MURCIA. Una experiencia migratoria, la ausencia de un familiar, relatos excluidos, habitaciones cerradas... Los álbumes de fotos familiares son un puente, a veces frágil y engañoso, para reconstruir la memoria. Analizar ese testimonio desde un punto de vista crítico -y también artístico- es el ejercicio que han llevado los alumnos de la asignatura Teoría de la Imagen que imparte Rocío Marín en el ciclo de fotografía de la Escuela de Arte de Murcia. El resultado ha tomado forma de exposición colectiva titulada Memoria familiar: construcción y mitología individual (Arte, Educación y Lenguaje Visual), que este jueves 10 de julio, a las 20.00 horas, se inaugura en el Espacio ES/UM (Paraninfo, en el Campus de la Merced). Protagonizada por

La muestra abre una ventana para que el espectador se asome a esa parte de la memoria familiar que los jóvenes artistas han elegido exponer, al tiempo que toca una fibra común, ya que todos tenemos un álbum familiar en el que mirarnos con otros ojos. La comisaria, Rocío Marín, recuerda en este sentido que "cuando George Eastman inventó la Kodak en 1888, sus principales consumidores no fueron fotógrafos profesionales, sino personas sin conocimientos técnicos ni intención artística. Así, junto al famoso lema 'Usted apriete el botón, que nosotros hacemos el resto', se produjo una democratización de la fotografía y, por tanto, de la representación. La cámara se convirtió en un instrumento primordial de autoconocimiento y de construcción de identidad familiar: el medio a través del cual, desde entonces hasta hoy, se narra la historia y la memoria de las familias".

Explica, asimismo, que desde la asignatura de Teoría de la Imagen "nos adentramos en estos modos de ver familiares, que no son ni neutrales ni espontáneos, sino que forman parte de un dispositivo cultural que organiza la mirada y moldea afectos, jerarquías e identidades". Así, "los estudiantes analizan sus propios álbumes desde una perspectiva personal y crítica", transformando el álbum familiar "en una herramienta para elaborar mitologías individuales".

Las propuestas resultantes invitan a reflexionar sobre "cómo reconstruimos nuestra biografía, dotándola de un valor simbólico y convirtiendo la memoria familiar en un territorio creativo. El álbum se construye de manera relacional: no solo somos quienes observan, sino también quienes son observados".

Cuatro relatos

Cada uno de los cuatro proyectos presentados ofrece una mirada singular al archivo familiar.

En Dislocaciones, Lissette Argota Pulgar parte de las imágenes de su álbum para indagar cómo la experiencia migratoria transforma las formas en que recordamos y nos narramos. La fotografía revela aquí una fisura entre lo vivido y lo registrado, y esa ruptura constituye el núcleo de su trabajo. La imagen actúa como un puente entre el olvido y la reconstrucción de la memoria. En ese tránsito, lo íntimo se desplaza, se fragmenta y se reconfigura, dando lugar a una identidad en constante movimiento.

En Consanguíneo, Ana María Cárdenas Palacios examina, con una mirada casi voyeur, una ausencia en su archivo familiar: la de su hermana. Ese vacío se convierte en punto de partida para una exploración crítica que cuestiona las estructuras tradicionales del parentesco. Su trabajo convierte el archivo en un espacio de interrogación visual, donde lo no representado dice tanto como lo visible. Es un ensayo íntimo sobre la exclusión, la pertenencia y los límites de la representación.

En Amor, todo incluido, Ginés Alemán Carrasco explora cómo se construyen las narrativas íntimas a través del álbum, entendido como un archivo condicionado por normas sociales y culturales. Las fotografías trazan un relato marcado por la transición entre el antes y el después de su nacimiento, donde la imagen de su madre embarazada funciona como umbral simbólico que inaugura el “álbum familiar”. En su investigación, Alemán encuentra otras imágenes, desplazadas y ocultas en los márgenes: fotografías de juventud, de intensidad, de una vida previa. Al recuperarlas, el autor cuestiona la mirada impuesta por el álbum y visibiliza relatos que habían sido excluidos.

Por último, La memoria liminal, de David Delgado Benedicto, sitúa presencias familiares en un ámbito suspendido entre lo real y lo ficcional. Retratos y gestos cotidianos son desplazados de su contexto original para habitar un entorno imaginario y onírico, más emocional que testimonial. Esta serie no es solo un ejercicio fotográfico, sino una arquitectura mental desde la que el espectador puede asomarse a las habitaciones cerradas de su propia memoria: un territorio donde lo familiar se vuelve extraño y lo extraño, íntimamente familiar.

Rocío Marín destaca que "todos estos proyectos nacen de una gramática visual aprendida desde la infancia: quién ocupa el centro de la imagen, qué momentos se conservan, qué cuerpos aparecen y cuáles quedan fuera del encuadre. Desde esta perspectiva, pensar la imagen de familia implica comprender que esta no refleja la realidad, sino que participa en su construcción. Cada gesto en la imagen revela desde dónde y desde quiénes hemos aprendido a mirar. Esta mirada, conformada desde lo íntimo y lo cotidiano, modela la manera en que comprendemos el mundo. Así, la imagen de familia no solo conserva la memoria, sino que también funciona como un espacio donde emergen significados y relatos personales que amplían nuestra comprensión de la identidad. Un espacio intermedio entre el mito familiar y la realidad vivida".