MURCIA. Todos conocemos la única cuesta que hay en la ciudad de Murcia. Una cuesta doble, a uno y otro lado del Puente, bien llamado 'Viejo', bien llamado 'de los Peligros'. Bien, hasta muy entradito en años supuse a tal cuesta, la naturaleza de colina o promontorio rocoso cabe el Segura. Hoy otro, en el norte de la murciana huerta, a unos 3 km: el Castellar, una roca de buen perímetro, con edificación antigua en su cima, y algún restaurante que otro en su base perimetral.
Bien, pero la realidad es otra. La cuesta a uno y otro lado del Puente Viejo (prefiero la denominación laica) es artificial. En 1701, hubo una riada considerable en Murcia. La corriente arrastró árboles, rocas, muebles de los huertanos inundados, cañas… y se llevó, con tal masa de cosas en añadidura de su ímpetu y fuerza, por delante el puente de obra que cruzaba desde el hoy primer semáforo de la Gran Vía Escultor Francisco Salzillo, hasta el homólogo semáforo que se alinea con la entrada del Jardín de Floridablanca. Murcia era plana, sobre todo en esa encrucijada del río con el Camino de Cartagena.
Bien, se encargó de la construcción del nuevo puente, Toribio Martínez de la Vega, arquitecto malagueño de origen montañés. Este artista tenía obras y proyectos por toda el Reino de Murcia. Lo primero que hizo fue decidir que el nuevo puente no podía ir a ras de agua, como iba prácticamente toda la vida. Para eso ideó cuatro arcos. Dos irían ocultos, por un montículo que habría que implementar. Los otros dos, más grandes, quedarían a la vista. Y quiso que los dos arcos que no figuraran sobre el río fueran tapados.
El material que los tapó y que constituye el relleno que no se ve, fue sacado del inmediato Alcázar de Enrique III, un vetusto cuartel, de algún siglo que otro de antigüedad. Imagino que eso y algo más, para darle consistencia. En el lado sur del río, orilla derecha e inicio del camino a Cartagena y de la llamada Costera Sur, el relleno fue más prosaico, tierra, piedra y cemento. Aparejó bien los dos puntales del nuevo puente de piedra, que se presumía para siempre: alto para dejar pasar el agua de avenidas y riadas, y fuerte, de piedra y obra. La construcción del machón central fue un espectáculo para los murcianos un par de décadas. Se hicieron hornacinas, en los medios del puente, para San Gabriel y San Rafael, Arcángeles custodios del puente, que, como es sabido, no perduraron hasta hoy.
Aparte de otros detalles, que no caben en este artículo, cabe reseñar que, en 1714, el nuevo rey, a la sazón, el borbón Felipe V, confiscó 14.000 doblones de oro municipales, destinados al puente, para construirse el Palacio de la Granja, a la manera en que Luis XIV, su abuelo, contaba con Versalles. Absolutismo llamaba a eso.