VALÈNCIA. Hace ya unos cuantos años que conozco a Paco Franco. Junto a él y otros 50 vecinos de Cabo de Palos iniciamos en los años 90 la aventura de poner en marcha la comunidad de vecinos Nuestra Señora del Mar, un trozo de la historia reciente de Cabo de Palos, un pequeño terreno donde vive el último farero que ha tenido mi pueblo, algunos guardias civiles, carteros y varios pescadores. En este rincón del Cabo tienen sus propiedades familias de toda la vida, como los De la Orden, los Olivares, los Gandolfo, los Casanova o los Navarro; veraneantes antiguos como los Velázquez, los Zapata o los Iborra; y funcionarios como el autor de este libro, Francisco José Franco, que es profesor de la UNED y lo fue del instituto Las salinas de La Manga.
cronista oficial de Cartagena hacer un libro sobre nuestro pueblo, deseo que se hace hoy realidad con la publicación de esta obra de la Editorial Malbec en la que la Cofradía de Pescadores de Cartagena, a la que yo represento, colabora.
La historia de Cabo de Palos es muy antigua, y es conocida básicamente por las explotaciones mineras y pesqueras, el submarinismo, los sonados naufragios y los ilustres veraneantes que allí siempre hubo. Pero por debajo de esa realidad innegable, existe otra mucho más cercana y auténtica, la de aquellas esforzadas 12 familias que vinieron hace ya muchos lustros a nuestro pueblo y fundaron el poblado de la Barra, corazón de la vida de los pescadores y los salineros, centro de todas las pasiones y las devociones de los hombres de la mar, que salen cada noche a ganarse el sustento, que luchan contra las inclemencias del tiempo y que merecen figurar en letras de oro en la memoria colectiva
(Bartolomé Navarro Álvarez, Hermano Mayor de la Cofradía de Pescadores de Cartagena)
Desde la sierra, y en caída libre hacia el mar Menor, se abre desde el vértice que empieza en el faro un triángulo de terrenos de carácter aluvial de gran fertilidad y gran relevancia natural y geológica que han hecho posible desde temprano el poblamiento humano: en el Neolítico existían poblados de entidad, tal y como reflejan los hallazgos arqueológicos, que muestran la presencia de cerámica en el yacimiento de la cueva de los Pájaros (próximo a Cabo de Palos); de cerámica, hachas de piedra y cuentas de collar pulimentadas en la cueva de los Mejillones, lo que indica la continuidad del poblamiento en dicho lugar; y finalmente en Las Amoladeras, yacimiento situado en un paraje costero vecino a La Manga y reservado en la actualidad como vestigio de los paisajes de dunas de otro tiempo y propiedad del pueblo de Cabo de Palos. En un terreno paralelo a la costa a lo largo de 1000 metros, y declarado Bien de Interés Cultural, se conserva este yacimiento de la edad del Cobre.
A comienzos de la Edad de los Metales, hace unos cinco mil años, un grupo de personas se estableció en estos lugares atraídos por los numerosos recursos naturales que ofrecía. Subsistían practicando distintas formas primitivas de pesca, recolección de moluscos y de la caza, aves acuáticas, ciervos y jabalíes por las vecinas salinas de Marchamalo, que entonces estaban cubiertas por grandes extensiones de agua dulce y rodeadas de bosques. Las viviendas eran chozas circulares de cañizo y barro. Junto a estos habitáculos, se han localizado hornos para la producción alfarera. Empleaban molinos de mano para triturar cereales (amoladeras) y se servían de utensilios de hueso y puntas de sílex.
La toponimia, sin embargo, nos lleva a pensar que pudo haber en la playa de Poniente (conocida como Zeneta), como había en otros puntos cercanos, algún morabito (aldea musulmana); y si así fuere, pudo ser en el siglo IX, momento en el que unos berberiscos conocidos como zenetes repoblaron una parte de la vega del Segura (la pedanía murciana de Zeneta), estableciendo una ruta de comunicación que se sabe llegaba hasta la costa y que debió estar bien defendida.
Pero ni siquiera la repoblación tras la Reconquista castellana, con fuerte presencia de pescadores de origen provenzal desde 1244, evitará la despoblación, debida a las grandes epidemias y la acción de piratas y corsarios, por lo que a pesar de sus buenos pastos se convierte en una tierra semiabandonada durante los siglos XIII al XV, momento en el que se consolida la heredad como centro de la actividad agrícola y pastoril, caracterizada por la existencia del característico espacio de casa, torre, molino hidráulico, huerta, cercado y balsa. En aquel tiempo se produce En la playa de Zeneta pudo haber un poblado musulmán 31 una fusión lingüística entre las lenguas musulmanas y las romance, siendo de destacar la fuerte presencia toponímica provenzal, introducido por los nuevos habitantes del poblado de Cabo de Palos (que aparece ahora en muchas cartas náuticas como Cap de Pals), que dieron nombre a la isla pequeña de Las Hormigas, llamada Hormigón por ser en catalán así el diminutivo; y a Cala Reona (redonda). Era aquel un tiempo en el que se mantenía una importante vegetación, conservándose testimonios como el aparecido en el Libro de montería de Alfonso XI, donde se señala la existencia de una zona de abundante caza entre Cabo de Palos y la Isla del Ciervo: …Cabo de Palos es muy buen monte del puerco en invierno et este monte es cerca de la mar et cerca de este monte está una isla que entra en la mar et dura bien una legua, et ay en ella muchos venados…
Será en el primer tercio del siglo XVI cuando se forme el primer caserío que tomará su nombre del monasterio, fundado en el año 1491 por el adelantado mayor del Reino don Juan Chacón. Pero especialmente será en el segundo tercio del citado siglo cuando, debido a la expansión de la población cartagenera y la apertura de caminos hacia el monasterio de San Ginés de la Jara, se produzca una importante repoblación y explotación agrícola del campo, pues eran las tierras de San Ginés, en su mayoría, muy fértiles, radicando su principal riqueza en la agricultura y los pastos, abundando la caza en sus montes próximos y en el llano, por lo que eran muy visitadas por los hijosdalgos de la ciudad aficionados a esta actividad.
En 1554, debido a la intensidad de los ataques de los piratas berberiscos sobre toda la costa mediterránea española, el rey Carlos I ordenó al Concejo de Cartagena la construcción sobre el promontorio de una torre vigía con el nombre de Torre de San Antonio. Una de las más peligrosas incursiones tuvo lugar en mayo de 1558, momento en el que ocho galeotas desembarcaron ochocientos turcos en Cabo de Palos y saquearon toda la zona hasta Alumbres, haciendo cautiva a su población.
Las crónicas locales señalan también la presencia en noviembre de 1585 de la galeota del corsario moro Gàvia, quien tuvo un accidente con el barco y se instaló con veinticuatro de sus marineros en las cuevas mineras de Cabo de Palos, sembrando el terror entre los vecinos, que apresaron a cuatro de sus acompañantes mientras el cabildo enviaba a veinticinco soldados y ofrecía una recompensa de cincuenta ducados por su cabeza. Por mar fueron a buscarlo otros tres barcos, pero consiguió escapar en otra nave pirata que actuaba por los alrededores.
Estas minas fueron trabajadas en tiempos antiguos, incluso antes de la llegada de los romanos, que reorganizaron toda la actividad minera, permaneciendo inactivas desde el siglo IV hasta el siglo XIX, momento en el que volvió a surgir con fuerza la actividad extractiva. El plano de Carlos Lanzarote de 1907 atestigua la presencia de gran actividad, concentrada de forma importante entre Cala Reona y Calblanque. Según las investigaciones de Rogelio Mouzo, las más importantes explotaciones eran las minas Arturo, Diana, La Concha, Dolores, San Rafael, Libertad, Encuentro, La Estrella, Virgen del Carmen, Casualidad, Niño, Manolo y Separación.
Las minas, situadas entre el cabezo de Cala Reona y el del Cuervo en las inmediaciones de Cala Flores, van a ser una realidad palpable a partir de los años 40 de la centuria, cuando la sociedad minera La Paciencia, bien asentada en la cuenca minera, encargó al ingeniero Guillermo R. Bant un estudio sobre los filones de la explotación llamada La Calpeana. El informe de 14 de junio de 1845, publicado en la revista Telégrafo de la Minería, producto de dos visitas de peritación, es sumamente concluyente, e interesante Cala Reona fue un importante enclave de minas de hierro 58 la constatación que hace sobre la presencia de actividad en el entorno de Cabo de Palos en época romana.
Tras el conflicto cantonal, en la etapa de la Restauración, Cabo de Palos empieza a poblarse, de forma que el padrón de 1889 aporta una importante novedad: muchos de sus habitantes Los carabineros vigilaban las costas 72 son propietarios de pequeños terrenos, barcos y viviendas en el nuevo poblado llamado de La Barra, situado en cala Avellana a refugio de los vientos; y viven con su mujer y sus hijos: había nacido un nuevo pueblo, germen de lo que es en nuestros días Cabo de Palos. En la cala del Descargador (situada más arriba de los saleros, en dirección al faro), a la caída del sol, los pescadores vendían sus capturas a los marchantes, que llevaban el pescado a La Unión, siendo los más activos de estos los miembros de la familia Rebollo.
Cabo de Palos era un lugar que tenía de todo: pesquera, tierras de labor, minas, un nuevo faro y manantiales de agua. Los padrones de finales del siglo XIX indican con cierta precisión la actividad y residencia de aquellos vecinos: los Huertas y los Pérez vivían en Los Triolas y eran agricultores; los Amat eran del sector servicios; los Díaz eran torreros del faro; y los Hernández Heredia, los Martínez y los Romero eran jornaleros. En cuanto a las familias que conforman la esencia de los orígenes de La Barra, eran las siguientes: Francisco Raja, de Mazarrón. José Ruso Martínez, de Tabarca; casado con María Manzanares, de Santa Pola. Rafael Fuentes Ros, de Torrevieja. Romano Parodis Ruso, de Tabarca. Pedro Jerez Cervantes, de Garrucha; casado con Ángeles Zaragoza Llorca, de Benidorm. Vicente Buigues Ferrando, de Taulada; casado con una paisana suya, Jacinta Vives Bolandro. 73 Antonio Amat Jiménez, de Guadamar; casado con la lucense Ramona López Junquera. Diego Rebollo García, de Alumbres. Juan Montoro López, de Alumbres. Luis De la Orden, de Cuenca; casado con Carmela Ruso Manzanaro.
Pero a finales de siglo existía en la parte interior de la localidad (desde la torre de Garci Pérez hasta la entrada de La Manga) otros muchos propietarios (veraneantes, dueños de minas y pobladores de las zonas rurales), era el caso de Gregorio Conesa, Antonio Pomares Mateo, Manuel Conesa Navarro, Vicente Mármol Alcaraz, Gabriel López Marín, empresa Jorquera y Walker, herederos de Joaquín Moreno, Miguel Plazas Cánovas, Francisco Martínez de Galisonga, Isabel Hernández García, compañía Peña (propietarios de un escombrera), Tomás Manzanares López, Pedro Casciaro Lobato, la familia Rolandi, Ponciano Maestre, Antonio Espinosa (dueño de un lujoso palacio Modernista en el paseo de Medina), Francisco Asensio Ferrándiz, Vicente Plazas Algunos descendientes de aquellas familias que habitaron la Barra 74 López, Gabriel López Marín, Eduardo Rentero Bodi, Joaquín Moreno, Isidoro Pérez Domínguez, José María Hidalgo y Adolfo Quetcuti. De esta forma, en pocos años, se conforma una población de unos ciento noventa habitantes. Si seguimos los datos aportados por Arturo Lenti en su ensayo histórico sobre Cabo de Palos, llegamos a la conclusión de que es una población muy joven y activa, con unos sesenta grupos familiares de diferente condición y actividad.
Un nuevo siglo asomaba, lleno de proyectos y de grandes expectativas económicas para la comarca, pero también con algunas sombras, relacionadas con la dureza del trabajo de la mar, la peligrosidad de las minas (donde eran frecuentes los accidentes Vista de la playa de Zeneta a comienzos del S.XX 77 con resultado trágico), las epidemias de viruela y la existencia de algún conocido delincuente como el célebre homicida Andrés Rocamora, autor de varios asesinatos con arma de fuego: escondido bajo una aparente normalidad, este guardia de consumos actuó con un impunidad en la comarca durante varios años.
En 1907 hubo también un infanticidio sin esclarecer: una niña recién nacida fue arrojada a un pozo minero con un cordón de esparto atado al cuello. También eran frecuentes las incautaciones por contrabando de tabaco, las estafas (falsificación de papeletas de Lotería) e incluso, años más tarde, fue detenido algún conocido activista antisistema, como fue el caso del anarquista José Almarach, que estaban en busca y captura desde los sucesos de la Semana Trágica de Barcelona: Cabo de Palos había dejado de ser un lugar tranquilo del Mediterráneo
El Noticiero en su edición del día 12 de febrero de 1968: …Pero así como el Teatro Circo venía conociendo horas triunfales, hubo en otros lugares momentos aciagos. Fue cuando el 4 de agosto de 1906, y en los bajos de Las Hormigas junto a Cabo de Palos, 84 naufragó a las 4 de la tarde el vapor italiano Sirio, que se dirigía a Brasil conduciendo numeroso pasaje compuesto en su mayoría de emigrantes. Tras el choque se hundió el buque de popa con rapidez, y la falta de serenidad del capitán, que se apresuró a salvarse en vez de dirigir desde su puesto de mando el salvamento de los demás, fue causa de las grandes proporciones que alcanzó la catástrofe. Varios barcos de pescadores acudieron, y por el arrojo de sus tripulantes pudo salvarse a unos quinientos pasajeros; sin embargo, hubo más de trescientas víctimas, y una de ellas fue la triple Lola Millanes, joven y hermosa, que en temporadas anteriores había trabajado en el Teatro Circo…
Pero además del luctuoso suceso del hundimiento del Sirio, hubo en esos años en las costas de Cabo de Palos otros hechos más felices, e incluso un importante encuentro real frente a sus costas: el del 7 de abril de 1907 Eduardo VII de Inglaterra y Alfonso XIII se reunieron frente a Cabo Pilar y la playa de Los Blancos. El entonces rey de España se dirigió a bordo del Giralda a recibir al yate británico Victoria and Albert, situado junto al resto de la escuadra inglesa a cuatro millas de dicho cabo, formando una línea recta perpendicular a la costa. Tras un breve encuentro, los barcos ingleses siguieron al yate español rumbo a Cartagena, donde firmaron los históricos acuerdos que ratificaban lo estipulado a nivel colonial en la conferencia de Algeciras de 1906. Coincidió con un momento en el que se generalizaron en estas costas las maniobras y prácticas navales relacionadas con la tecnología del arma submarina.
Sus habitantes poco a poco prosperaban y Diego Rebollo ponía en marcha la primera lonja, situada en el paseo de La Barra junto a la tienda del más próspero comerciante, Isidro Olivares El Sabio, y cerca de los negocios de José Ruso Martínez. Es un momento de reorganización a nivel nacional del sector pesquero, poniéndose en marcha los llamados pósitos de pescadores, cuyo principal objetivo era acabar con los intermediarios y poder así obtener mayores beneficios con la venta de sus productos, también constituir una caja de pensiones y una cooperativa de consumo.
También eran frecuentes las reuniones en casa de Juan de la Cierva de los miembros de la Juventud Conservadora de Cartagena, integrada por Ángel Moreno, Luis Angosto, Mariano Sanz, Vicente Monmeneu, José Lizana, Antonio de Lara, Juan Dorda, Antonio Manzanares, Antonio Escámez, Rafael Orduña, Francisco Gallardo, Emilio Nieto y Eduardo Espín. El que fuese presidente del Gobierno y ministro varias veces de la Restauración era en aquellos años una figura omnipresente en la escena política regional, y desde Cabo de Palos, con la asistencia de sus hijos, el inventor del autogiro, Juan De la Cierva Codorniu y Ricardo, también político y abogado, desarrollaban todo tipo de actividaPlaya de Levante en 1919 100 des, acompañados por un creciente círculo de influencia: aquel núcleo de veraneantes primigenio estaba compuesto por las familias Ferro, Gómez Pavón, Heredia, Pardo y Gómez.
La creciente presencia de veraneantes de elevada posición económica y política (recordemos que durante el hundimiento del Sirio estaba en Cabo de Palos el presidente del Gobierno) hizo posible también la existencia de algunos teléfonos particulares y uno público
En los veranos de Cabo de Palos, Antonio Ros es una estrella refulgente; viajado, cosmopolita e ilustrado, introductor de la modernidad de la mano del presidente del Ateneo de Cartagena, Óscar Nevado; y anfitrión de una de las grandes glorias de la literatura maldita española, el oriolano Gabriel Miró, que veraneó en casa de un pariente común en 1927 y 1928, al cual acompañó en muchas noches a cala Fría y cala Chica, viviendo junto a él muchas noches de reflexión literaria y otras tantas junto a la hija de éste, la también poetisa Clemencia Miró, a la que susurró dulces estrofas al amparo de las estrellas. En esos ya lejanos veranos nacieron muchos sueños literarios a la sombra del faro, que inspiró el famoso poemario de Gabriel Miró El ángel, el molino, el caracol del faro y la obra poética y pedagógica de Carmen Conde, María Cegarra y Antonio Oliver, amigos todos ellos de Antonio Ros. Gabriel Miró falleció en 1930 sin poder llegar a ver materializado su sueño de poder ser académico de la lengua y sin poder vivir la proclamación de la Segunda República y la puesta en marcha de las Misiones Pedagógicas y de la Universidad Popular de Cartagena.
En relación a la agricultura practicada en los rasos situados en las afueras de Cabo de Palos, en el amplio espacio medio deshabitado que se abría entre las salinas y la costa, diremos que era ya una actividad secundaria, siendo los propietarios más importantes los miembros de las familias Sánchez Madrid, García Sánchez, Muñoz Bernal, Alarcón, Sanmartín y Casanova, dueños de una gran extensión lindante con cala Flores, cala Reona y las antiguas minas de hierro. El comercio era escaso, existiendo en aquel entonces algunas panaderías (las de Juan Trinidad Pérez Madrid, Antonio Sánchez Martínez, Lucas Hernández Fructuoso e Isidro Romero Martínez), una carnicería, un modesto colmado (de la familia Sánchez Andreu) en la misma orilla del mar, en el paseo de La Barra, y otro un poco más amplio del que era propietario el vecino Trinidad Pérez Madrid; también había una sucursal de la peluquería de Juan Cánovas. El hospedaje era precario, pues solo había una modesta pensión y en los años 30 se puso en marcha el hostal de la playa de Levante, el popular Micaela Hilton.
Cabo de Palos comenzaba a masificarse y poblarse de turistas, llegando a parecerse bastante a lo que es la localidad en nuestros días, incluso en fenómenos que creemos nuevos y no lo son, como el famoso botelleo del fin de semana, del que tenemos ya noticia en 1960 por un artículo publicado el 7 de julio de ese año en el diario El Noticiero: Las playas son para divertirse. Esto está claro: lo que no se puede es ir a las playas de «gamberro». Esto lo decimos porque el domingo aparecieron en Cabo de Palos unos «zulús» vestidos a la moderna y con esa gracia que caracteriza a estos niños. Tomaron por asalto las Cabo de Palos unía lo antiguo y lo moderno 196 terrazas de las casas que estaban cerradas. Todo estaría bien si aprovecharan esas terrazas para pasar un día agradable, pero a lo que no hay derecho es a que no guardaran el comportamiento que debe tener toda persona educada, y dejaron huellas de su poca delicadeza, manchando las paredes y causando algunos desperfectos… El problema llegó a ser tan grave que se aprobó ese mismo verano, con carácter de urgencia, el llamado «Bando del silencio», que estableció la primera normativa limitando horarios de apertura y cierre de locales y una serie de multas que oscilaban entre cien y quinientas pesetas y penalizaban el incumplimiento de las ordenanzas municipales, el escándalo público, el exceso de velocidad en la vía pública, los ruidos de las motos, la conducción temeraria de vehículos y el desacato a la autoridad.
Cabo de Palos era ya una localidad muy conocida a nivel nacional, que aparecía con frecuencia en los documentales del NODO y en las películas de tema veraniego y nacional de Manolo Escobar, Julio Iglesias, Conchita Velasco, los Ozores, Manolo Gómez Bur, Gracita Morales o José Luis López Vázquez. Quizás la de mayor calidad fue la del mítico director de culto Jess Franco, quien rodó un film erótico-misterioso: Vampyros Lesbos.
Por aquellos años aparece en La Manga un empresario británico-malayo llamado Selva Carmichael, que abrió oficinas en la plaza Bohemia y compró varias propiedades de una forma poco transparente: agentes de Scotland Yard y la policía judicial de Cartagena, en una acción conjunta, investigaron sus negocios y lo detuvieron antes de que sus proyectadas inversiones en Cabo de Palos llegaran a realizarse.