MURCIA. “Ese olor todavía me recuerda a ti” me dijo alguien que se había acercado de más a mi cuello. “No es difícil, llevo usando el mismo perfume demasiado tiempo” le respondí yo con un toque de inocencia a aquella declaración de intenciones. El recuerdo de un perfume puede ser una declaración de intenciones en mitad de la noche si dos personas se han reencontrado en la oscuridad de un parking solitario en el que les refugia la intimidad.
Todos tenemos un olor que nos devuelve a una faceta de nuestra vida. Vanderbilt, por ejemplo, aquel perfume que nos devuelve de un plumazo a los ochenta, me trae de vuelta a mi abuela cuando tropieza en una corriente de viento con mi nariz. Siempre llevaba esa. Mi memoria recuerda a mi abuela Carmen con olor a talco, a flores y hierba fresca. Puedo identificar a una de mis amigas antes de que tuerza la esquina. Es una mezcla a café, tabaco y Chanel, como la canción de Vacilos. Mi madre y mi tía, sobre las doce del mediodía, suelen oler a hogar. El perfume que usan se ha mezclado en la cocina con lo que hayan cocinado para la hora de comer y crea un ambiente exquisito.