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LA LIBRERÍA

Carlo Rovelli en la cuántica y sagrada isla de 'Helgoland'

VALÈNCIA. Cualquier esfuerzo por superarla, por ir más allá, es vano. No hay historia mejor, más fascinante y sobrecogedora que la que trata de explicar, ciencia mediante, aquello que somos, si es que el concepto ser tiene algún trasfondo de verdad. No hay ficción especulativa ni realismo costumbrista que puedan siquiera acercarse a los niveles de belleza que alcanza cualquier libro de divulgación científica medianamente riguroso. A poco que uno se adentra en la búsqueda de respuestas se ve superado por lo inconmensurable: hubo un tiempo en el que creímos que ya sabíamos lo suficiente, que Newton había descorrido el velo de la realidad y que teníamos la llave que abría las puertas al conocimiento cósmico, sideral. Sin embargo, aquella confianza ingenua fue solo un periodo naïf del tipo años felices veinte. Al tiempo aparecieron otras mentes —hablamos de Bohr, hablamos de Einstein— que cogieron al mundo por las solapas y lo zarandearon con entusiasmo, y de pronto estábamos de nuevo no en el punto de salida, pero sí en una etapa temprana del saber. 

El universo volvía a ser un enigma inabarcable: disponíamos de explicaciones rudimentarias, pero por primera vez se alejaban de aquello que considerábamos razonable. De repente habitábamos una retícula de espacio-tiempo: nuestro suelo era geometría, abstracción, pensamiento. Y funcionaba. ¿Qué podía significar algo así? ¿Cómo encajaban nuestras certezas en un macroentorno tan extraño? Había que explicarlo todo de nuevo. Había que resituarse. Newton, el gran profeta, se revelaba de pronto como un mesías imperfecto. Y todo por culpa de Mercurio y su órbita anormal. A partir de ahí las cosas se volvieron muy extrañas. Lo que se demostraba cierto escapaba a años luz de eso a lo que solíamos llamar sentido común. El reto era espeluznante: debíamos abandonarnos a lo inquietante. Para alinearse con el progreso era necesario dar un salto de fe: en adelante las respuestas serían demasiado complejas. Y entonces, por si fuera poco, llegó Heisenberg.

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