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el dedo en el ojo  

Yo soy español, español…pero no mucho

Las selecciones españolas despiertan más simpatías que fanatismo. Los corazones no laten tanto como con tu equipo

| 14/07/2024 | 4 min, 47 seg

VALÈNCIA. Otro domingo de lectura periodística. En esta ocasión, me fijo en la parte deportiva que todo lo impregna, pues andamos en plena Eurocopa y se juegan los octavos entre España y Georgia. La Georgia de Mamardashvili, que así la hemos venido llamando los valencianistas, al menos hasta que ese porterazo siguiera en el club que destrozaron los propios valencianos y malvendieron el gran Aurelio Martínez y el implacable Amadeo Salvo. 

El caso es que no son pocas las personas que, durante estos días, me han declarado que España, la de fútbol, no les provoca los sentimientos que sí genera su equipo de toda la vida. Y no es que sea gente que sale de la kale borroka ni de los cachorros del Tsunami. No. Son españoles. No antiespañoles. Simplemente se los puede traer al pairo que fracase la selección, aunque, también, es verdad, que si van pasando rondas, y llegan a la final, recuperarían la pasión por la Roja.

Me llama la atención que ese sentimiento esté tan extendido. Y aunque no soy sociólogo, ni he hecho un estudio de campo ni un análisis amparándome en miles de datos, como si fuera el compañero Guillermo Rodríguez, tengo medianamente claro que ese bajonazo sentimental es culpa de la fagocitadora política mundial, Madrid. No Madrid como ciudad, gente o comunidad, sino por la fauna política que estuvo, está y estará morando en las instituciones, ya sean las Cortes Generales, los ministerios o La Moncloa.

Las políticas centrípedas, y centrífugas, han ido dejando un reguero de semillas fóbicas contra todo lo que viene de Madrid. En regiones de calado nacionalista, más allá de otras miles de causas propias, acentuaron el espíritu indepe. En comunidades donde no impera el secesionismo, el rechazo se ha ido germinando lentamente y con resultado distinto al de los anteriores. Eso se percibe en el predio futbolístico con habitualidad. El Real Madrid de furgó, que lo gana todo, genera, en la misma medida, un rechazo mayúsculo en casi todas las ciudades donde juega. Desde hace años. Muchos. Por la soberbia que emana de sus formas, por el respeto arbitral del que goza, por muchas cosas que merecen el reproche, aunque puede que a todo eso ayude, su superioridad, claro. Empero que solo escribirlo me provoca angustia. Amunt.

Lo cierto es que, aunque advertido quedaba el lector de que este escrito carecía de poso sociológico, no hace falta más que leer la prensa para explicar el rechazo a lo que viene de Madrid: las burlas de los que gobiernan allí con respecto a otros territorios de la península (que no gozan de partidos influyentes), la concepción radial de las infraestructuras, la financiación, las inversiones... Males que conocemos muy bien por estos lares. Sin obviar que gran parte de nuestro victimismo es fruto de nuestra idiosincrasia.

Pero hay más. ¿Se han percatado de que cuando es fiesta en Madrid, ya parece que lo sea en toda España? ¿Se han dado cuenta de que cuando llueve torrencialmente en Madrid los medios de comunicación nos inundan con información como si un tornado hubiera arrasado España? ¿Se han dado cuenta de que aún siguen llamando Levante español al territorio valenciano cuando hay parte meteorológico? Y qué decir del uso partidista y aberrante de las banderas. En cualquier clase de celebración deportiva, o política. La rojigualda parece propiedad de los que tienen vinculación de algún tipo con Madrid. Insisto, nada contra Madrid. Ciudad de buen comer, de mejor servicio hostelero y hotelero que recuerdo, urbe de increíble oferta cultural, y llena de gente tan capulla o tan maja como la hay en Alicante, Valencia o Castellón. 

Sin duda la política todo lo emponzoña. Y como la mediocridad se ha instaurado entre esa clase, en la misma medida que en la sociedad, fruto de un sistema que adormece a la población desde la Educación, porque ahora mismo, aunque este sea otro debate, estamos formando lelos y lelas. Y como el machismo o la homofobia, los que han creado ese monstruo centralista durante siglos lo han ido transmitiendo como padres a hijos. 

Y así, salvo que aparezca un Iniesta de nuestras vidas, y los de Luis de la Fuente no alcen el trofeo en la final de Berlín, ese pasotismo con la selección masculina seguirá prolongándose. Y si ganan, pues a celebrarlo. Claro, en Madrid. Que es donde las selecciones deportivas celebran sus gestas. ¿Cómo lo iban a hacer en Sevilla, en Zaragoza o en cualquier gran ciudad de la Comunitat Valenciana? Vamos, no me jodas.  

Por cierto, entrego el artículo el domingo. Pero es lunes, y pido a la maravillosa responsable de la revista que me deje añadir algo. Y es que anoche ganó España a Georgia. Por goleada, a pesar de Mamardashvili. Estaba en mi lugar de veraneo. Los goles resonaron por la urbanización. A lo mejor estaba equivocado. Aunque los gritos que se escuchaban eran de niñas y niños. Y es que están inmunizados de tonterías. Hasta que se les inocule vía mediática, política o paterna y materna. Al tiempo. 

* Este artículo se publicó originalmente en el número 117 (julio 2024) de la revista Plaza

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