Murcia Plaza

la esperanza pese a todo

Un Spirou para niños de 50 años

  • Una viñeta de "La esperanza pese a todo"

MURCIA.- En 2006, la editorial francesa Dupuis apostó por una idea poco frecuente en el mercado europeo: dejar en manos de distintos autores la posibilidad de hacer una historia autoconclusiva de Spirou, a la manera de los one shots tan frecuentes en el mundo de los superhéroes. Las ventajas eran muchas: menos dependencia de la serie oficial y la posibilidad de explorar nuevos territorios. El título de la colección no dejaba lugar a dudas: “El Spirou de…”. Los tres primeros números —sin ser grandes obras maestras— tuvieron una recepción suficientemente buena por parte de los lectores como para seguir adelante.

En 2008 le tocó el turno a Émile Bravo (un dibujante centrado en tebeos para niños que había logrado cierto éxito con un personaje llamado Jules) que alumbra una maravilla titulada Diario de un ingenuoen el que provocan nada menos que la primera guerra mundial. Con este único título en su haber, Bravo se incorpora al Olimpo de los dibujantes más gloriosos de un personaje que lleva 115 títulos a sus espaldas, a la altura de los míticos Rober Velter (el creador) y Franquin (el autor de los mejores álbumes).

El éxito de la apuesta de Bravo es que los autores que le precedieron en la colección (Yann y Tarrin, Frank Le Gall, Yoann y Vehlmann) fueron incapaces de ver que el filón no estaba en encajar un álbum entre dos números de la serie regular —cero complicado— sino en apostar por una precuela. El riesgo era mínimo pero la posible ganancia máxima: lo peor que podía pasar era firmar una aventura del montón y lo mejor, darle al personaje un origen que nunca tuvo. Solo hay que ver la cantidad de premios recibidos para decir, sin miedo a equivocarse, que lo clavó.

Bravo viaja con el botones más famoso de todos los tiempos —con permiso de Sacarnio—  al verano de 1939, apenas unos meses después de su ‘nacimiento’ (la revista que aún hoy lleva su nombre apareció en 1938). El lugar es el mismo, el Hotel Moustique, en el que se celebra un misterioso encuentro entre diplomáticos alemanes y polacos para intentar evitar una guerra que parece inevitable. Por el camino, Spirou conoce a un aprendiz de pararazzi llamado Fantasio y a un chica (de la que se enamora) con contactos con los servicios secretos rusos.

Más allá de la propuesta, Bravo siembra una semilla sin darse cuenta: es un relato absolutamente infantil (dicho sea sin el menor matiz peyorativo), pero con un telón de fondo totalmente para adultos. No estamos hablando de simples guiños para adultos, sino de elementos que da a la obra una profundidad rara vez vista en tebeos de este tipo. Teniendo en cuenta que ya han pasado ochenta años desde la II Guerra Mundial y que los alumnos belgas y franceses no estudian esta etapa hasta el último año de bachillerato, a la mayoría de los lectores naturales del álbum les debió parecer tan real como lo fue en su día El cetro de Ottokar de Tintin.

La obra, ya lo hemos dicho, fue un éxito. No solo provocó un genial spin-off (El botones verde caquí, de Yann y Olivier Schwartz) sino que a Dupuis le faltó tiempo para pedir una continuación. El resultado no es cualquier cosa: Bravo ha tenido carta blanca hasta para imponer la extensión: La esperanza pese a todo (Dibbuks) tendrá cuatro partes (en Francia se acaba de publicar la tercera). Aunque es difícil juzgar una obra sin conocer el final, de momento se puede decir que se ha superado. Ha logrado un cuento infantil de una complejidad inaudita que difícilmente podrán entender los niños quienes, probablemente, no sean los destinatarios reales del álbum.

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