Cultura

Lorenzo Silva: "A los puestos de liderazgo llegan demasiados idiotas y no sabemos por qué"

El festival de literatura Alicante Noir entregará al escritor su Premio Alicante Noir 2025 el 18 de diciembre

  • Lorenzo Silva
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ALICANTE. El festival de literatura negra Alicante Noir, que cada mes reúne a grandes autores nacionales y locales en Casa Mediterráneo, entregará el 18 de diciembre su galardón anual, el Premio Alicante Noir 2025, al escritor Lorenzo Silva (Madrid, 1966), quien acaba de publicar Afanes sin provecho (Ediciones Destino, 2025), un libro donde reúne veinticinco relatos escritos a lo largo de cuarenta años. Textos que habían permanecido guardados y que ahora revelan una trayectoria marcada por la mirada ética, la atención a lo que nadie observa y la voluntad de entender la condición humana sin atajos. En esta conversación con Alicante Plaza, antes de reunirse con el público alicantino, el autor reflexiona sobre la vigencia del relato breve, su relación con el Derecho, el deterioro institucional, la corrupción que sacude la actualidad y el papel del escritor en tiempos de polarización.

Afanes sin provecho reúne relatos escritos a lo largo de cuarenta años, que permanecían guardados. ¿Reunir ahora todos esos afanes es su forma de sacarles provecho?

— Buena pregunta. Mis expectativas al respecto son muy moderadas. Los libros de cuentos tienen en España ventas inferiores (o muy inferiores) a las de las novela.

— ¿Tiene la sensación de que el relato breve se valora poco?

— Menos de lo que merece. Como dice Cervantes en el Quijote, a los escritores se nos debería valorar también por todo lo que no ponemos en nuestra escritura, pudiendo haberlo puesto. La síntesis, la brevedad, es una forma más de ese saludable ejercicio.

— ¿Qué descubrió de usted mismo al volver a textos tan distintos y distantes en el tiempo?

— Que siempre he estado atento a las mismas cosas. Resumiendo mucho, a eso que pasa ahí donde me parece que no mira nadie. Tal vez porque no hay ganancia evidente en hacerlo.

— ¿Ha cambiado su manera de mirar esos primeros relatos?

— Claro, me he hecho mayor. Me conmueve el pundonor de aquel chaval. Espero ser capaz de no perderlo, de honrarlo como se merece. Entonces no era consciente de él.

— ¿Qué conservaría y qué corregiría del escritor que fue con 18 o 20 años?

— Intento conservar todo, aunque el tiempo lo haya ido cincelando. De estos relatos no he corregido nada, salvo alguna actualización ortográfica y algún despiste muy notorio. Me parecería una falta de respeto y una estupidez por mi parte.

— ¿Diría que esta recopilación funciona como una especie de autobiografía narrativa?

— En cierto sentido. No exhaustiva, claro, pero sí que hay el número suficiente de detalles, para el lector atento, que ayudan a discernir bastante cabalmente quién está detrás.

— En este libro conviven géneros, tonos y épocas muy distintas. ¿Qué hilo invisible une todos estos textos?

— Que en la vida y en los actos humanos hay retribuciones (y castigos) que van más allá del premio (o el peaje) inmediato que creemos obtener (o pagar) cuando decidimos hacer o no hacer algo. Que en esa dimensión no inmediata, ni evidente, se ventila mucho de lo que somos. Que olvidarla es una forma como cualquier otra de insensatez.

— Dejó la abogacía para dedicarse a la literatura. ¿Qué aprendió del Derecho que le haya servido como narrador?

— Que lo que no suma resta, y que las realidades humanas son problemáticas y rara vez binarias. Entre otro porrón de cosas. No le estoy desagradecido a la toga.

— Hablando de Derecho. ¿Qué opina sobre la condena del Tribunal Supremo al Fiscal General del Estado?

— En cuanto a la sentencia, no he podido leerla aún. Tengo deformación profesional, y una formación también. Ambas me previenen contra el juicio somero y apresurado. En cuanto al hecho de que haya sido condenado, no es desde luego baladí. Si la sentencia tiene algún fundamento, y yo no lo descartaría, es una grieta gorda en el edificio.

— ¿Qué papel tienen la ética y el rigor moral en su literatura?

— Escribir es una forma de vivir. Y en la vida en general, creo, con Spinoza, que el mal obrar lleva consigo su castigo (envilecerse) y el bien obrar su premio (no degradarse). Trato de aplicarme el cuento, por la cuenta que me trae.

  • Lorenzo Silva -

— Como autor que ha profundizado en el funcionamiento de las instituciones y en la moral pública, ¿qué cree que revelan los casos de corrupción que están copando la actualidad?

— Que a los puestos de liderazgo de nuestra sociedad llegan con indeseable frecuencia personas profundamente estúpidas. Corromperse, pudiendo contribuir al bien común, es un acto que acredita la poca inteligencia de quien incurre en él. Deberíamos preguntarnos por qué llegan tantos idiotas ahí y por qué una vez ahí no se cortan.

— ¿En su opinión, hay responsabilidades políticas que no se están asumiendo?

— Desde luego. Ahora y siempre. El poder es adictivo. Sobre todo para quienes no conocen otras dimensiones de la vida. Se agarran patéticamente a él, no lo pueden evitar.

— ¿Cree que estos casos están poniendo a prueba la confianza de los ciudadanos en las instituciones?

— A aquellos que aún la conserven. Plena, creo que son ya muy pocos. Pero deberían esforzarse quienes tienen la responsabilidad, para que no la perdamos los que, aun mermada, nos esforzamos en conservarla, porque sabemos que la alternativa es peor.

 ¿Es eso, precisamente, una forma de alimentar la polarización?

— Lo que personalmente más me pasma de la polarización es que la alimentan más y con más denuedo aquellos a quienes, a la postre, más va a perjudicarles. Mientras que sus beneficiarios sestean al pie del árbol esperando a que el fruto caiga.

— ¿Cree que la situación actual de polarización dificulta hoy el papel del escritor como observador crítico?

 En absoluto. El verdadero escritor está siempre solo. A la intemperie. Puede permitirse mandar sobre su hambre y seguir siendo libre. A lo mejor no le publican, pero eso no le impide escribir. Otros oficios artisticos, que necesitan recursos materiales, dependen del mecenazgo de alguien. La escritura no, gracias a su indigencia radical. Sólo se necesitan palabras, que es algo de lo que dispone, al menos hoy, todo el que quiere cultivarlas.

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