EMPRESAS Y SOCIEDAD 4.0 / OPINIÓN

55 atentados terroristas en España en los últimos 15 días

6/04/2020 - 

Tras la cadena de atentados terroristas que sacudieron Estados Unidos en el lejano 11 de septiembre de 2002, todos pensamos que a partir de ese momento el mundo cambiaría para siempre. En aquel desafortunado día murieron un total de 2.996 personas. Desde Pearl Harbour, Estados Unidos no sufría un ataque en su propia casa. La consecuencia fue una demostración de fuerza y poderío del liderazgo político del presidente de aquel país, George W. Bush. Éste se juntó con el premier socio histórico europeo (Gran Bretaña) y  con el presidente de un país que buscaba un mayor protagonismo a nivel internacional (España). Dieron lugar a una contundente represalia en Afganistán primero, e Irak después. Fruto de esa nefasta asociación, Europa vivió una cadena de atentados terroristas que se saldaron en España con 191 víctimas mortales en el 11 de marzo de 2004.

En aquel entonces el ciudadano occidental de a pie podía dividir el mundo entre ‘buenos’ y ‘malos’, con mucha facilidad, tal vez demasiada, identificando como malos a los que mataban a traición a personas inocentes. Y a los buenos como aquellos que defendían la libertad de esas personas inocentes. El liderazgo de aquellos hombres podía criticarse en cuanto a cómo llevar a cabo esa defensa de los “derechos de los buenos”. Pero no se discutía su capacidad y calidad, cómo líderes, ser capaces de afrontar una situación con determinación, y transmitir seguridad a sus ciudadanos de que eso se resolvería.

El hecho de coincidir todos en identificar el enemigo en ciertas personas con caras de malos y con una historia previa de villanos (Bin Laden y Saddam Hussein), facilitó mucho la cosa. Tener a un enemigo común, une a las personas que piensan diferente, ya que aliarse entre sí puede resultar un mal menor para paliar los efectos de un mal mayor. Lo vimos hasta en la película récord de recaudación de 1996, Independence Day (Roland Emmerich): Irán, Irak y USA juntaron sus esfuerzos para derrotar una amenaza alienígena que ponía en peligro a la humanidad. Conclusión: es muy fácil juntarse y aliarse si se identifica un enemigo común. ¿Pero qué sucede si ese enemigo no es claramente visible? 

Dieciocho años después del 11S y 16 años después del 11M,  el alienígena que nos da la percepción de que el mundo cambiará para siempre, es un virus llamado Covid-19, con una fuerza mortífera que alcanza solo en España, hasta la fecha de publicación de este artículo, el equivalente a 55 atentados terroristas del 11M.

Imagine Vd. vivir en un país atacado por terroristas capaces de perpetrar una cadena de 55 atentados en tan solo dos semanas. Sin bombas, sin ruido, sin kamikazes. Con todos los ciudadanos refugiados en su casa, sin poder manifestar su propia contrariedad en multitudinarias manifestaciones como ocurrió con la participación española en la invasión de Afganistán e Irak primero, y con el 11M después.

En aquel desafortunado 11 S murieron un total de 2.996 personas, EN ESPAÑA YA CONTABILIZAMOS MÁS DE 10.000


Se supone que frente a un enemigo común tan mortífero, azotando todos los rincones del planeta por partes iguales, los líderes del mundo tendrían que haberse juntado y puesto de acuerdo sobre una política común. Sin embargo no fue así: es más, fueron más patentes las divisiones y las desidias (entre EE UU y China, entre norte y sur de Europa, entre gobierno y oposición en España, entre  fuerzas de seguridad del estado y comunidades autónomas, entre regiones y gobierno: hasta en el seno del propio consejo de ministros, entre los de un partido y los de otro).

El hecho de que esta vez el enemigo no tenga cara ni sea visible, no ayuda. Lo cual hace difícil cerrar filas alrededor de algún líder que sea capaz de enfrentarse a esta situación. No hay un actor con cara de villano, que viste de oscuro, capaz de catalizar el odio de los espectadores que estamos cómodamente en nuestras casas, esperando el desenlace de esta película. De este modo  el odio, la rabia y la frustración, se acaban proyectando en los de siempre: los que piensan o hacen diferente.

Los efectos del  impacto del Covid-19 tampoco son perceptibles ya que las personas mueren sin asistencia de los familiares. No hay explosiones, no hay destrucción. Tampoco se les pude velar. No hay funerales. Y los demás vivimos recluidos en casa sin tener otra posibilidad que elegir entre aplauso a los sanitarios que tratan de salvarnos la vida poniendo en juego la suya, o las caceroladas a los políticos que toman decisiones equivocadas.

Si algo ha puesto de manifiesto esta crisis, es la profunda fractura existente a todo nivel en la sociedad civil actual. Y la calidad del liderazgo (muy mediocre) puede considerarse como la principal causa y el principal efecto a la vez. Hemos envenado tanto la ideología y el convencimiento alrededor de ciertas posiciones, que ya no somos capaces de poner de lado nuestros propios ideales para hacer frente común ante una realidad que nos afecta a todos.

Parece que “nos va la vida” en la defensa de lo “nuestro”, incluso cuando la evidencia demuestra que resulta indefendible. Independientemente de que las posturas ajenas resulten mejores.  Nos tomamos tanto en personal la adherencia a ciertas posiciones y pensamientos, que creemos que renunciar a ellos en pro de un bien común sea traicionar a nuestra propia esencia de seres humanos adaptables al medio.

Ya no nos permitimos fallar, equivocarnos o admitir un error. Pero esto no durará para siempre. Durará hasta que los hechos sobrepasen nuestras mentiras a un nivel tal elevado que el mismo sistema colapsará de por sí.

Cuando quedemos desnudos y solos, sin otros recursos materiales que nuestra propia capacidad de amar al prójimo como único valor esencial para la supervivencia, volveremos a cooperar hacia un bien común. Tal  vez necesitemos esta crisis para crecer como seres humanos y madurar.

Hay un símil de ese proceso en la historia de la humanidad. Quedó grabado en los recuerdos de muchos: el desastre nuclear  de Chernóbil. La sucesión de acontecimientos de ese accidente fue muy bien relatada por la serie recientemente publicada por HBO. Si algo dejó patente ese episodio fue la insostenibilidad del sistema de gobierno comunista. Un sistema cuyo modelo de liderazgo, ya obsoleto, no estaba al paso con los tiempos. No cumplía con las necesidades de una sociedad mundialmente más avanzada, tanto a nivel de madurez humana, como tecnológica. Y obligaba al sistema político soviético a forzar una construcción artificiosa de la vida muy por encima de sus propias capacidades y recursos. Una sociedad, la soviética, donde se progresaba por pertenecer a una red clientelar de poder en lugar de basarse en la meritocracia. Donde complacer a quien te daba la confianza se valoraba mucho más que decir las cosas por lo que eran.  Todo ello fomentaba la corrupción y la incompetencia al mando. Los sistemas burocráticos de control, impedían la toma de decisiones ágiles y rápidas para poner solución a emergencias importantes y urgentes como fue el accidente de la central. En ese sistema, fallar y cometer errores eran inadmisibles porque contradecían la propia ideología dogmática de un sistema perfecto, que había de suponerse como mejor que las alternativas políticas, más allá de sus fronteras. Consecuencia de ello fue la escasa capacidad de autocrítica de quienes administraban el sistema, y la construcción de mentiras sobre mentiras, para ocultar las fisuras de su discurso y de su gobierno.        

En pocas palabras, el poder de impacto de las decisiones de esa generación de líderes se había tornado muy superior a la capacidad de los mismos de paliar los efectos negativos de un error en esas decisiones. O de poner remedio a un fallo en el sistema. Dicho de otra manera, la capacidad de gestión de esos líderes era muy inferior respecto al poder destructivo de los errores que podían derivar de su autocomplacencia y falta de autocrítica. Pero el 26 de Abril de 1986, fecha del accidente de Chernóbil, todo eso cambió para siempre: esa noche la verdad explotó por sí misma ante los líderes de la URSS (explotó, nunca mejor dicho).

Si, tal como dijo el líder ruso de la Perestroika,  Mijaíl Gorbachov, Chernóbil terminó con el Comunismo, me pregunto ¿Con qué acabará el Covid-19, siendo capaz de poner de rodilla al mismo sistema capitalista mundial del 2020?  

Desde luego, hay señales en las decisiones de ciertos líderes europeos y mundiales, que recuerdan mucho la gestión comunista de Chernóbil.  La OMS estima que los muertos por Chernóbil fueron aproximadamente nueve mil.  Solo en España ya superamos diez mil muertos por Covid-19.

¿Podemos considerar el Covid-19 cómo la Chernóbil de España? Tal vez por número de muertos lo superaremos con creces y lo duplicaremos, puesto que no hemos llegado todavía a la meseta de la curva de contagio.  Si bien hemos ganado en transparencia de la información, nos estamos complicando la vida con los fake news y los perfiles falsos de periodistas que se crean para limpiar la imagen de ciertos partidos. Y en la administración de un liderazgo demasiado autocomplaciente, también podemos parecernos a una Chernóbil de 2020: informar a la población a fecha 31 de Enero que España solo tendría algún caso de Covid-19, desoír las reiteradas alertas de la Organización Mundial de la Salud, de hacer acoplo de material sanitario que se trasladó oficialmente el pasado 3 de Febrero; no hacer caso al acuerdo del 13 de Febrero de los 27 miembros de la Unión Europea de adecuado abastecimiento de EPI’s; no ordenar la prohibición de actos multitudinarios antes del domingo 8 de marzo (todos los actos), cuando ya se contaban 674 casos y 17 muertos, siendo avisados desde el 24 de enero, por los mandos de la policía, de evitar aglomeraciones; enviar a médicos y enfermeros a las “zonas cero” sin equipamiento y con medios de protección insuficientes, tal como se les pidió a los “liquidadores” de la central soviética...

Pero lo de España no es un caso aislado de pésimo liderazgo en las figuras de poder. También otros países han demostrado en esta crisis un liderazgo mediocre y no al paso con las necesidades de nuestra sociedad: desde la inicial postura de Ingleses y Estadounidenses  que en un inicio dieron prioridad a la economía y posteriormente tuvieron que recular ante el número de muertos, hasta selección innatural y racionalizada que propuso Holanda, dejando de lado a las personas mayores de 80 años.  

Europa es en general un pésimo modelo de mecanismos de toma de decisiones y mediocridad en las figuras de liderazgo. Los intereses de los gobiernos locales hacen imposible llegar  a acuerdos a nivel continental porque esos mismos requieren revisiones necesarias de las promesas a sus propios electorados nacionales. Se trata de un mecanismo perverso que impide la promoción de un liderazgo basado en la meritocracia. Es una pena que los políticos y periodistas  Italianos, y Españoles, vuelvan de Europa y transmitan a sus respectivos pueblos  el discurso que les conviene a sus gobiernos para no perder la cara ante los electores. Del mismo modo que hacen los de Holanda y de Alemania, reproduciendo en menor escala el mismo patrón de conflicto (que no son las mismas razones y circunstancias) que condujo hacia el Brexit. Es irresponsable que los gobiernos se limpien las manos culpando a Europa para salvar su propio poder, anteponiendo su mandato a los intereses del conjunto de sus ciudadanos. Luego se quejan del surgir de los movimientos euroescépticos que ellos mismos contribuyen crear.

Pero esta escasez de talento en las figuras de liderazgo, no es algo achacable solo a los grandes líderes políticos. A nivel de familia, por ejemplo este mismo modus operandi también lo ejercitan algunos padres en la educación de sus hijos. O en las relaciones con sus parejas.  Ante la necesidad de complacer a sus hijos, no ejercen el liderazgo y la autoridad que les confiere su rol: tampoco admiten sus propias incompetencias y debilidades. Acaban culpando o responsabilizando a principal aliado (la pareja)  de lo que no pueden concederles a quienes confían en ellos (sus hijos). O culpan a otros de lo que no pueden lograr ellos por sí mismos. No se dan cuenta que para salvar (engañosamente) su propia posición, acaban desacreditando la instancia superior que les otorga esa responsabilidad: ya sea eso el matrimonio mismo, la familia o la alianza con las regiones, los países hermanos, y vecinos.

Parece que hoy, como en la época del comunismo soviético, es más vigente que nunca  ese liderazgo ególatra y egocéntrico, autocomplaciente y carente de autocrítica, capaz de hundir a todo el barco para no hundirse solo a sí mismo.  

Podemos observar esa gran mediocridad incluso a nivel profesional, en ciertos gremios muy cercanos: por ejemplo, en algunos medios de comunicación y plumas del periodismo, se sigue es línea de funcionar como hooligans del partido del que han elegido ser prensa amarilla.  

También podemos observar líderes y equipos directivos de pequeñas empresas o asociaciones profesionales, cuando usan su posición de manera autocomplaciente, persiguiendo su posicionamiento social, en lugar de  escuchar y atender lo que les demandan sus propios colaboradores y asociados.

Muchas figuras de liderazgo dicen que hacen lo que  “la mayoría les pide”, bien porque les conviene justificarse así, o bien porque simplemente “creen” que la mayoría se lo pide. Pero no se toman la molestia real de comunicarse, preguntar, dialogar, buscar consensos en base a los principios y valores que unen a las partes.

Seguimos con modelos de liderazgo, aproximativos e interpretativos. Algunos directamente “autistas” y ensimismados en sus propias posturas obsesivo-compulsivas.  

Pero no nos equivoquemos. Nuestros líderes políticos no son ineptos: son simplemente la expresión de nuestra propia ineptitud. ¿Qué vamos a esperar de una sociedad donde los desacuerdos (desde los matrimoniales, hasta los de vecinos, como los de grupos de padres del watsapp) crean más conflictos, rupturas e incomunicación, que oportunidades para crear marcos de colaboración más beneficiosos para las partes?

No busquen a líderes virtuosos dentro de una sociedad donde las personas han pervertido sus propias esencias de seres interdependientes, para (engañosamente) salvarse a sí mismos como individuos.  

Por cierto, en Chernóbil sólo hubo 54 muertos, según fuentes oficiales soviéticas.  


Roberto Crobu es psicólogo 

@robcrobu

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