MURCIA. No soy nostálgico, pero disfruto estudiando el pasado. No el mío, no me pierdo en lo que fue y los que un día fueron, pero sí que encuentro la belleza en muchos sitios que otras personas no. Tampoco me gustan las novelas de Grecia y Roma que están tan de moda y dicen ser el estudio de un tiempo en el que la simetría y clasicismo –que tanto me encantan– estaban a la última. Me aburren casi tanto como las policíacas. Creo que ya estamos todos un poco saturaditos. Es hora de hundirnos en nuestras psicologías.
Cuando hablo del pasado lo hago de uno más reciente. Aquellos plisados de Mariano Fortuny que salvaguardan la memoria española de lo que fuimos los españoles en Venecia a principios del siglo XX y ahora viste una sala entera en el Museo del Traje de Madrid; esas casas señoriales cuya sola presencial convierten la calle en un museo y cuyos portones y cariátides neoclásicas -buscadlas, son muy corrientes en los centros de las ciudades- soportaron las bombas durante la guerra; en ese edificio que rompe con toda estética posible y, a pesar de parecer feo, demuestra la diferencia. Por eso me gusta la moda, porque siempre tiene algo con lo que sorprenderme. Creo que por eso me gusta Pilar Dalbat. Porque sabe sorprenderme.