MURCIA. Aunque pienses que estos asuntos sólo pasan en las películas, seguro que si preguntas en tu familia encontrarás algún episodio de enfermedades o estados de ánimo extraños atribuibles al mal del ojo como mínimo. Y a poco que preguntes encontrarás casos relacionados con este tipo de 'mal'; una creencia, una tradición, que ha pasado de generación en generación y a la que se le ha intentado borrar de la mentalidad colectiva aunque ha resultado imposible. Nadie o muy poca gente cree en el 'mal de ojo', dejando estas supersticiones a las tardes y noches de luna llena cerca de un fuego, arrastrándolo a lo más profundo de nuestro ser para que no pueda salir a la luz. Muy poca gente quiere reconocer su existencia, pero todos a los que preguntes te afirmarán que "existir… existe".
De hecho, se encuentra intrínsecamente relacionado con la religiosidad popular en el sentido que es la manifestación física del mal, transmitido de un ser humano a otro; y que para poder sanarlo hay que realizar una serie de rituales y oraciones aprendidas en Jueves Santo de madrugada, en relación directa con el descenso al inframundo de Cristo, desde donde se consigue su protección divina, pues desciende a los infiernos para resucitar desde el ente más profundo del abismo. En este aspecto se juega con la idea de la esperanza y la luz en la oscuridad más profunda, desde donde el Hijo de Dios, que es el que erradica el mal, se hace más fuerte y asciende a nuestro mundo ya resucitado.
Desde época medieval en nuestra tierra aliacán tenía otra acepción: personas que pasaban por unos periodos de 'tristeza'. Si eran niños y adolescente se les decía que 'estaban desganados' y que habían perdido sus energías de forma manifiesta, como 'alicaídos'. También a los adolescentes se les llegaba a diagnosticar de 'mal de amores'.
Tras la guerra civil esta 'enfermedad' era muy común en los niños y más común era que las madres los llevaran a las curanderas que decían que lo cortaban, como 'La tía Sota', 'La Poncilla' o 'La señora María'.
"(…) tomó un candil y un tazón lleno de agua. Vertió aceite del candil sobre el dorso de la mano izquierda de Andrés y dejó que una gota se deslizara hasta el borde del dedo corazón mientras ella rezaba unas jaculatorias que nadie alcanzaba a oír. La gota de aceite cayó en el centro del tazón, pero al tocar el agua la gota se extendió rápidamente hacia los bordes del mismo. Repitió la operación dos veces más y en las dos veces ocurrió igual que en la primera (…) [la curandera] dijo: está pasaíco, está pasaíco del mal de ojo. Lo han ojeado entero. Se nota que lo han envidiado mucho".
Al parecer el mal de ojo no es otra cosa que malos pensamientos, malas envidias o malos deseos de una persona a otra, en ocasiones de forma consciente pero en otras muchas de forma inconsciente. En este último caso, y en algunas ocasiones, cuando la persona sabe que lo transmite, intenta corta la transmisión mediante un pellizco o un empujón a la posible persona que lo fuera a recibir.
Natalia Grau nos trae una serie de testimonios en su artículo EL ALIACÁN: SUPERSTICIONES, RELIGIÓN Y MEDICINA PRECIENTÍFICA EN LA MEDICINA POPULAR, dentro del IV Congreso Nacional de Etnografía del Campo de Cartagena. Según esta investigación, los síntomas son muy parecidos a los que toda nuestra familia protagonista padecía: coloración amarilla en la piel, inapetencia, decaimiento, somnolencia.
Ejemplos tenemos algunos como es el de María Dolores Jiménez, quien decía que en su casa siempre había escuchado que con el mal de ojo "te ponías muy amarilla y muy enferma y triste". Por su parte, Antonio de La Azohía decía que "el aliacán era una enfermedad que te quitaban las ganas de comer, te quedabas desplomado, la cara un poco amarilla, y la flojedad en la persona".
Con pequeñas variaciones siempre encontramos denominadores comunes en los diferentes lugares en donde hemos podido documentarlo. Colocar trozos de tela de diferentes colores (amarillo, rojo, negro y blanco), siendo el que cae al fondo daba el tipo concreto de aliacán y tipos de aliacán (el amarillo era de hígado y el negro era el 'peor'). Una variante es poner el nombre de las personas en estos papeles o trapos.
Una testigo nuestra, María, nos indica que cuando era niña veía a su tía que lo cortaba de esta manera: "Ponía un vaso con agua y tenía paños de lana rojo, amarillo, negro y blanco, se ponía a cortarlos de todos los colores. Sacaba tiricas chiquitinas como granicos de arroz que caían en el agua y arreglao al color que cayera al fondo pertenecía la calidad del aliacán". Conforme caían la curandera rezaba una oración.
En la tradición rural encontramos varios tipos de remedios además de éste, como puede ser "ver el agua corriendo", como nos indica Natalia Grau en el artículo antes mencionado con tres casos, dos de ellos en el Llano del Beal y otro en Santa Rosalía:
- "Entonces los mandaban a curar a ver correr las aguas, además llevaban una gamuza amarilla, un eso de limpiar el polvo, lo llevaban en la mano".
- "Mi hermana también tuvo aliacán, iba a la mina Blanca que pasaba una regaera y allí se pasaba un rato viendo pasar el agua y con esos se curaba, ella no tenía que saberlo".
- "Lo único que se recomendaba antes a una persona que tuviera el aliacán o la tiricia pues es mandarlo donde estuviera viendo una corriente de agua y si no que fuera al mar, pasearse por la orilla del mar pero sobre todo que estuviera el viendo una cosa alegre".
Y en otros casos se decía que se podía "cortar el mal de ojo" orinando en un manrubio, como en las zonas rurales próximas a la rambla de El Cañar, en la Azohía.
Son muchas las aceptaciones y según en lugar la fórmula se ajustará a la propia idiosincrasia. No obstante, de nada servirá si no ha sido aprendida en el primer intento al escucharla o si se olvida con el paso del tiempo. Esto significaba que esa persona no era la 'elegida' para eliminar el mal de ojo. De otro lado hemos de señalar que la persona que se encuentra quitando este mal ancestral siente los mismos síntomas que en propio enfermo y, muy importante, los padres no pueden cortar el aliacán ni el mal de ojo a sus hijos ni familiares en primer grado de consanguineidad. A continuación mostramos las fórmulas más conocidas para eliminar esta energía negativa del cuerpo de un enfermo.
Para Niños
"En el santo nombre de Dios padre; en el santo nombre de los caídos y de los protectores celestiales que moran en el cielo resguardando la voluntad de los fieles devotos. ¡Oh padre mío! Hoy clamo ante tu nombre para que ayudes a este pequeño que en estas horas se ve invadido por la envidia de aquel que solo quiere el mal para el prójimo.
Tú santísima y misericordiosa voluntad lo puedes todo, Señor, Y sé que harás que su salud recobre ese estado de ánimo, felicidad y gloria de antaño. Ayúdalo, Dios todopoderoso, pues tú eres el único que puede. Amén".
Para mascotas
"¡Oh san Francisco de Asís! Curador, protector y caritativo guardián de los animales. Fiel devoto a la voluntad de Dios; este día yo te magnifico y te pido que medies a mi favor para que mi amada mascota puedas vadear el actual estado causado solo por aquella persona que busca jactarse del mal; te pido que le devuelvas la felicidad a su conducta y lo levantes de su apatía pues temo por su actual estado de salud. Amén".
Para cualquier persona
"Luz del mundo, luz del bien. Tú que siempre terminas siendo la vencedora en la lucha contra el mal aunque a veces los simples mortales no lo veamos por nuestra impaciencia y nuestra pequeñez te pido que me ampares y protejas del mal de ojo que puedo tener encima. A tu lado no tengo por qué tener nada y aunque haya personas que no me quieran bien y me deseen lo peor no podrán lograr hacerme daño puesto que yo soy de los vuestros y estoy contigo. Nadie que intente maldecirme podrá lograr su objetivo puesto que el mal se volverá contra ellos. Amén"
Amuletos para protegerse
De la misma manera que las oraciones los objetos que la tradición nos marca para protegernos del 'mal de ojo' son muchos y variados, los cuales van desde un puño cerrado de malaquita, pasando por la cruz de Caravaca y llegando a pulseras rojas de siete nudos, cuya reminiscencia es el tyet egipcio, o el lazo rojo que se les pone a los recién nacidos en su cuna o carricoche