MURCIA. El restaurante La Parranda, un emblema de la cocina tradicional murciana, ha bajado la persiana después de más de cinco décadas abierto en pleno corazón de la ciudad. En su fachada, en la plaza de San Juan, ya cuelga el cartel de "cerrado por jubilación", una despedida discreta pero que no ha pasado desapercibida para quienes lo convirtieron en punto de encuentro durante generaciones.
Desde 1975, este local ha sido refugio para los amantes del buen producto, la cocina con alma y las recetas de siempre. Su chef y alma mater, Pepe Guillén, supo transformar los sabores de la huerta y del mar en platos que conquistaron a miles de murcianos y visitantes.
El cierre, aunque esperado por la jubilación de sus responsables, supone un pequeño golpe emocional para quienes lo sentían parte del paisaje cotidiano del centro histórico. Un adiós que evidencia el momento de transformación que vive la ciudad, donde negocios emblemáticos dicen adiós mientras nuevos modelos hosteleros florecen.
En el lado contrario de esta despedida, el centro de Murcia ha vivido un auténtico boom de aperturas, especialmente de locales especializados en cocina internacional, hamburguesas o comida rápida gourmet. Las franquicias y nuevos conceptos gastronómicos han tomado fuerza y atraen a una nueva generación de comensales, renovando la vida comercial y social de la ciudad.
Sin embargo, La Parranda deja un hueco que no se llena fácilmente. No se va solo un restaurante, sino un lugar que durante casi medio siglo supo tejer vínculos entre la cocina murciana más auténtica y quienes la disfrutaban en cada comida. Bajo la batuta de Pepe Guillén, su cocina honesta y sin artificios logró lo que pocos: convertirse en parte del alma del casco histórico.