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entrevista con el bailarín valenciano 

Nacho Duato: "Me retiraré en Valencia para morirme debajo de un naranjo

  • El bailarín Nacho Duato. Fotos: KIKE TABERNER

MURCIA. Nacho Duato se fue de Valencia a los dieciséis años siguiendo su intuición y su pasión: bailar se le daba bien y quería llegar lejos. Tenía que intentarlo. Al despedirse de su ciudad natal -y, por extensión, también de España-, soltó lastre. Y es que, Duato ha relatado en diversas ocasiones cómo su condición de niño "con maneras" y bailarín atormentaba a su padre, y le convirtió a lo largo de su infancia en un blanco para los abusones del colegio. 

Como bien sabemos, su carrera despegó como un cohete. Se formó en la Rambert School de Londres y amplió estudios, primero en la Mudra School de Bruselas, bajo las órdenes de Maurice Béjart, y después en la American Dance Center de Nueva York junto a Alvin Ailey, otro coreógrafo legendario.  

Su talento sobresalió pronto, incluso entre la élite de la danza. Debutó como bailarín profesional en 1980 en el Cullberg Ballet de Estocolmo y montó su primera coreografía en el Nederlands Dans Theatre a una edad insólita, veintitrés años. El coreógrafo holandés Jiri Kylián apostó por su talento desde el primer momento. Eran los comienzos de una trayectoria que ha ido enlazando éxitos y reconocimientos a lo largo de más de cuatro décadas. Duato es, en suma, uno de los bailarines y coreógrafos españoles con mayor proyección internacional de la historia. 

Actualmente vive a caballo entre San Petersburgo y Madrid pues en 2011 empezó a dirigir el prestigioso ballet del Teatro Mijáilovski y, tras un hiato de cuatro años en los que asumió la dirección del Ballet Estatal de Berlín, en 2019 regresó a Rusia, cuna del ballet clásico. 

La danza es una de las profesiones más sacrificadas que existen; no solo llevan el cuerpo al límite sino que exigen un estilo de vida nómada y grandes dosis de soledad. Al menos ese fue el caso de Nacho Duato, entregado desde una edad muy temprana a la doble tarea de dar el callo como primer bailarín y crear coreografías. Mientras otros compañeros peregrinaban por discotecas, él se quedaba en casa. Así se fue cimentando una personalidad solitaria y desapegada de las personas y los lugares.  

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