entrevista

Lorenzo de Vittori: «La ciencia debería dialogar con la religión»

Para Lorenzo de Vittori la ciencia y la religión caminan en un mismo sentido, en la búsqueda de la verdad. Ambas confluyen en su trayectoria: es un científico de renombre internacional y también es sacerdote. «Hay mucha compatibilidad», asegura 

22/05/2023 - 

VALÈNCIA. ¿Qué tendrá la pequeña ciudad suiza de Lugano, de apenas 63.000 habitantes, para promover tanto talento científico-tecnológico de impacto global? Hace poco visitaba València Eduard Steimle, director de la plataforma de inversión EMEA de Techstars, la mayor aceleradora de startups del mundo. Y, durante el último medio año, ha convivido con nosotros Lorenzo de Vittori (Lugano, 1987), un científico implicado en el impresionante proyecto Ligo, situado en la vanguardia de la vanguardia de la física, y ordenado sacerdote en mayo pasado. Por tanto, en las venas de Lorenzo de Vittori confluyen la ciencia y la religión y, con seguridad, discurren a contracorriente, pero ¿en el mismo sentido? Averigüémoslo.


— El experimento Ligo ha sido tu última experiencia como científico.

— Sí, estuve trabajando cinco años en la universidad. Aunque la base estaba en Zúrich, el proyecto era internacional, con más de cuarenta grupos de investigación. Estuve en Caltech (California); en Mississippi, que se encuentra muy cerca de uno de los dos detectores de ondas gravitacionales; en Luisiana; en la Universidad de Florida, o en una ciudad llamada Gainesville. Pero, principalmente, he estado en Zúrich, y he colaborado mucho con gente de muchos sitios, especialmente con un profesor de Tata Institute of Fundamental Research de Mumbai, una persona muy simpática y divertida.

— Ligo es uno de los grandes hitos de la historia de la ciencia. En un momento dado, ¿pones en la balanza la carrera científica o la sacerdotal?

— No es que decidiera cambiar. Yo siempre me he interesado mucho por la fe. He vivido en una residencia de estudiantes y, parte de lo que hacía era dar catecismo y formación a quien quería. Mi relación con Dios siempre ha sido muy importante. En cierto momento, cuando llevaba ya diez años en el Opus Dei, se me propuso pensar en ir a Roma a estudiar Teología para mejorar mi formación personal. Me pareció muy interesante, y me fui en 2016.

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— Desde el punto de vista intelectual, ¿cómo pasas de buscar ondas gravitacionales a profundizar en la filosofía y la teología? 

— En realidad, es muy parecido. Simplemente, el lenguaje es distinto y los ámbitos de estudio, el objeto, es un poco diferente. Pero, en el fondo, estás buscando la verdad, en el sentido de cómo estamos los hombres en el universo, cuál es nuestro papel, cómo nos relacionamos con el resto de la creación. Hay una armonía muy grande entre las dos búsquedas, hay mucha compatibilidad. Claramente, la diferencia es el lenguaje, porque uno es el matemático, que es lo que hemos ido desarrollando en la física en los últimos quinientos años, y el otro, el de la teología, es el lenguaje filosófico. El cambio es más formal que de fondo.

— Acostumbrado a traducirlo todo a números y formulaciones, pasas a expresarte en palabras que tienen vida propia, que son un universo en sí mismas.

— Es un cambio, pero más pequeño de lo que parece. Si fuera pasar de la física a la ingeniería, sí sería un paso notable, pero la física siempre tiene ese componente filosófico de la búsqueda de las realidades últimas.

— Cómo os gusta a los científicos que se os distinga de los ingenieros.

— La diferencia es mucho mayor entre física e ingeniería, que entre física y filosofía, en mi opinión. Probablemente la física aplicada o experimental se parece más a la ingeniería, pero la física teórica, en el fondo, es filosofía con lenguaje matemático.

— Estamos en un momento de una alta polarización en el seno de las sociedades y entre bloques de países. El World Economic Forum acaba de hablar de «fragmentación creciente». A la religión se le asigna el papel de dividir, porque genera bandos; mientras que a la ciencia el de aglutinar, el de unir, porque su misión es ser incontestable y, en ese sentido, un punto de encuentro de todos.

— No estoy muy de acuerdo con esta visión. La religión también tiene el papel de unir, probablemente incluso mucho más que la ciencia, porque el cristianismo viene a decir que Dios es Dios para todos, y es el mismo. Ha venido a ampliar lo que, en principio, era solo para los judíos y a decir que el amor de Dios es universal. La búsqueda es la unión. Que luego los hombres hayamos ido dividiéndonos y peleándonos es cosa nuestra y habría que superarlo, sería muy deseable. En cuanto a la ciencia, me parece que, ahora mismo, falta un poco de paciencia en la investigación.

— Falta paciencia en la sociedad en general.

— Tanto en la recepción de los resultados de la ciencia, por parte de la sociedad y de los medios de comunicación, como en la misma investigación. Si uno se propone buscar la verdad necesita tiempo. La carrera para publicar lo más posible, para sacar el titular, para poder decir que por fin uno es el primero genera mucho debate y competición. Sería interesante recuperar un poco de paciencia. De algún modo, el hecho de que ahora los proyectos grandes de investigación necesariamente tienen que apoyarse en una colaboración mundial puede facilitarlo. Porque si yo quiero investigar en física de partículas es impensable que solo con mi grupo haga un paso adelante; tengo que colaborar con miles de personas. 

— Da la impresión de que es más fácil colaborar en el ámbito de la ciencia que en el de la religión.

— No sé si es más fácil. En la religión se colabora bastante; en la investigación en el ámbito de la teología también hay mucho congreso, publicaciones… 

— Quería decir entre religiones diferentes.

— También en el territorio de la física hay corrientes muy distintas. Hay gente que no cree en algunos proyectos, hay quien está muy emocionado con la teoría de cuerdas y hay quien dice que no tiene futuro y es una invención. 

— Los científicos decís que los experimentos son un baño de humildad porque al final…

— Sale lo que sale, sí…

— El 95% de las veces no sale lo que esperas y la realidad se impone contra tu propia voluntad.

— Una cosa que facilita la unión en la ciencia es el hecho de que, en el fondo, reducimos siempre lo que estudiamos a casos muy sencillos. Aunque parezca muy complicado, en realidad, las cosas que conseguimos describir y medir están muy simplificadas. Si yo tiro un móvil al aire y quiero describir con ecuaciones cómo va a caer, probablemente no haya ahora mismo matemática suficiente para hacerlo. 

— Repasando los papers que has publicado, el último aparece en Physical Review de la American Pysical Society, nada menos, una publicación top mundial. Explícame qué aportación realizáis ahí.

— En el fondo nos dedicamos a predecir resultados posibles de ondas gravitacionales. Podría ser una revolución en la astrofísica. 

— ¿Qué traslación podría tener a nuestras vidas?

— Hasta ahora, en toda la historia de la humanidad, hemos mirado al cielo usando las ondas electromagnéticas, es decir, la luz. Es un canal de comunicación. Y de repente, hace unos cien años, encontramos la posibilidad de que existiera otro canal distinto, que son estas ondas gravitacionales. Hemos tardado este tiempo en construir aparatos suficientemente potentes para poderlas medir. Es como si, de pronto, de ver solo, pasáramos a ver y también escuchar. Tienes la capacidad de recibir muchos más datos, muchos de los mismos objetos y otros objetos como los agujeros negros que no puedes ver, pero que sí puedes escuchar. Es una capacidad nueva tremenda; hemos desarrollado un nuevo método de escucha. Nuestro trabajo consistió en intentar predecir qué tipos de resultados, qué tipo de ondas puede haber, para poderlas luego comparar con los datos del detector y ver cuáles son gravitacionales. 

— Hace tres décadas, Stephen Hawking, que tantas grandes contribuciones hizo a la comprensión de los agujeros negros, se preguntó si Dios juega a los dados con el universo.

— No lo sé. Ahí entramos en un ámbito de filosofía, me parece muy atrevido cuando, como físicos, pasamos a hablar de temas de filosofía siguiendo con el lenguaje de la física, porque empiezas a expresarte como un niño sobre asuntos muy complicados. 

— Hawking, ateo declarado, formó parte de la Academia Pontificia de las Ciencias y ha impartido conferencias en el Vaticano en varias ocasiones, la última para hablar del big bang invitado por el papa Francisco.

— A la religión le interesa incorporar todos los resultados de la ciencia a su comprensión del mundo. Si la ciencia me está diciendo la verdad de lo que hay ahí, debe dialogar con la religión. A veces olvidamos que quien propuso por primera vez la idea del big bang fue un sacerdote católico belga, Georges Lemaître, en los años veinte, y al principio fue mal recibida por la comunidad científica. Stephen Hawking ha tenido una evolución compleja, hay contradicciones entre sus libros; es difícil decir qué piensa de algo, porque ha ido publicando cosas distintas.

— He percibido, hablando con figuras de primer nivel científico, una cierta animadversión, antipatía incluso, hacia el mundo de la religión. Imagino que te habrás topado con ello.

— Hay de todo. Hay gente así, en efecto. En los congresos era interesante, porque a mí me gustaba antes de las sesiones ir a misa y luego llegaba al desayuno y siempre surgían debates interesantes en los que pude ver de todo. Había gente que incluso me acompañaba a misa, había gente que estaba totalmente sorprendida y mostraba rechazo, había quien lo veía interesante. No quiero juzgar a nadie, pero, a veces, por mucha matemática y ciencia que uno estudie, falta formación filosófica y, en ese sentido, acabas despreciando a ese otro ámbito. El rigor debería ser parecido.

— Hablas de la parte del científico, pero ¿qué está fallando del lado de la religión a la hora de comunicarse con la ciencia?

— La Iglesia siempre se ha declarado muy abierta y ha empujado muchísimo a la ciencia. Ha tenido el papel en la conservación de la ciencia de los antiguos, que fue fundamental. La física que conocemos de los griegos nos ha sido transmitida a través de la Iglesia. Benedicto XVI, antes de ser papa, habló mucho de la colaboración entre ciencia y fe. Porque, al final, queremos llegar a la verdad, aunque usemos lenguajes distintos. Eso se refleja en otros ámbitos, no solo en la ciencia natural, sino en la sociología o la psicología, si todos buscan la verdad, vamos de la mano.

— El premio Nobel Serge Haroche me dijo que la ciencia está bajo ataque, porque se ha distanciado de la sociedad. Aparecen debates potentes sobre el cambio climático, la inteligencia artificial o la descarbonización y la ciencia ha pasado a ser una voz más. Estás en medio de dos crisis de autoridad: la de la ciencia y la de la religión.

— En el ámbito de la ciencia veo dos problemas. Uno es que la figura del divulgador, en general, está bastante despreciada y eso no está bien, porque podría tener un papel fundamental. Teóricamente, es justo la persona que sabe explicar a la gente lo que se está investigando, los resultados que van saliendo, la importancia que tienen. Sería un papel a redescubrir, porque, de lo contrario, se produce una separación muy grande entre la sociedad y estos científicos que no se sabe muy bien qué hacen. Y el otro problema es la ciencia hecha de titulares. Con un tuit no puedo hacer ciencia; necesito tiempo y estudio. Esos debates de clima, de identidad de género, a veces precisan tiempo, sentarse, estudiar, leer.

— ¿Cuál es tu impresión de cómo configuran nuestra visión la mentalidad contemporánea, las redes sociales, internet, los nuevos media, la virtualización?

— Tiene muchísimas ventajas el hecho de poder transmitir conocimiento de forma global. En el caso de la investigación científica, la posibilidad de estar constantemente al día de lo que otros grupos están haciendo y poder trabajar juntos me parece espectacular. Lo que me preocupa es, quizás, la posible dispersión o la sobrecarga de información sin filtrar, porque eso acaba influyendo en nuestro modo de vivir y de pensar, nos impide tener la capacidad contemplativa, esa mirada un poco más tranquila a las personas, al mundo. Estamos constantemente acostumbrados al clic siguiente; cuando algo ya parece que no nos entretiene vamos a la siguiente página. Con una persona yo no me puedo comportar así y, si no me divierte, a la siguiente. Pero, como todas las cosas nuevas que el hombre acaba produciendo, hay un tiempo de aprendizaje e iremos viendo cuál es la mejor manera de usarlo. De entrada, me parece algo espectacular.

La curiosidad de los estudiantes en dos preguntas

Hemos invitado a tres adolescentes a escuchar la entrevista con el sacerdote científico. Es un perfil muy diferente de lo que suelen ver en el móvil. 

Gonzalo se anima a hacerle una pregunta: «¿Te planteas tener redes sociales?».

«Planteármelo, me lo he planteado, pero de momento la respuesta es no. No excluyo que cambie con el tiempo. En mi país hay muy pocos sacerdotes, de modo que el papel que me gustaría tener ahí es el de sacerdote y punto. No tanto del científico, que habla de esto o ha hecho lo otro; eso no me interesa tanto. Me gustaría que la gente me viera como el sacerdote que está a disposición, que sirve, que celebra misa, confiesa y echa una mano», contesta Lorenzo de Vittori.

Por su parte, Siro le pregunta: «¿En algún momento, en algún periodo de días, semanas, años, mientras trabajabas en la ciencia o cuando eras niño, has dejado de creer en Dios?».

«Nunca, por suerte; estoy contento por eso. Preguntas y dudas, muchísimas, y me parece fundamental. Desde niño he practicado la fe, sobre todo gracias a mi madre, pero mi padre siempre me ha taladrado con que tenía que hacerme preguntas, saber el porqué de las cosas. En el fondo, la fe verdadera no es “Cristo ha venido al mundo y nos ha salvado”. ¿Eso qué significa? ¿Sabemos qué es cierto históricamente? ¿Qué datos hay? ¿Cómo lo ha hecho y cómo lo ha anunciado? ¿Y por qué lo ha preparado y por qué no lo ha hecho de otro modo? Todo ese tipo de preguntas es fundamental hacérselas. Y cuanto más leo y pienso, más me surgen», razona.

* Este artículo se publicó originalmente en el número 103 (mayo 2023) de la revista Plaza

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