Apoyada sobre el muro de piedra del Alte Mainbrücke (puente viejo) degusto una copa de vino blanco. Es un Silvaner de una bodega local. Es fresco, seco, afrutado y con notas minerales. Me gusta. No estoy sola; a mi alrededor decenas de personas disfrutan de este momento, también sujetando una copa de vino en sus manos. La mayoría son de vino blanco, aunque también se puede apreciar algún que otro tinto. Todos, alemanes y de la zona. Una mujer pinta con acuarela la imponente fortaleza de Marienberg y los viñedos que la rodean. Lo hace en medio de un corrillo de personas de todas las edades. Mi copa está más vacía. El sol comienza a pintar el cielo de colores cálidos y la gente se afana en hacerse fotos. Disfruto de este instante con cierta envidia, porque esta tradición, conocida como Brückenschoppen, va más allá del vino: habla del amor por su tierra y su cultura. De esta manera tan inusual, Wurzburgo me da la bienvenida, despertando en mí un mayor interés por ahondar en sus terruños y su tradición vinícola, pero también en su historia, marcada por la Segunda Guerra Mundial y por los obispos de Wurzburgo. Será mañana, a plena luz del día.
Wurzburgo, capital de la Baja Franconia (Baviera), sufrió el mismo desenlace que otras ciudades alemanas, y el 90% desapareció bajo las llamas. Reconstruyo la historia en una sala del ayuntamiento, presidida por una maqueta que muestra cómo quedó la ciudad tras los bombardeos. En las paredes, paneles explicativos narran aquellos hechos. En ellos se ensalza la labor de las Trümmerfrauen —mujeres de los escombros—, una figura que desconocía, y de los Monuments Men (hombres de monumentos)— sí, como la película protagonizada por George Clooney—, que trabajaron durante la Segunda Guerra Mundial para proteger la propiedad cultural en las zonas de guerra. Aparece por primera vez un nombre: John Davis Skilton.

- Iglesia de Marienkapelle -
- Alfons Rodríguez
Las mejores vistas de la ciudad
Al salir me dirijo hacia el Alte Mainbrücke, construido en el siglo XV para reemplazar al románico que había sido destruido. A estas horas, es un tranquilo puente que sirve para unir ambos lados de la ciudad. Al cruzar me fijo bien en las doce estatuas que se sitúan a ambos lados; representan a santos y figuras importantes de la historia de Wurzburgo, como el rey Pepino el Breve y el emperador Carlomagno. A plena luz del día, el puente me recuerda aún más al de San Carlos en Praga. Ya en el otro lado, subo unas escaleras que conducen hasta la imponente fortaleza de Marienberg. Las murallas, baluartes y el foso evidencian que antes de que fuera la residencia de los príncipes-obispos de Wurzburgo fue un castillo medieval. Una parte está cubierta por andamios, pero aun así el edificio es imponente. Además, es una gozada caminar por el Fürstengarten, un jardín barroco en el que familias y grupos de amigos disfrutan de un pícnic bajo la sombra de los árboles.
La subida tiene otro atractivo: las vistas. Son increíbles; colinas repletas de viñedos que parecen terminar en el río Meno, cuyo curso serpentea la ciudad, que desde aquí parece un manto de tejados rojos sobre el que se elevan las puntiagudas torres de las iglesias. Destacan las de la catedral de San Kilian, que como otros monumentos de la ciudad colapsó durante el ataque y fue restaurada. Hasta ella dirijo mis pasos, deshaciendo el camino hacia el casco antiguo. Me detengo en la plaza y admiro la estructura. Estoy ante una de las iglesias románicas más grandes de Alemania. Las altas torres, de un tono marfil y decoradas con ventanas, enmarcan el bloque central, presidido por un elegante reloj y un rosetón. De cerca me parece mucho más majestuosa. Accedo al interior y me sorprende la enorme menorá situada a la entrada, las altas bóvedas y la mezcla de elementos románicos, barrocos y modernos. Muy diferente es la vecina Kollegiatstift Neumünster, que destaca por su alta cúpula, sus curvas de arenisca roja y esculturas barrocas. Además, es un lugar de peregrinaje por albergar las reliquias de tres apóstoles de Franconia (Kilian, Kolonat y Totnan).

- Vistas desde el Castillo -
- Alfons Rodríguez
El vino por excelencia de la franconia
Las calles rebosan vida. Gente paseando, yendo en bici y las terrazas repletas de personas comiendo o tomando algo. También hay muchos jóvenes, símbolo de que es una ciudad universitaria. Y sí, la gran mayoría, disfrutando de una copa de vino [¿seguro que estoy en Alemania?]. No hay duda de que Wurzburgo es una de las capitales vitivinícolas más importantes de Alemania —los viñedos que la rodean ya dan una pista— y la puerta de entrada a una región, la Franconia Baja, donde el vino es un sentir.
Aunque el riesling es la uva más extendida en Alemania, aquí la protagonista es la silvaner, una de las variedades de uva blanca más antiguas y apreciadas en la Franconia —y en la región francesa de Alsacia—. Es cierto que el riesling también se produce, pero en menor cantidad y con un perfil más mineral que el de mosela o rheingau. Esto lo he ido descubriendo a lo largo de mis días en la región, al igual que si se emplea la Bocksbeutel, una botella corta, redonda y achatada, quiere decir que ese vino es de gran calidad.
A medida que pasan los días me siento más atraída por los vinos de Wurzburgo y las poblaciones vecinas. Esa cultura vinícola se palpa en toda la ciudad, algo que me sobrecoge porque a veces pienso que, en la Comunitat Valenciana —y supongo que en cualquier otra región española—, se debería tener más sensibilidad por los vinos locales. Siento algo de celos al ver a unos jóvenes conversando alredededor de una botella de vino en la Marktplatz (plaza del Mercado), rodeada por edificios que reflejan las distintas etapas que ha vivido la ciudad. De entre ellos sobresale el Falkenhaus (casa del Halcón), de color amarillo y su recargada decoración exterior con estucos blancos.

- El Alte Mainbrücke es un punto de encuentro con el vídeo. -
- Alfons Rodríguez
La pareja está sentada en un pequeño comercio pegado al muro de la iglesia de Marienkapelle. Conocidos como Schwalbenlädle (tiendecitas de golondrina), existen desde 1437 y supusieron una fuente importante de ingresos para el templo, que destaca por su rojiza piedra arenisca y las líneas verticales blancas. Me sorprende el color, pero hay otra peculiaridad: el tímpano esculpido en el portal norte que representa la Anunciación a María. Al fijarme con detenimiento, se ve cómo de la boca de Dios un tubo desciende hasta el oído de María y, en él, se ve al niño Jesús. Me quedo absorta. Nunca había visto una manera tan singular de explicar la concepción divina.
El día termina paseando, redescubriendo los lugares que ya he visitado y disfrutando de una cena en la taberna Backöfele. Esta noche disfruto de una cena tradicional: Fränkische Bratwürste, acompañadas con chucrut al vino y pan típico de la Franconia. Y sí, en esta ocasión lo marido con una cerveza alemana.
El versalles alemán
He dejado para el último día la visita a la residencia de los obispos de Wurzburgo que, desde 1981, es Patrimonio de la Humanidad por la Unesco. Desde fuera me recuerda al estilo clásico francés. Los impulsores del proyecto fueron los obispos-príncipes Schönborn, y para su construcción apostaron por el arquitecto Balthasar Neumann, por aquel entonces un joven desconocido.
Al entrar, una gran sala presidida por una majestuosa escalera me hace sentir insignificante. Subo los peldaños lentamente, mirando al techo y a ese gran fresco —es el más grande del mundo— pintado por Tiepolo. Es tal su belleza y detalle que el tiempo se detiene. El magistral uso que hace Tiepolo de la luz del color da vida a estas escenas que parecen tridimensionales. Mi guía me cuenta detalles de esta obra maestra que me hacen comprender mejor aquellos tiempos y la concepción del mundo, pues representa los cuatro continentes conocidos en el momento de su creación.
Me cuesta salir de ese ensimismamiento, pero debo proseguir. Las salas interiores son igual o más impresionantes: desde el salón Blanco y el salón Imperial, profusamente decorados, hasta la capilla de la Corte y el impresionante gabinete de Espejos. Tal fue su magnitud que Napoleón calificó a la Residenz (por su condición de residencia de un eclesiástico) como «la casa del cura más grande de Europa».
La visita termina con un nombre que ya había leído: David Skilton. Tras los bombardeos los tejados quedaron muy dañados y él, como Munuments Man, ordenó proteger las salas de manera provisional con telas, mantas y otros utensilios. Así se pudo salvar el fresco de Tiepolo y las decoraciones de Bossi de la sala blanca. Y gracias a él, hoy podemos admirar esta gran obra arquitectónica.
Al salir paseo por sus jardines, construidos a finales del siglo XVIII. Me traslado a otros tiempos y a un mundo idílico: flores perfectamente alineadas, fuentes que refrescan el ambiente, bellas esculturas y una calma deliciosa. Me siento en un banco para respirar, parar y disfrutar. Sin duda, Wurzburgo es una visita más que recomendable en un viaje que comienza en Nuremberg, sigue en la Franconia Baja, con poblaciones como Volkach o Iphofen, y termina precisamente en esta ciudad barroca y con un encanto que seduce.

- Residencia de Wurzburgo -
- Alfons Rodríguez
Qué más hacer en Wurzburgo
MAD Museum am Dom: Me han recomendado que vaya al museo de la catedral (MAD Museum am Dom), así que, siguiendo las recomendaciones, decido entrar. Lo hago un poco escéptica, pensando que va a ser un museo eclesiástico más. No puedo estar más equivocada. La sala expositiva mezcla obras desde la época medieval hasta la contemporánea y la temática religiosa se aborda desde distintos modos de expresiones, técnicas y convenciones artísticas. Admirando la colección siento que el acento está en el aspecto artístico y en la reflexión. Sin lugar a dudas es más que recomendable (la entrada son 5 euros).
La Würzburg Wine Pass: La Würzburg Wine Pass (cuesta 9,90 €) permite disfrutar de una degustación de tres vinos típicos de Franconia en lugares emblemáticos de Wurzburgo, como la vinoteca Juliusspital, la bodega Stiftung Bürgerspital, la Mainwein y la Staatlicher Hofkeller. Además de la silvaner y la riesling, aprovecha para conocer vinos elaborados con otras uvas de la región, como la müller-thurgau y la baco.
Guía práctica de Wurzburgo
Cómo llegar: Ryanair vuela directo a Nuremberg desde el aeropuerto de Manises. De ahí hay que coger el tren de la Deutsche Bahn a Wurzburgo, que tarda una hora.
Alojamiento: GHOTEL hotel & living, muy bien ubicado, con habitaciones cómodas y amplias y buena atención.
Consejo: Nuremberg es la puerta de entrada para la Franconia, así que haz un recorrido por lugares como Rotemburgo, Bayreuth, Volkach o Iphofen.
Web de interés: https://en.franken-weinland.de/franconian-wine/winegrowers/

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* Este artículo se publicó originalmente en el número 128 (julio 2025) de la revista Plaza