MURCIA. "Hasta aquí ha llegado el hola y ahora empieza, mucho más cortito, el adiós". Estas palabras, pronunciadas por un Sabina ya cansado después de dos horas de espectáculo, fueron las que pusieron el broche final junto con Tan joven y tan viejo a su última andanza dentro de los escenarios de la Región.
¿La última? No. Aún queda otro concierto este viernes para despedir por vez definitiva y sin posiblidad de retorno al músico inmortal, que parece resistirse con esta segunda gira de despedida a soltar la guitarra y el micrófono. Sin embargo, "está vez sí va en serio y es la última", y nadie puede echarle en cara que no da todo lo que tiene -y parte de lo que ya le falta- en cada actuación.
No es difícil apreciar desde el asiento de la Plaza de Toros que la fragilidad con la que agarra el micrófono contrasta con la seguridad que muestra en sus propias canciones. Venía ya acostumbrado a escuchar que la edad ya ha hecho mella en su arte sobre los escenarios -y sobre todo en su voz-, pero lo cierto es que aún queda espectáculo que disfrutar mientras el maestro se encuentre todavía con fuerzas.
Y es que cuando llega la hora de la verdad Sabina no defrauda. Su característica voz rasgada da la sensación de que le cueste pronunciar cada palabra a la hora de hablar, pero cuando llega el momento de entonar solo hace falta cerrar los ojos para entender que ese don nunca ha dejado de acompañarle.
Sentado solo en mitad del escenario, con su habitual camisa, sombrero y vaso -en este caso de agua-, Sabina se mantiene como símbolo central de un espectáculo más coral del que cabría esperar con una banda que rodea al ídolo. Al fin y al cabo, tiene la suerte de estar inmejorablemente acompañado, donde destaca la calidad vocal de Mara Barros, que escoltaba en los coros las canciones de Sabina y le sustituía mientras este se retiraba para unos breves descansos que le permitieron llegar al final del concierto.
Tanto es así que, tras pedirle a "Marita" que tomara el relevo, el andaluz de pasión y madrileño de adopción reconoció que fue una cuestión de salud la que le hizo soltar unos instantes el micrófono: "Es lo malo que tienen los golpes de calor que de pronto uno se descompone un poquito", confesó.
También se le notan las carencias en los ritmos más movidos, como ese Pacto entre Caballeros con golpes más rockeros cantado por su guitarrista, Jaime Asúa. Otra señal de la edad la traía su característica guitarra, que tan solo cogió en unas pocas ocasiones y que apenas tocó, ya que más bien jugueteaba con las cuerdas mientras se centraba en darlo todo al micrófono durante las casi dos horas que se mantuvo en el escenario.
Sin embargo, sí destaca la agilidad con la que lograba entrar y salir por su propio pie cuando dejaba su taburete para tomarse sus descansos. Alan Parsons, otro mítico del rock -con el que además comparte edad-, no fue capaz de abandonar la Plaza de Toros el pasado viernes sin apoyarse en el hombro de un miembro de su banda.
Por su parte, el público, sentado y abanico en mano, entró al recinto con el aplanamiento propio de una calurosa noche de verano. Sin embargo, solo hicieron falta un par de temas para que, desde sus asientos, comenzarán los coros de aquellos míticos temas que todos conocemos y que ninguno podemos evitar cantar, tan solo para acabar de pie en las canciones más queridas.
De hecho, él mismo destacó que ha estado "rebuscando en los baúles de las viejas canciones olvidadas y recuperado alguna de las primeras canciones que se habían quedado fuera poco a poco de los escenarios". Así, tocó Calle Melancolía, 19 días y 500 noches, Y sin embargo, El bulevar de los sueños rotos y otros éxitos inmortales que ya dejarán de sonar en Murcia.
Sabina cuenta con una ventaja a la que solo pueden acceder los más grandes, que es que cuenta con un repertorio de temas que son ya himnos antes de canciones. Por eso, no importa ya la calidad del espectáculo, que se mantiene sorprendentemente adecuada, pues solo escuchar los acordes ya es motivo suficiente para marcar el ritmo con los pies antes de que la garganta tome el control.
Y es que él mismo estuvo todo el concierto pidiendo al público que haga los coros en el estribillo, primero por ahorrar fuerzas, pero segundo y principal porque "es mejor cantar acompañado que cantar solo". Lo decía la genuina sonrisa que se le dibujaba en la cara cuando el público se volcaba con sus letras, pues solo hacía falta verle disfrutar con sus miles de espectadores para entender por qué se ha seguido aferrando a los escenarios hasta el día de hoy.