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Remedios Zafra sobre plataformas 'online', trabajo cultural en pandemia y utopías

3/11/2020 - 

MURCIA. La ensayista y escritora Remedios Zafra es una de las mentes actuales más lúcidas de nuestro tiempo en el terreno de la relación humana con la tecnología y la producción cultural. Así lo demostró en El entusiasmo, que se hizo con el Premio Anagrama de Ensayo 2017, aunque hizo lo propio también en obras anteriores como Ojos y capital (Consonni, 2015) o La (im)posibilidad de un mundo sin párpados. Ensayo sobre la intimidad conectada (Revista Isegoría, CSIC, 2019).

En un mundo que ya vivía una transformación vertiginosa, la pandemia ha acelerado aún más ese sociedad pegada a una pantalla y un trabajo cultural precario. Sobre algunas de esas cuestiones, responde Zafra a través de un cuestionario planteado por este diario.

- Con el confinamiento y la situación actual, el sector de las plataformas digitales privadas ha tomado una presencia en nuestra vida cotidiana aún mayor. ¿Es un terreno perdido para el espacio público? ¿Estamos condenados y condenadas a ser consumidores de plataformas para normalizar la nueva rutina que se nos propone?
- La pandemia y los confinamientos han normalizado el uso de plataformas y las han convertido en protagonistas de la vida de interior que muchos llevan en los últimos meses. Creo que el asunto tiene múltiples lecturas. En cierta forma, está siendo un territorio y un tiempo perdido para el espacio público, pero está teniendo también una función catártica para la ansiedad y la incertidumbre de ahora. Es verdad que dejarse vencer en el encadenamiento de ficciones tiene algo de domesticación y derrota; pero no es fácil para los sujetos enfrentar lo que le perturba de maneras emancipadoras que no lleven necesariamente al abandono digital y la práctica aditiva.

No creo que sea un terreno perdido ni una derrota, sino una vía de escape ante una situación extrema donde las personas mayoritariamente han preferido evasión a lectura. Cabe pensar en ello y afrontarlo en sus formas de docilización y riesgo para la libertad y la esfera pública y ciudadana, evitando asentarlo como normalidad sin alternativa en nuestras vidas.

Por otra parte, a mí me parece que, incluso en los peores escenarios por venir donde esta situación de confinamiento se mantuviera, el doble sentido de “uso y producción” (dar y recibir) que permite Internet puede (y debe) ser reconquistado para armar el espacio público. Pongo un ejemplo concreto positivo: en estos últimos meses han explotado los vínculos y colaboraciones con trabajadores y proyectos de América Latina que hasta ahora no se habían planteado, multiplicándose las alianzas y contactos en proyectos online que hasta ahora no se hacían porque se valoraba fundamentalmente la presencialidad.

- La práctica totalidad de la gestión de los servicios de internet se ha cedido a grandes empresas tecnológicas. ¿Deberían los Estados haber desarrollado herramientas para evitar el oligopolio actual (GAFA, es decir, Google, Apple, Facebook y Amazon)?
- A principios de los años dos mil tuvimos esa oportunidad y quiero pensar que aún existen resquicios para que la política y las democracias controlen a la economía y no al contrario. Ahora mismo, la jerarquía en estos momentos es clara. A finales de los noventa latía aún esa posibilidad de que Internet pudiera construirse como parte de la esfera pública, donde experimentáramos otras formas de generar espacio, subjetividad y comunidad, pero la territorialización capitalista de la red fue un fracaso para esta expectativa y pienso que es un ejemplo de todo lo que está por venir y es cedido sin resistencia al capital. Creo que, en esa cesión por parte de los Estados, tiene mucho que ver la cultura de la comunicación que hoy predomina en la política, más centrada en seguir los ritmos veloces de Twitter (que favorecen mayoritariamente la polarización y el enfrentamiento), que en marcar ritmos reflexivos y planificados que favorezcan la alianza.

- Hablemos ahora de la producción cultural. La situación que describías en El entusiasmo no solo no ha mejorado, sino que ha empeorado exponencialmente con estos meses de teletrabajo sin una ley que lo regulara siquiera. ¿Salimos más fuertes o más débiles? 
- Pienso que no estamos saliendo, sino que seguimos “dentro” aún, zarandeados por la tormenta. La impresión es que saldremos con más heridas, pero cabe valorar hasta que punto esto nos está cambiando por dentro. Porque puede que, hastiados de la precariedad cultural, muchos busquen trabajos de otro tipo, preparen oposiciones o emigren, pero también que la toma de conciencia que en los últimos años se estaba produciendo se haga más fuerte y reivindicativa hasta ir transformando el escenario cultural.

Creo que esta crisis está cambiando nuestros mundos de vida bajo la sensación de que todo es temporal y que volveremos al lugar donde lo dejamos. Pero esos lugares futuros serán otros y nosotros también. La capacidad de aprendizaje del ser humano es grande y prueba de ello es ver nuestra evolución como especie.

La situación de precariedad de los trabajadores culturales (así como también la de las mujeres en el ámbito -feminizado- de los cuidados y de no pocos sectores donde la precariedad se asienta hasta hacerse normal e invisible) no solo no está mejorando, sino que se ha visto brutalmente golpeada por la pandemia. En ambos casos, no existía una estructura que nos permitiera resistir los embistes y rápidamente se han dado pasos atrás. En el caso del trabajo creativo estábamos en pleno proceso de cambio, de pasar de ser el regalo o el ornamento pagado con capital simbólico reivindicábamos ser “un trabajo”, un trabajo-empleo, y como tal remunerado. Ese es también el valor de la cultura, que quienes la construyen no pueden ser solo los ricos que se permiten el lujo de llamarla afición; quienes crean tienen cuerpo y la costumbre de comer.

Por otra parte, la cultura de la cancelación ha dejado desamparados a multitud de creadores que vivían de la concatenación de trabajos, obras y colaboraciones. Quizá la escritura es la que menos se ve afectada a nivel de producción cuando tenemos la suerte de convertir esta parálisis en concentración, pero no siempre pasa.

Mi impresión es que el inconformismo y rebeldía contra la precariedad sigue estando y está creciendo. La inflexión llegará si hay un espíritu colectivo capaz de materializar el malestar en cambios y no en resignación. A nuestro favor tenemos la imaginación, a la que hemos de sumar inteligencia y solidaridad para contagiar y favorecer otros escenarios y contextos más justos.

- ¿Las regulaciones que se están ofreciendo desde la Mesa de Diálogo Social son suficientes para el sector cultural? ¿Se debería trabajar en una norma más específica?
- Creo que los cambios no pueden limitarse a normativas, aunque estas son esenciales. Precisamos también cambios sociales en las formas de entender los trabajos, algo más de valentía para innovar, mirar hacia fuera y ver cómo están haciendo en otros países puede ayudarnos a especular alternativas.  Yo tengo más dudas que certezas en este asunto, pero creo que debemos enfrentarlo colectivamente con intención, no solo de ayudar o subvencionar puntualmente, sino de pensar cambios estructurales. Es necesario y es algo que reclamamos a quienes nos representan y trabajan para ayudar a los que no tienen voz pública o la tienen apagada por el miedo y la precariedad.

- La precariedad que se ha destapado del todo con esta profunda crisis económica que vive la cultura a raíz de la pandemia, ¿es producto de la falta de política cultural por parte de las administraciones? ¿Tiene que ver con un tejido sindical y obrero débil en los sectores culturales?
- Me parece que ambos asuntos tienen que ver. La sociedad ha cambiado tan profundamente en las últimas década (más aún con la cultura tecnológica) que hay un desajuste entre lo que queremos y pensamos que podemos hacer y lo que la estructura promueve o dificulta (especialmente el tejido laboral y la herencia burocrática y conservadora que estructura gran parte de las administraciones). Pero también la ausencia de una articulación colectiva sindical entre artistas y creadores es algo que nos lastra. Se trata de un cambio de paradigma que reclama dejar atrás el artista solitario e idealizado y que reclama una consideración de los creadores como trabajadores. Salir de ese individualismo reforzado por mitos y expectativas no siempre es fácil.

- Con el auge de las plataformas, que parece estar creciendo mucho más rápido de lo esperado, se plantea una tensionalidad entre el acceso libre a los contenidos, con la consecuente precariedad para los creadores y creadoras, o la limitación clasista a la cultura a cambio de una remuneración justa. ¿Cómo se resuelve eso?
- En apariencia hay una contradicción en esta cuestión que apuntas, llevándonos, por un lado, a promover una cultura libre para todos, y por otro, a reivindicar un pago de los contenidos que puede restringir a unos poco dichos contenidos. Pero creo que es una ambivalencia con trampa. Me niego a pensar que no podemos imaginar mundos que favorezcan el acceso igualitario y que, ademá, eso sea compatible con los trabajos remunerados. Es lo mismo que reclamamos en la educación o en la sanidad: que sea pública, igualitaria y accesible, pero con trabajos pagados. La cultura debería tener una base similar, ya que sostiene la creación de imaginario: las expectativas sobre lo que queremos “ser” en la vida se construyen y reiteran con una fuerte influencia de las ficciones y pantallas donde hoy operan los imaginarios. Es un círculo que se retroalimenta y que puede favorecer cambios. Esto no quiere decir que sea fácil, nos exige experimentar, probar y equivocarnos, tantear fórmulas y no bloquearnos cuando la situación parece contradictoria.

- Por último, fijándose en el contenido de las propias creaciones. ¿Hay una carencia de utopías en la representación del futuro? ¿Por qué solo podemos alumbrar un futuro cancelado o ultra-capitalista desde el aparato cultural
Los imaginarios tienden a movilizarse más desde el miedo que desde la esperanza. Tengo la sensación de que las utopías se miran con prejuicio, infantilizándolas o haciéndolas parecer ingenuas al ser positivas porque se confunden con las versiones simplistas y edulcoradas de los relatos para niños. Quizá porque imaginar un mundo mejorado es complejo y requiere cuestionar lo acostumbrado, es algo que no se promueve. En el fondo, esto beneficia a quienes ya ostentan el poder, para quienes los imaginarios mayoritarios contribuyen a asentarse y a mostrar como algo inquietante lo que a ellos puede dañarles. Determinadas distopías también juegan a favor del poder establecido en tanto que asustan y animan a resignarse con lo que se tiene.

A mí me parece que debemos promover la imaginación en todo el gradiente de complejidad entre los polos distópico y utópico, no solo como juego estético, simbólico y cultural, sino también desde la lectura política que nos permite avanzar en la especulación de tentativas para no seguir repitiendo fórmulas y mundos conservadores.

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