MURCIA. Nico vivió y murió siendo un enigma. Fue una mujer tremendamente atractiva que abjuraba de su belleza. Ganó dinero y notoriedad trabajando como maniquí de alta costura y modelo fotográfica, pero únicamente vio esta ocupación como una vía para conseguir lo que realmente buscaba. ¿Cuál era ese objetivo? A día de hoy nadie lo sabe, y probablemente, tampoco ella lo supo nunca. A Nico hay que considerarla como un misterio sin solución posible. Los álbumes que hizo a partir de 1968 y hasta poco antes de su muerte en 1988 son las únicas claves de acceso a su mundo. The Marble Index (1968) y Desertshore (1970), sus obras más importantes, acaban de ser reeditadas por la discográfica Domino Records, una buena oportunidad para recordar y revaluar dos álbumes que durante años dejaron a los críticos musicales sin saber qué decir o, peor aún, diciendo gilipolleces. Desde hace un par de décadas, ambos discos son objeto de una revisión crítica que, poco a poco, ha ido divulgando su verdadero interés, el peso de su aportación. Si Nico no hubiese abandonado las pasarelas para pasar a formar parte de la tribu de marginados de Andy Warhol, entonces tampoco habría grabado nunca estos dos discos. Pero así era Nico. Buscaba algo que ya nunca sabremos qué era y que, seguramente, no encontró jamás. Pero a lo largo de su camino fue dejando un rastro musical que sólo podía ser suyo. Sus discos fueron tachados de ser insondables, un prejuicio que tiene más que ver con el mito de la artista yonqui que con la música que contienen. Pero ni eran tan insondables, ni tampoco fueron fruto de una colgada. Nico no tuvo miedo alguno en plasmar su visión musical. Abandonó el rock, el formato de canción pop, se fue a una latitud artística perdida en la bruma y allí erigió su reino, ese territorio imaginario que solamente le pertenecía a ella.
En 1968 nadie estaba preparado para un disco como The Marble Index. Me refiero a nadie del ámbito de la música pop. Nico venía de cantar con The Velvet Underground y había registrado un álbum como solista que sonaba a folk escuetamente orquestado con violines. Warhol la metió a cantar con los Velvet para que les aportara el carisma y el glamur del que la banda, tan dada a vestir completamente de negro, carecía. Nico hizo bastante más que aportar su uno ochenta de estatura, sus pómulos de mármol y su melena rubia. Si la llegan a dejar habría cantado el repertorio entero de la banda, pero sus compañeros se negaron, especialmente Lou Reed, autor de la mayoría de las canciones. Así y todo, el tono mortuorio que le confería su acento alemán encajaba perfectamente en aquel rock distorsionado contagiado por una visión vanguardista procedente de la vieja Europa. Nico cantaba las canciones bonitas, las más pop, pero también se sumaba a las improvisaciones que el grupo llevaba a cabo en directo. Uno de esos momentos se materializó en su primer álbum, Chelsea Girl, bajo el título de “It Was A Pleasure Then”, una digresión sonora en la que Reed y John Cale se enzarzan en un duelo de ruido mientras ella canta una letra apocalíptica. El recopilatorio de 2007 Frozen Borderline incluía un tema de Nico que hasta 2007 había permanecido inédito, “Sagen Die Gelehrten”, que presenta algunas similitudes con algunas de las primeras composiciones de Velvet Underground.