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¿Sabe que en Alicante es donde se fabrica la Navidad?

  • Feria de Navidad en Campoamor. 1946 / Foto: SÁNCHEZ, AMA

Probablemente cuando lea estas líneas sea el día de Navidad, el que da nombre a estas fiestas. Pero ¿se ha preguntado cuál es su origen, su significado, las costumbres locales y en lo que se ha convertido a lo largo de los siglos? Le invito a recorrer juntos este camino de ayer y de hoy.

Como sabe, la iglesia católica aprovechó una fiesta pagana que celebraba el solsticio de invierno para sustituirlo por la celebración de la Navidad. ¿Qué es cada cosa? Me dirá que es obvio, pero deje que se lo diga por si no lo fuera tanto.

Se define al solsticio de invierno como el momento en el que el hemisferio norte está más alejado del Sol, lo que produce el día más corto del año y la noche más larga. Esto ocurre generalmente el 21 de diciembre. El origen pagano arranca con las Saturnales romanas que se celebraban del 17 al 23 de diciembre. La celebración de la Navidad el 25 de diciembre está relacionada con la adopción del cristianismo por el Imperio Romano, la influencia de las festividades paganas mencionadas y tiene sus raíces en la tradición cristiana con la conmemoración del nacimiento de Jesús, aunque este parece que nació realmente en el mes de abril, en primavera, según algunos relatos bíblicos. Aunque el mes exacto se desconoce.

En un momento u en otro, la Navidad la celebramos el 25 de diciembre. Y por ser invierno, los belenes suelen estar cubiertos de nieve. Por cierto, ¿sabe que en Alicante nevó en dos ocasiones por estas fechas? Una en 1926, otra en 1961, de esta segunda me acuerdo bien porque mis mayores me contaron que coincidió con el nacimiento de mi hermana. Qué buena manera de venir al mundo. La falda del castillo de Santa Bárbara y los tejados de las casas estaban llenos de ese manto blanco tan añorado en estas fechas, sobre todo por los que no lo tenemos habitualmente porque no nos toca por el clima de esta tierra. Hay fotos que lo corroboran, ya sabe que una imagen vale más que mil palabras. Y sobre todo si tropieza con un incrédulo, como Santo Tomás que, si no lo ve, no lo cree.

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