MURCIA. El día 9 de agosto de 2022 el diario El País publicaba un artículo de su enviado especial a Kiev, Óscar Gutiérrez, con el título La central nuclear de Zaporiyia, la rehén más peligrosa de la guerra en Ucrania, y la entradilla Ucrania acusa a Rusia de minar y almacenar armamento en la planta energética, que desde el fin de semana sufre daños provocados por varios ataques, aunque no fugas. Moscú y Kiev piden una misión de la Agencia Internacional de la Energía Atómica. Ese mismo día fallecía en Brighton, Inglaterra, Raymond Briggs, el autor de “When the wind blows”, la más poderosa diatriba en contra de la escalada nuclear en forma de cómic, y posiblemente en cualquier otro género narrativo, publicada en 1982, nada más comenzar el mandato presidencial de Ronald Reagan, cuando estaba muy presente el enfrentamiento nuclear entre la NATO y el Pacto de Varsovia. Un día más tarde, el crítico e historiador del cómic Álvaro Pons publicaba un tweet con el siguiente texto: Briggs nos dejó un relato desolador y despiadado de la locura de la guerra nuclear. Quizás, si su lectura o visionado fuera obligatoria en todo el mundo, este planeta no intentaría lanzarse a la autodestrucción con alegría.
Nunca he sido muy de lecturas obligatorias, aunque el hecho de que me empujaran (con un empuje bastante imperativo) a leer la “Ilíada” con unos doce años, y lo hiciera en la minúscula tipografía (ahora mismo casi una sopa de letras ante mis ojos) de la colección Austral, en “versión directa y literal del griego” por Luis Segalá y Estalella, acabó de consolidar mi personalidad lectora. No fue la guerra de Troya la primera, ni siquiera la más grande, ni la más mortífera, probablemente, pero sí fue la guerra nuclear del mito, la confabulación de fuerzas que hizo de los guerreros los chicos buenos de la tribu, el epítome de la virilidad, la transubstanciación de la sangre y el sexo.