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La moda en tiempos de posguerra: un legado que resuena en el presente

MURCIA. La moda, ese eterno reflejo de los tiempos y las sociedades, encontró en la posguerra un terreno fértil para la transformación y la innovación. Tras el fin de la Segunda Guerra Mundial, el mundo se encontraba en un estado de reconstrucción, no solo física y política, sino también cultural y estética. La moda, como expresión de la cultura y el espíritu de una época, no fue ajena a este proceso de cambio.

Durante la guerra, la escasez de materiales y la necesidad de funcionalidad llevaron a la creación de prendas más simples y prácticas. La austeridad impuesta por el conflicto bélico se reflejó en la moda con el uso de tejidos más económicos y la reutilización de prendas. Las telas más fuertes, que coincidían con las más glamurosas como las sedas, se destinaron para hacer paracaídas. Sin ningún tipo de escrúpulos por parte de los comerciantes. Eso podemos verlo en El tiempo entre costuras, de María Dueñas, cuando Sira, la protagonista, una espía casi obligada, le pregunta a un comerciante que a quién vende sus apreciadas telas. “Al mejor postor, querida”, le respondió este.

Sin embargo, fue después del armisticio de 1945 cuando la moda comenzó a florecer nuevamente, simbolizando la esperanza y el renacimiento de las sociedades devastadas por la guerra. 

La ocupación nazi de París durante la Segunda Guerra Mundial tuvo un impacto significativo en las casas de moda de la ciudad, que era y sigue siendo una de las capitales mundiales de la moda. Durante este período, muchas casas de moda se vieron obligadas a cerrar, mientras que otras tuvieron que adaptarse a las circunstancias extremadamente difíciles.

Por ejemplo, la maison Vionnet y la maison Chanel, dos de las casas de moda más prestigiosas, cerraron sus puertas durante la ocupación. Algunos diseñadores, como Mainbocher, decidieron trasladarse permanentemente a Nueva York, buscando un ambiente más seguro y estable para continuar su trabajo creativo.

Antes de cerrar su casa de moda durante la Segunda Guerra Mundial, Coco Chanel expresó su percepción de que la moda había dejado de ser una prioridad para las mujeres debido a la guerra y la escasez de telas. Ella asumió que no era un buen momento para la moda y decidió cerrar todas sus tiendas, excepto la ubicada en el número 31 de la rue Cambon. Al respecto, Chanel dijo: “Tenía la sensación de que terminaba una época y de que jamás volverían a hacerse vestidos. Pero me equivoqué”. Esta declaración refleja la incertidumbre y el pesimismo que sentía sobre el futuro de la moda en ese momento crítico de la historia.

Las casas de moda que permanecieron abiertas en París enfrentaron restricciones severas. La Cámara Sindical de la Alta Costura, tomada por los nazis, impuso controles en la exportación de telas y limitó el número de modelos que podían participar en cada casa, como medida de precaución. Nada podía ser demasiado grande, pequeño, bonito o feo, extravagante, porque una censura implacable lo impedía. Le sucedió a Balenciaga con la colección de sombreros que presentó, que fue tomada por los censores como “intento de rebelión”, según se describió. 

“Solo son sombreros y yo soy apolítico”, dijo él. “¡Hasta un sombrero es político, Cristóbal!”, fue lo que Wlazio, su amante y pareja, le respondió. Estas restricciones reflejaban la escasez de recursos y la necesidad de controlar la industria durante la guerra.

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