MURCIA. En términos generales, resulta bastante fácil distinguir una vivienda que fue habitada en la segunda mitad del siglo pasado, frente a aquellas otras más propias de nuestra centuria, por el “culto” a las cosas que se profesaron en las primeras y por esa especie de repudio a las mismas que tiene el “homo ludens” en las actuales. Obviamente estoy generalizando. Más allá del orden, el abigarramiento o el gusto decorativo, aquellos eran espacios propios de un mundo analógico, los actuales lo son más de la “infoesfera”. Para Walter Benjamin la relación de posesión es la más intensa que se puede tener con las cosas y esa relación de afecto, de fetichismo, se percibe cuando uno conversa con quienes vienen de ese mundo del pasado cercano. Se trata de personas dotadas de una memoria vital que dudo que tengan quienes su vida se basa en la información, en las experiencias, puesto que lo digital carece de memoria al fragmentar en numerosas partes la vida. El fetichismo que se daba y se da todavía a los objetos, y que nos evoca vivencias y etapas de la vida, sin embargo, empieza lentamente a desaparecer.
Cuadros, objetos de vitrina, muebles, libros, discos y películas en los más diversos formatos, tocadiscos, fotografías en papel, colecciones de revistas, de sellos, de monedas, de cómics, juegos de mesa ocupan estanterías con menor o mayor orden tienen su historia y detrás de estos hay un cúmulo de vivencias, hay personas. Con sus indiscutibles cosas positivas ¿que hay detrás de las redes sociales si las convertimos en el eje de nuestras vidas?. Las viviendas de estos nuevos de anuncios de tiendas suecas de decoración, se mueven dentro una adormecedora uniformidad de maderas claras; los objetos se han evaporado incluso las paredes lucen níveas, ausentes de cuadros. Nos adentramos, y en parte ya vivimos, en el tiempo de las no-cosas, aunque esto no ha hecho más que empezar.