MURCIA. Titular una película supuestamente romántica como La peor persona del mundo es, según su director, Joachim Trier, “una paradoja irónica”, puesto que el arrebato del enamoramiento incita a la percepción opuesta, pero aclara que, sobre todo, es una de esas expresiones intraducibles de otro idioma. “En Noruega nos referimos con ese dicho a nuestra situación de privilegio. Vivimos en una sociedad que disfruta de educación pública, donde todo está a favor para que triunfes, así que si no encuentras tu camino, eres un perdedor. Te sientes miserable. Eres la peor persona del mundo”. El personaje etiquetado con el sambenito es una milenial indecisa en su rumbo profesional y en el amor, que yerra, ama, corre, duda, ha sido reconocida en Cannes, Sevilla y Valladolid y despertado el interés del olimpo de Hollywood, con una predecible nominación en la categoría de película de habla no inglesa y otra inesperada al guion original.
- Esta es la culminación de tu trilogía de Oslo, que arrancó en 2006 con Reprise y siguió en 2011 con Oslo, 31 de agosto. ¿Hay posibilidades de tetralogía?
- Ahora me gustaría filmar una cuarta. Esperaré un poco, quizás 10 años. Me gustaría decirte que mi coguionista, Eskil Vogt, y yo lo teníamos todo planeado, pero no ha sido así. Las tres tratan sobre sentirse perdido en momentos existenciales de la vida, así que lo hemos llamado trilogía. Espero que no suene hortera.
- Has declarado que el germen de esta película estuvo en tu deseo de volver a trabajar con su actriz protagonista, Renate Reinsve, tras su pequeño papel en Oslo, 31 de agosto. ¿Cuáles son sus cualidades?
- Tiene un talento que no se puede imitar, una espontaneidad natural propia de contadas personas. Su energía y su actuación en el aspecto físico traspasan la pantalla, la manera en que corre, en que se cae, son muy cinematográficas. Puede ser muy luminosa y guasona, como también interpretar situaciones muy serias. Tiene una habilidad maravillosa para revelarse y mostrarse que la cámara capta de manera instantánea. Soy muy fan.
- ¿Cómo trabajaste la plausibilidad de tu protagonista?
- Tanto la comedia como el drama brotan de la especificidad. Me importan mucho los detalles, por ejemplo, la luz de la mañana en una calle concreta de Oslo cuando estás enamorado o ese padre que me recuerda a una persona que conozco. Renate también aportó matices. A medida que fue leyendo cada versión del guion tuvimos conversaciones muy interesantes.
- ¿Por qué piensas que no ha tenido más oportunidades?
- La respuesta mezquina sería decirte que mis colegas en Noruega deben estar ciegos, pero también influye que aunque la situación está cambiando, sigue habiendo escasez de papeles complejos para mujeres protagonistas. La ironía es que en el pasado sí los ha habido en el cine europeo, piensa en Antonioni, en Godard, en Bergman. Muchas veces, su cine era fruto de colaboraciones cómplices con actrices.
- ¿La decisión de darle el protagonismo a una mujer ha sido entonces política?
- Me gustaría decirte que ha sido una decisión consciente, pero no, aunque es cierto que el entorno nos influye y este tema está muy presente en las conversaciones. Lo que ocurre es que soy más mayor y haberme hecho más fuerte me permite ser más vulnerable. Independientemente del género de la protagonista, es un personaje a través del cual intento negociar la relación entre la fantasía, los sueños y la mortalidad. El tiempo vuela y he descubierto que la vida es finita y esas relaciones que pensamos que eran pasajeras, en realidad, eran muy importantes.
- Lo que sí parece consciente son las conversaciones sobre la corrección política, los apuntes al movimiento #MeToo y al cambio climático. ¿Era tu intención abrir el debate entre los espectadores?
- Últimamente siento que vivimos en un entorno muy agresivo, absolutamente polarizado, donde has de tomar partido todo el tiempo. Todo son opiniones contundentes. Empatizo con la urgencia del cambio, ¿quién puede estar en desacuerdo? Pero también necesito disponer de un espacio ambivalente, incierto, gris, ser humano, sentir que me equivoco. Sé que soy un hombre y que vivo en una situación de privilegio. Por supuesto. Pero así y todo considero que todos necesitamos poder decir no lo sé.
- ¿Has caído en la autocensura?
- Espero que no. Es un tema que, de hecho, planteo en la película, esta difícil interacción entre nuestra ansiedad por no ser malentendidos y la profunda necesidad de decir algo inteligente en tiempos caóticos. Por suerte, me siento muy libre, pero en Cannes sentí vértigo con la escena del tampón. Es una pequeña película hecha en Noruega que ahora está siendo vista por gente de todo el mundo.
- Has hecho tal mezcla de géneros que resulta difícil encontrar referentes concretos. ¿Tenías algunos en mente?
- Queríamos hacer algo un poco atípico. Por un lado está la configuración de comedia romántica del estilo de George Cukor y Éric Rohmer, la idea de hacer algo que tuviera levedad. Por otro, el drama serio. Soy escandinavo, adoro a Bergman, me gustan las largas tomas de personas que están lidiando con algo, y el cine te brinda la posibilidad de estar todo lo cerca posible de una persona. La cámara te puede aportar una intimidad casi violenta. Así que el reto era explorar ambas energías juntas.
- La película parece por momentos un musical de jazz y en otros, una comedia romántica. ¿Cómo trabajaste la imbricación de géneros?
- Buscaba, efectivamente, que se sintiera como un musical, prescindiendo de bailes y canciones, pero usando el movimiento de cámara y los colores típicos del género para crear oleadas de emoción. Por otro lado, quería contrastar el relato intimista con una forma literaria que dejara espacio para respirar, así que me serví de una estructura en forma de capítulos, con pequeños hilos narrativos, que me permitió dejar muchas cosas fuera.
- ¿No te sentiste constreñido por ese marco episódico?
- En el cine valoramos la espontaneidad y la intimidad, porque queremos sentirnos cerca de los personajes, y en el amor, se nos dice que si eres libre, todo es más fácil, pero la paradoja es que estoy descubriendo que tanto en la vida como en el arte necesitas un armazón para sentirte libre. Del mismo modo que la idea de la monogamia y del hogar seguro y feliz puede ser un lugar en el que relajarte y sentir intensamente, en oposición a andar corriendo sintiéndote confuso, en esta película, el uso de un elemento formal me ha permitido crear escenas narrativas que son muy largas y nos permite estar muy cercanos al personaje y generar una expectativa de progresión. A medida que me hago mayor parece que me esté volviendo conservador, pero la interacción entre estructura y libertad me parece muy estimulante.
- ¿Qué otras revelaciones has tenido?
- Cuando fui a la escuela de cine, la gente decía que el gran cine es el de los paisajes y que los primeros planos era propios del formato televisivo. Yo disiento. Fíjate en grandes maestros como Dreyer y Bergman. Para mí, el cine con mayúsculas es ser forzado a ver un rostro a lo grande.