MURCIA. Se acaba de cumplir un año de la agresión criminal contra Ucrania, que había comenzado en la década anterior, pero en 2022 se desató ya sin hombrecillos verdes ni colaboracionistas interpuestos. Hace un año se nos advertía de que no sucedería, de que quien sospechase que Rusia iba a invadir Ucrania a pesar de los hechos era porque no tenía ni idea, no estaba informado. Muchos se mofaban. Luego se produjo la invasión y se cargaron las tintas contra el estado ucraniano por defenderse. Su legítima defensa, mucho cuidado con ella, que podría ser un baño de sangre.
Una masacre que iba a durar tres días, pero resultó que el ejército ucraniano planteó una defensa inteligente y logró rechazar al invasor en Kiev. La guerra de tres días ha acabado con un millón de rusos escapando de su país para no ir a morir a Ucrania. Están cayendo centenares de rusos para cada palmo que dicen conquistar las tropas de Putin. Ahora, con el disfraz del pacifismo, hay esfuerzos coordinados bajo consignas para promover una negociación que consolide las conquistas militares rusas, el Este de Ucrania y un corredor que llega hasta Crimea. Hay prisa y nerviosismo, porque el contraataque ruso ha sido un fiasco y, cuando Ucrania se arme y contraataque, tiene pinta de que podría ser como el verano pasado.
De todos los escenarios espantosos de esta guerra, si hay uno que me llama la atención es el de los soldados. Los rusos, mercenarios, presidiarios y ultraderechistas aparte, son reclutados en las regiones más pobres y enviados a defender los intereses de la mafia criminal que tiene secuestrado su país, pues no son los intereses rusos los que están en juego. En el otro lado, los soldados ucranianos. Vidas truncadas, muchas perdidas, algunas rotas, para defender a su país... y a Finlandia, Polonia, Moldavia, etc, etc...
Si hubiera que remitir a un autor en el mundo del cómic que ha tratado todo ese absurdo, ese es sin duda Tardí. Hace justo año, fue a él a quien recordamos un día antes del inicio de la contienda. El autor dedicó su vida a reconstruir, entender y narrar el infierno de la guerra de trincheras. Como le pasó a tantos europeos conscientes con perspectiva de lo que ocurrió en los años 10 del siglo pasado, es difícil leer su obra completa y no optar por una visión ácrata o anarquista. Tener claro que, si te ves en una de esas, serías desertor y adiós muy buenas.
Hoy preferiría completar con el análisis de la mente del combatiente que hizo Oliver Jouvray con dibujos de Ricard Efa en El soldado, publicado en España por Norma en 2016. Si hay algo que me fascina en sus páginas es el dibujo de Efa, unas acuarelas que nos llevan a las corrientes artísticas de segunda mitad del siglo XIX. Es ahí donde se sitúa la obra, en la Guerra Civil estadounidense, y también en un libro, El rojo emblema del valor, de Stephen Crane, publicado en 1895, y uno de los favoritos de Hemingway. Se trata de una historia plenamente militarista, un elogio del valor en el campo de batalla, pero Jouvray hace en su guión para estas viñetas una lectura libre. Bucea en la psique de los chavales de la novela con una visión menos encorsetada por la gloria militar y esas propagandas.