MURCIA. Hay un señor que me llama calvo cada vez que me ve. Debe de pensar que no tengo espejo. O que los calvos es que siempre han hecho mucha gracia. Debe de ser algo así como los chistes raciales, sobre mujeres o de Lepe, que mientras algunos lloran de la risa que les produce lo banal, otros sentimos como la sangre hierve por dentro. Un profesor de educación física me dijo que me pusiera un peluquín cuando empezó a caérseme el pelo en círculos. No le contesté. Hoy lo hubiera hecho, porque no dejo que nadie se meta conmigo o con mi forma de trabajar, pero la vida no te da armas para defenderte cuando eres un niño; te las da cuando ya es demasiado tarde.
Sé perfectamente cuándo sobro en la vida de alguien. Sé cuándo no quiero a alguien cerca. He aprendido a desaparecer como un ninja, silencioso, entre la sombra. Sé muchas más cosas de las que finjo no saber. Me hago muchísimo el tonto a pesar de que, como dijo Giorgio Armani, eso sea un signo de poca elegancia. Se vive mejor así; menos preocupaciones. Son las heridas que deja el tiempo, supongo que todos tenemos alguna.
"A nada te acostumbres para que nada te haga falta", me dijo alguien que me importa demasiado como para no hacerle caso. "Porque en este mundo, cuando estás arriba, estás muy arriba, pero cuando vas cayendo te sientes cuesta abajo y sin frenos", me añadió un icono nacional completando a la otra persona –sin conocerse de nada–. No pude decir nada, tan solo asentir y callar.
El otro día vi una de las muchísimas publicaciones de Instagram que no me importan nada y me sorprendió muchísimo, porque suele ser así. Cuando algo te importa poco, que te impacte es sorprendente. Es increíble la cantidad de contenido que generamos diariamente. Era una niña llorando porque le habían cortado demasiado el pelo en un corte bob que, personalmente, a mí me vuelve loco.
Lloraba y lloraba, sin parar. Lo mismo vi cuando pasé por delante de una peluquería. Otro chico, este más mayor, lloraba. Y no paraba. Y yo, que perdí el pelo con dieciséis años por la alopecia areata que arrastro –una enfermedad que provoca la caída del pelo, ya que el sistema inmunitario ataca los folículos pilosos–, no llegaba a entender nada. ¿Le daban ellas un valor a su melena que yo, al final, no había podido llegar a entender? ¿Era la excepción?