Al contrario de lo que ocurre con 'Kusturica', que explota los tópicos balcánicos para el público occidental, la serie 'Sol Negro', que ha llegado a las plataformas de todo el mundo, explota los Balcanes, pero para un público balcánico. Sexo, tráfico de opio, violencia política, sectas, intriga y policías alcohólicos se dan cita en una serie en la que los personajes se expresan en todos los idiomas, dialectos y slang de la región sin que eso suponga un problema para nadie, al contrario, ahí es donde el público local encuentra la gracia
MURCIA. De todas las cafradas que hayan podido manifestarse en España, si una me ha sorprendido realmente son las invectivas en contra de que se refleje en los medios o en productos culturales, como películas o series, el habla de varias lenguas. Básicamente, nada raro, es lo que ocurre en la calle. Pero los instintos fascistas están a la orden del día en muchas posiciones políticas y, enfrentados entre sí, nos hacen vivir a todos en una desagradable fosa séptica que, por motivos obvios, a ellos les huele a rosas. Curiosamente, en una región con un historial de enfrentamientos intestinos con trágicos episodios recientes, los Balcanes, en su cultura es más difícil encontrar visiones monolíticas de la sociedad. Muy al contrario, al representar su diversidad es como alcanzan la calidad y el favor del público. Un ejemplo, Sol Negro, acaba de atravesar sus fronteras para incorporarse a la oferta de la plataforma de Amazon Prime Video. Si bien, la primera en la frente, la traducción del título tiene poco que ver con el original, que dice algo así como Sombras sobre los Balcanes.
La serie es recomendable desde varios puntos de vista. Uno, porque es explota los tópicos de los Balcanes, pero para un público balcánico. Normalmente, estamos acostumbrados a los estereotipos que filma Emir Kusturica para un el espectador occidental. Unos trazos gruesos que nada tienen que ver con la realidad, mucho más interesante.
Su director es el serbio Dragan Bjelogric, uno de los protagonistas Lepa sela lepo gore (Los pueblos bonitos, arden bonito) un clásico sobre la guerra de los 90, que, desde la poco difundida óptica serbia, cargaba las tintas contra los autores intelectuales del conflicto -propios- y los medios de comunicación -propios también-, al mismo tiempo que mostraba el profundo anticomunismo de las fuerzas ultranacionalistas serbias, los chetniks, que aquí en España gozaron de cierta comprensión por parte de cierta izquierda con la delirante regla de tres de que tenían enfrente a la comunidad internacional y a Estados Unidos.
Sin embargo, la carrera de Bjelogric se consagró realmente cuando hace diez años filmó, ya como director, la participación de la selección de fútbol de Yugoslavia en el Mundial de Uruguay de 1930 en la película de dos partes, Montevideo, que luego se convirtieron también en una serie. La reconstrucción histórica de los convulsos años del Reino, combinado con el fútbol, fue un éxito sin precedentes en Serbia.
En Senke nad Balkanom vuelve a esta época. Por algún motivo que desconozco, el Reino de los años 20 fascina a los serbios y la serie ha desatado una verdadera fiebre como hacía años que no se veía. El argumento es, en principio, policiaco. Un inspector tiene que investigar unos macabros crímenes en un contexto de violencia política. El policía es un veterano de la I Guerra Mundial y tiene que ver cómo, compañeros de filas, ahora son terroristas macedonios. Ante Pavelic, el que sería un sanguinario líder fascista croata años después, aquí aparece como abogado de esos terroristas interpretado por el croata Bojan Navojec. Por ahí también andan cosacos, rusos blancos, perdedores de la Guerra Civil rusa que se habían refugiado en esa primera Yugoslavia bajo la protección paneslava y ortodoxa del rey Alejandro.
En la serie, macedonios, turcos, rusos y judíos se disputan el tráfico de opio en Belgrado mientras la policía hace sus averiguaciones. La historia transcurre en los bajos fondos, en los que no puede entrar la policía, una colección de agentes que, por otra parte, son todos alcohólicos. Los escenarios, en este punto, recuerdan mucho a Deadwood. Fundamentalmente, porque no hay censura ni pudores. Todos se ponen ciegos, el sexo es explícito y hablan con procacidad máxima. A la habitual "u picku materinu", mandara la gente al "coño materno", se añaden combinaciones y desarrollos realmente bellos y elaborados, verdaderos barroquismos. Y también, nuevos hallazgos, como "si ahora tuviese un hijo se parecería a ti porque me tienes hasta la punta de la polla". Los diálogos están plagados de frases así.
Sin embargo, la intriga pronto deja paso a un misterio de tintes sobrenaturales. Los bandos en conflicto se disputan una reliquia cristiana, la Lanza de Longinos, la Lanza Sagrada con la que mataron a Cristo, codiciada por una secta que cree que con ella tendrá el poder absoluto. Un crossover de géneros absolutamente delirante, pero que al ir a lomos de un policía alcoholizado todo el tiempo se presentan casi de forma natural.
Lo que tendría que servirnos de ejemplo aquí es que los personajes macedonios hablan en macedonio entre ellos y en una mezcla de serbio y macedonio con los serbios. Los serbios, depende si son de Belgrado o de las afueras. Los croatas, hablan con palabras croatas. Otro personaje histórico, Musatafa Golubic, enviado de la Komintern, era de Herzegovina y así se expresa el actor Goran Bogdan. Un intérprete que, por cierto, era el protagonista de Sonja i bik, una comedia croata sobre el romance del hijo de un empresario que organiza corridas de toros en Bosnia, que allí se llaman koridas -y consisten en enfrentar a dos toros y apostar- y una antitaurina. Aquí a nadie se le ha ocurrido, o no ha tenido valor de filmar, nada semejante en la nueva oleada de comedia de "guerras culturales".
En Senke nad Balkanom, la variedad de idiomas, dialectos, slang y acentos es riquísima. No ocurre como con Fariña, que aunque ya fuera revolucionario que estuviera presente el acento gallego, hubo a quien le rechinó y con razón ver a personajes que jamás en su vida hubiesen hablado entre ellos en castellano, hacerlo. En Balcanes, en este aspecto, nadie concebiría una ficción de otra manera que no fuera tal cual como es en la realidad. Sería surrealista una polémica porque en una serie hubiera dos idiomas. De hecho, ahí encuentran la gracia. Porque el punto de Senke nad Balkanom no está en el misterio, ni en la intriga, ni el suspense ni en el terror, sino en los diálogos. Son un continuo vacile entre unos y otros en la inmensa diversidad de esa región, que fruto de su inmensa riqueza cultural, es generosa en insultos. A Quevedo se le caería la baba.