó a andar, Singleton no contó con él. El ex traficante se quejó de que le habían robado la historia, aunque la que se había rodado no era la "verdadera". Sí es verdad que lo que hemos visto en la pantalla guarda similitudes con su trayectoria. Una de sus principales preocupaciones cuando empezó a ganar cantidades ingentes de dinero fue que no se enterara su madre. Un argumento muy similar.
Al margen de todas estas consideraciones, está la serie. Como tal, es muy buena. No llega al nivel de calidad top de los clásicos, como The Wire, pero es muy entretenida y adictiva. Se puede decir incluso que adolece de formalismo. Hay tramas con la fórmula del crack propias de Breaking Bad, escenas de cárcel tipo Night of, épica de traficantes tipo Narcos. Hasta aquellas lecciones de Scorsese en Uno de los nuestros y Casino en las que la lógica del pragmatismo se imponía siempre a la ética criminal están reflejadas como si fuera obligatorio. Algunas escenas en clubes parecen calcos de las pistas de Scarface en las que Michelle Pfeiffer se echaba unos bailes. Uno de los traficantes más estrafalarios recuerda, hasta en la música que escucha, al que interpretó Alfred Molina en Boogie Nights. Un personaje inspirado en Eddie Nash, palestino, que también aparecía en Wonderland de James Cox. Hasta se recurre al tic de acabar los capítulos con imágenes aleccionadoras y una canción, como si fuese un video clip. Se puede tener la sensación de que esta serie se ha visto ya mil veces, pero una vez más es fácil picar.
Puntos a favor ineludibles son una fotografía extraordinaria, el ambiente de Los Angeles ochentero y la música y estética de los barrios afroamericanos. También hay una gran presencia de latinoamericanos, mexicanos en este caso, y es igualmente atractivo ver cómo visten muchos de ellos. Mención aparte merece, en este caso, la presencia del actor madrileño Sergio Peris-Mencheta. Un intérprete de larga trayectoria, pero al que es difícil separar del elenco de Al salir de clase. Incluso es gratificante ver que ha terminado bordando un papel y siendo, con diferencia, el personaje más espectacular. Un luchador de wrestling mexicano retirado, Gustavo "El Oso" Zapata, que da tumbos en el negocio de las drogas. Tiene más presencia que Bardem y el acento chicano lo clava. Posiblemente, lo mejor de Snowfall son sus actores, como ocurría con The Americans. Damson Idris, Charlene "Michael" Hyatt o Angela Lewis dan un nivel muy alto.
La tercera temporada concluyó cuando la violencia entre bandas y la adicción al crack está tan extendida que se desbordan todas las previsiones del protagonista. El último capítulo, con otra vez un recurso ya explotado, el de los sueños cuando se está en coma, como pasó en Los Soprano, fue un tanto decepcionante. Así como el cariz de historia de superhéroes que tomó el desenlace. En la cuarta hemos de suponer que los estragos serán aún mayores y la degradación social llegará a límites abominables. Así al menos es como se ha anunciado ya la nueva temporada, con que es 1985, el momento en el que la demanda de crack llegó a su punto más elevado y en el que Ronald Reagan anunció un nuevo amanecer en Estados Unidos, que en estos barrios se tradujo en la etapa más intensa y salvaje de la famosa War on drugs.
A finales de los 90, una comedia británica servía de resumen del legado que había sido esa década. Adultos "infantiliados", artistas fracasados, carreras de humanidades que valen para acabar en restaurantes y, sobre todo, un problema extremo de vivienda. Spaced trataba sobre un grupo de jóvenes que compartían habitaciones en la vivienda de una divorciada alcohólica, introducía en cada capítulo un homenaje al cine de ciencia ficción, terror, fantasía y acción, y era un verdadero desparrame