MURCIA. Leí que Isabel Coixet decía que si de algo se arrepentía en esta vida era de haberse tomado en serio a gente que no le llegaba ni a la suela del zapato. Creo que es un daño compartido. Yo también doy demasiada importancia a gente que con sus comentarios pretende hacernos polvo. Quizá la infancia y adolescencia sea cuando más aguantamos. El colegio y el instituto parece que no vayan a terminarse jamás. Pero todo termina. Solo espero que ahora las cosas hayan cambiado con la nueva generación de maestros y profesores que me rodean. Yo todavía vengo de una generación en la que se promulgaba una lucha contra el acoso escolar legal y un pasotismo por parte de los equipos educativos real. Algo así como el despotismo ilustrado. Yo voy preparando munición por si me piden mi visión, que será enormemente tenso.
Y yo, al final de todo, pienso: ¿qué esperas de ti que quieres que recuerden? Sigues por aquí buscando lo de siempre. Pero esos momentos no volverán. Deja de vender a todos los de verdad. No siempre quedará París a pesar de que te lo prometí.
Me volví un esteta de manual gracias a las novelas y el pop que escuché en casa de mis padres. Allí desarrollé mi alto sentido estético. Y no hablo de estética como algo que llevamos, que nos ponemos en la piel, que nos ayuda a conservar la juventud como si del bálsamo de Fierabrás se tratara. Un esteta es un individuo para quien el arte es un valor primordial. Además se llama esteta a aquel que realiza un culto a la belleza o que tiene conocimientos sobre estética. A mí, por ejemplo, visitar el mar me suele traer sensaciones olvidadas entre los pliegues de mi memoria: la caricia de una mano querida, la firmeza de un brazo amigo, la alegría de lo compartido y el anhelo de lo deseado. Anteponer la belleza a las problemáticas sociales, a cuestiones morales o a las reflexiones profundas acerca de los diversos temas que más importan en la sociedad no son características que se consideren aceptables hoy en día, sino más bien todo lo contrario.