La figura de Gustav Klimt no se entendería sin Emilie Flöge, con la que mantenía una relación muy estrecha y que a día de hoy sigue sin concretarse. Amiga, compañera sentimental, amante, confidente… lo cierto es que compartieron la vida durante al menos treinta años y que algunos de los cuadros más importantes del pintor la tuvieron como protagonista. Solo hay que pensar en el retrato que le hizo en 1902 y en el que Emilie aparece vestida con un traje azul adornado con motivos modernistas. Incluso se especula que El Beso retrata a ambos. Una relación que también llevó a Gustav Klimt a conocer la región de Salzkammergut, de cuyos paisajes se enamoró y pintó influenciado por el impresionismo.
Concretamente se enamoró a orillas del lago Attersee donde las hermanas Flöge alquilaron una casa y a la que Klimt acudió en busca de paz los veranos de entre 1900 y 1916 —con excepción de 1913, cuando estuvo en Malcesine, a orillas del lago de Garda—.Un lugar idílico con coquetos pueblos a orillas del lago y protegidos por montañas que esconden valles, cuevas de hielo y miradores en los que contemplar tal belleza desde las alturas. Un reducto de paz que Klimt plasmó en sus pinturas, eclipsado por los reflejos de la luz en las aguas del lago Attersee y esa paleta de colores que regalan las montañas que lo rodean. De hecho, creó alrededor de cuarenta de sus más de cincuenta pinturas de paisajes conocidas en esta región, creando así un impresionante legado artístico para Attersee.