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'La divina probabilidad de los recuerdos extintos' de Iury Lech

MURCIA. Es como cuando estamos convencidos de ser algo que en realidad no somos: conocerse es un trabajo ingrato, áspero, y lleno de incertidumbre. Solemos afirmar verdades sobre nuestra naturaleza que se corresponden poco o nada con lo que demostramos ser con nuestras acciones. Aquellos de obras son amores, y no buenas razones. El caso es que ser alguien (un ser humano) no es sencillo. Es un proceso sembrado de contradicciones y sinsabores. Por suerte, nuestra habilidad para recordar es muy limitada. Quitando de una mujer con síndrome de Savant que al parecer lo recordaba todo de sus días con total nitidez, los demás lo que tenemos es una adaptación inexacta de la realidad, cuyos contornos se van desdibujando con el paso del tiempo y con el almacenaje de nuevos recuerdos. Por si fuera poco, pagamos un precio por recordar: consultar al archivo de un recuerdo lo sobrescribe; quizás cambie la ubicación, los protagonistas, la compañía, lo dicho o el resultado. El recuerdo se vuelve otra cosa: una creación. En ocasiones acaba tan alejado de lo que fue en su momento que ni siquiera nos atrevemos a afirmar que sea un recuerdo, y sospechamos que podemos estar tratando con un sueño. Eso pasa mucho con los recuerdos (¿o sueños?) de la infancia o la adolescencia. Los recuerdos no son fotografías o vídeos, sino bosquejos rápidos a mano alzada. Por supuesto, además, disponemos de mecanismos de borrado. Los recuerdos se extinguen. A veces en masa. Generalmente querer activamente que un recuerdo desaparezca, termina por fijarlo más todavía. Esforzarse por no olvidar algo no garantiza nada: hasta las caras de nuestros seres más queridos se diluyen en la memoria. ¿Cómo puede ser? Solo se explica asumiendo que nuestra capacidad para recordar es tremendamente defectuosa. Recordar es en parte imaginar. Hasta la fecha, eso sí, incluso en su imperdonable imprecisión, esta herramienta nos ha ayudado a medrar como especie. Ahora hemos llegado a un punto en qué recordar ya no es tan necesario: hemos externalizado la memoria en diferentes dispositivos y aplicaciones. No hace falta que recordemos una ruta: tenemos GPS. Tenemos correctores de texto, bibliotecas de imágenes vastísimas y portátiles. Internet en el bolsillo. Todo. 

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