MURCIA. Existe una versión poco conocida del Drácula de Bram Stoker que se hizo expresamente para el mercado islandés. Una versión con prefacio del autor que se cargaba toda la parte narrada a través del género epistolar de la segunda parte de la novela original -uno de los aspectos formales más interesantes de un texto francamente inacabable-, publicada unos años antes en Reino Unido. También convertía los sucesos y desventuras de Jonathan Harker en el castillo del conde en lo más importante del libro y la voz de la narración pasaba a ser total y omnisciente.
Pero lo más interesante para quienes gusten de las curiosidades de lo oculto y la historia del fantástico es que “Drácula no resulta tan sanguinario, pues su viaje a Gran Bretaña tiene otro propósito”, explicaba el escritor David Remartínez en el libro Una historia pop de los vampiros. El conde tenía otra motivación oculta en aquella versión: más bien pretendía nada más y nada menos que “el derrocamiento de los gobiernos democráticos de Europa”.
Como si de un pupilo aventajado de todo ese conocimiento enciclopédico de lo macabro se tratase, el murciano Pedro Berruezo publica Luz negra, una novela de terror que invoca el mito de Drácula para convertirlo en algo más. Luz negra es una indagación sobre el poder de la cultura pop en la colonización de mentes, una reflexión sobre el cine y cómo moldea el imaginario de muchas generaciones, un gozoso ejercicio de género sin contemplaciones y, por qué no decirlo, un gran homenaje al terror clásico.
Berruezo convierte al vampiro en un ente difícil de describir, terrorífico y poderoso, más allá del tiempo y el espacio, que no busca tanto morderle el cuello a la Mina Harker de turno, como hacer el mal en un sentido puro. En un sentido que nada tiene que ver con la moral humana. Pues como dice este ente: “Lo humano es, sin duda, la más abyecta de las enfermedades”.
Madrid será la tumba (y fin)

- Portada de Luz negra con una ilustración realizada por Tomás Hijo. Minotauro. -
Una ciudad como Madrid, con sus tres millones y medio de habitantes, genera muchísima basura. Y tanto los trabajadores de limpieza viaria y jardinería, como los de la recogida de residuos han vivido desde hace años huelgas periódicas por sus derechos y salarios. Momentos en los que la ciudad, de repente, es consciente de la contaminación y la inmundicia que habitualmente genera.
Imaginen que en ese panorama, se instaura una plaga de alimañas, ratas y cucarachas, que además afectaría muchísimo más a los barrios de la clase trabajadora. Las protestas y los disturbios no tardarían en llegar. Y ahora imaginen que todo es un plan de una criatura, que se alimenta del odio, la indignación y la mugre humana.
Esta podría ser una premisa de Luz negra. Y lo conjugo en condicional porque esta magnífica novela no tiene una ‘sinopsis’ fácil. Es una novela expansiva, con multitud de personajes en multitud de épocas, a veces todos mezclados entre sí. Tampoco tiene una prosa de digestión ligera: es obsesiva en sus descripciones, y sin embargo se lee con avidez por su impulso narrativo desenfrenado, por momentos vertiginoso.
Berruezo cuenta en estas páginas muchas historias, todas ellas tejidas con pasmosa habilidad por alguna especie de milagroso mejunje narrativo, que bien podría ser el resultado de haber asimilado historietas cortas o imágenes impactantes de tebeos de terror como Tales from the Crypt o Creepy. Y lo hace mezclando con facilidad eventos históricos reales y otros ficticios.
Por un lado, Luz negra narra la lucha legal de Florence Stoker, viuda del autor de Drácula, el irlandés Bram Stoker. Una batalla que ocurrió realmente, pues Florence batalló durante años por demostrar que Nosferatu, la película alemana del 1922 dirigida por F.W. Murnau, era un plagio descarado de la obra de su difunto marido, que lo era. “Nosferatu no es el único plagio canonizado en la historia de la cultura popular, pero sí el único que, en su momento, no tuvo perdón de Dios”, en palabras del cineasta Nacho Vigalondo, que firma el prólogo de la novela.
Murnau y compañía hizo una película de bajo presupuesto que cambiaba los nombres de la novela de Stoker –Drácula por Orlok, Harker por Hutter etc…–, y la familia del autor original nunca vio un duro mientras asistía a cómo la historia se popularizaba en el mundo entero. Algo que desesperó a Florence y la llevó a tomarse la justicia por su mano, quemando copias de la película de Murnau.
Por otro lado, Luz negra también cuenta la historia de Lara, una joven escritora que se dispone a escribir un ensayo sobre la película de Murnau y su simbología, pues es sabido –esto también es real- que su impulsor, el productor berlinés Albin Grau era un célebre ocultista. Miembro de la Hermandad de Saturno, una orden Rosacruz alemana dedicada al esoterismo, tenía otro nombre en según qué círculos: Maestro Pacitius. Y se dice que algunos de sus tesis místicas están en las imágenes de Nosferatu. Lara, de hecho, sufrirá efectos secundarios inesperados por verse una y otra vez la película, extrañas y abyectas respuestas de su cuerpo que recuerdan a La posesión de Andrzej Zulawski.
Y por (casi) último -la novela contiene más pero no queremos hacer demasiados spoilers-, Luz negra cuenta la historia de un narrador omnisciente que llega a Madrid en forma de plaga de alimañas. ¿Un vampiro? ¿Un reflejo de la peste que Orlok traía a Londres? Un ser que no entiende de bien ni de mal, pero tiene un apetito muy voraz. Ente insaciable dispuesto a que reine el auténtico caos. A que caigan todas las democracias de Europa.
La incomparable diversión de lo espeluznante

- Pedro Berruezo, conocido en el periodismo cultural por el seudónimo de John Tones, es el autor de Luz negra -
- Foto: César Viteri
Leer a Pedro Berruezo es dejarse llevar por una especie de magnética atracción por lo desconocido y lo oscuro. Pero no lo oscuro del ser humano en un sentido moral, sino lo oscuro de aquello que se escapa al entendimiento. Lo abyecto, lo raro, la otredad inexplicable. Como un agujero negro de la atención humana.
“El tiempo no es lo que tú crees, niña, una línea por la que discurren los distintos eventos que van teniendo lugar, uno detrás de otro”, dice uno de los personajes en determinado momento. “La realidad se parece más a esto”, apunta no sin antes señalar un charco de suciedad y sangre. Podría ser un chiste. Y lo puedes leer así. O puede darte miedo. Porque como si de un Douglas Adams del terror en castellano se tratase, Berruezo escribe con humor de lo feo, con pericia de lo indescriptible, con febril gozo por lo abyecto. Una fascinación por lo raro conecta irremediablemente Luz negra con Lovecraft.
La voz narrativa del ente de Luz negra, su habilidad para mezclar tiempos, historias, emociones y voluntades, genera en el lector auténtica fascinación. Y el compás trepidante con el que las historias de unos pocos humanos se desarrollan genera una sensación de mareo que nos hace comprender cómo vería un ser todopoderoso y antediluviano el espacio-tiempo. Todo ello producto de una escritura, la de Berruezo, que resulta estresante e hipnótica, divertida y espeluznante a la vez. En una palabra: fascinante. En esgrima, de hecho, el compás trepidante es el que se da por las líneas que llaman infinitas.
“Aunque normalmente se le clasifica como autor de terror, la obra de Lovecraft no suele provocar miedo”, escribía el ensayista Mark Fisher en el imprescindible ensayo Lo raro y lo espeluznante. “Lo que es realmente fundamental en la manera de Lovecraft de plasmar lo raro no es el terror, sino la fascinación [...]. La fascinación es una sensación que comparten los personajes de Lovecraft y sus lectores. El miedo o el terror no se comparten de la misma manera; muchas veces, los personajes de Lovecraft están aterrorizados, aunque sus lectores no”.