MURCIA. El futuro se ha transformado en el presente en cosa de un pestañeo algorítmico: un paso más en la carrera acelerada del progreso tecnológico en la que la distancia entre un avance revolucionario y otro es cada vez más corta, y en la que la meta, o el relevo, se adivina no humana, red neuronal, singularidad. Hemos creado máquinas pensantes, inteligencias artificiales que más temprano que tarde tirarán del carro del saber, pero también lo dirigirán. De protagonistas pasaremos a testigos, asistentes estupefactos a la apertura del arca de la ciberalianza. Ya está sucediendo: ningún humano volverá a ganar a una máquina al ajedrez o al go. En cierto modo, ya no son nuestros juegos. Por medio de la IA hemos generado un inmenso atlas de proteínas: AlphaFold, sistema desarrollado por DeepMind (Google), ha predicho la estructura tridimensional de casi todas las proteínas conocidas: nada más y nada menos que doscientos millones, un hito científico que nos permitirá entender los mecanismos que rigen algunas de las peores enfermedades que hoy día sufrimos. En el campo de la creación gráfica, inteligencias artificiales generativas como Midjourney han caído como una bomba sucia, amenazando con dejar sin trabajo al mismo sector al cual ha expoliado (precisamente) su trabajo de forma ilegal para entrenarse y obtener los increíbles resultados que obtiene. Lo mismo ha sucedido con la fotografía.
Al mismo tiempo, ChatGPT primero y Bard después, han sido presentados y desatados en sociedad poniendo patas arriba la educación a medida que los estudiantes han accedido a una herramienta con un potencial absolutamente increíble que entre otras habilidades, puede escribir cualquier tipo de trabajo por ellos. No solo eso: puede escribir cualquier cosa para cualquiera: contratos, informes, canciones, poemas, cartas, avisos, discursos, posts, código. Entre unas y otras, las IA que hoy conocemos y las que vendrán —lo de hoy es nada en comparación con lo que existirá en seis meses, o en tres—, van a poder hacer el trabajo que ahora mismo llevan a cabo millones de personas. Esto sería genial si a lo que aspirásemos todos en conjunto, como sociedad, fuese a que nuestra especie pudiera vivir sin trabajar, disfrutando de cada una de las horas de nuestra corta vida; el caso es que tal y como nos hemos organizado, el afán de lucro personal decidirá mucho más rápido, y efectivamente, millones de congéneres perderán el empleo sin disponer de una alternativa, para que su empleador se ahorre salarios y gane mucho más dinero. ¡La economía, estúpido!, que diría el asesor de Clinton.