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La vida a cara o cruz

Gafotas, piñatas, tetas... 

| 26/04/2024 | 3 min, 23 seg

VALÈNCIA. El aburrido santoral requiere que nos singularicemos. Con trece años, el padre Antón, ¡¡quién mejor!!, nos dio un curso de sexología en el colegio. Aquel esperpento era una proyección, durante ocho jornadas, donde un chaval de nuestra edad planteaba dudas, sentimientos, abluciones y algunas leches más que nos importaron un pepino. Solo en la última sesión aparecían nabos, tetas, culos... A partir de ese momento, al padre Antón le llamamos el Bikini, porque tapó todo lo que nosotros queríamos ver.

En clase estaba el Piña. Su nombre real era Nacho. Un día contó que durante la guerra a su padre los rojos lo colgaron de un árbol y lo molieron a palos. No sé cuántas costillas rotas y de milagro se salvó. A partir de ese momento, lo llamaron el Piñata, y claro, cuando nos enteramos, Nacho pasó a llamarse el Cuca, que mola un montón.

Pepito era el electricista de Godella, el pueblo donde vivía con mis padres. También arreglaba transistores, televisores y lo que le pusieras por delante. Era un tipo panchut, de patas finas y palillo en boca, que se conocía los trucos eléctricos de esa casa centenaria. Siempre iba parriba pabajo escalera en mano, con su cartuchera cargada de atornilladores, alicates y cables enrollaos buscando nadie sabe el qué. En el pueblo era Pepito Trencarradios. Pa mí, el John Wayne de las chispas.

Javier el Perla apareció en nuestro estudio a finales de los ochenta. Le apodamos así porque no se perdía ni una manifestación de aquellas de amnistía y libertad (vaya, siguen de actualidad). Estudió Psicología y era un tío tranquilo, comprometido y amante del jazz. Del resto en el estudio, creo que ninguno acabó la EGB, menos Montoto, que estudió diseño en Milán y nos atormentaba con música melódica italiana, tipo Lucio Dalla una figlia de putana. Al Perla el apodo le venía de Per la pau, eslogan muy utilizado en aquella época. Además lucía, y aún lo hace, un pelo blanco nuclear.

También estaba Tono Gafotas. Las llevaba tipo Buddy Holly, de pasta gorda, nada de cristales al aire, montura metálica o aspecto frágil. Por cierto, todos estos de gafa liviana han acabado operándose de la vista primero, poniéndose pelo turco y usando el alargador Jes Extender, después. Las gafas dan carácter, se tienen que ver, joder. El Gafotas, y aún hoy, se las sujetaba con una goma disimulada entre el pelo. El truco entonces me pareció bestial. ¡¡¡Orgullo de Gafotas!!! 

Ángel, el Hangelito, era el rebelde maligno molón del estudio, puro talento. Apareció con José Luis, un tipo noble de buena planta, porte calé, alto, boca grande y potente... ¡las orejas eran el tope para que las comisuras de esa boca no se encontraran en la nuca y olé! Nos miraba con atención, con ganas, olía a appaloosa. Entonces lo llamaban Boquerón y acabamos llamándole Boke. Un día fue al registro, el joseluís lo mandó a paseo y se quedó con el mote, que es putomolón.

Sus amigos la llamaban Marteta, y los atrevidos Martetas, porque definía con más exactitud el rasgo de su físico que más llamaba la atención. Como yo era mojigato, la llamaba Marta y prou. Una vez viajamos juntos, a Formentera, y por circunstancias su DNI cayó en mi poder. Su verdadero nombre era Mª del Mar. Poum poum flipé mogollón.

También conocí al Biela, un jugador de golf que tenía la cadera a la virulé... y al Inmortal, con una pata tan torcida que nunca la podría estirar... y al Enganyataulells, otro cojo que, en el último momento, su paso, zigzag, y pisaba la baldosa de al lado... y al bla bla bla...

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