MURCIA. La obra de Pietro Marcello se había circunscrito hasta el momento al ámbito del documental, en la mayoría de los casos social o reivindicativo, pero también de carácter simbólico y poético. En sus trabajos latía la experimentación, el juego entre diferentes formatos, por eso no resulta extraño que en su primer largometraje de ficción se haya alejado también de los convencionalismos, incorporando buena parte de su espíritu iconoclasta a la hora de acercarse a un relato más canónico.
De esta forma, manteniéndose fiel a personalidad, se embarcó en la difícil tarea de adaptar la novela con tintes autobiográficos de Jack London, Martin Eden. El personaje le daba la posibilidad de hablar de muchos temas que le interesaban, desde la lucha de clases, a la importancia de la educación, aunque para abordarlos de manera mucho más cercana, trasladó los acontecimientos que tenían lugar en la obra original en Estados Unidos a su Nápoles natal. Además, aunque la obra presente un espíritu atemporal repleto de elementos paradójicos que mezclan pasado y presente, así tenía la oportunidad de realizar un retrato histórico de una época convulsa en su país como es el Novecento, repleto de tensiones políticas, revueltas y crispación social, con las grandes guerras de fondo y la lucha del proletariado.
Dentro de ese polvorín, Martin Eden (volcánico Luca Marinelli, Copa Volpi en el Festival de Venecia), es un marinero pobre e ingenuo que entrará en contacto con una familia adinerada y quedará fascinado tanto por la belleza de la joven hija, Elena (Jessica Cressy), como por su refinamiento y educación. A partir de ese momento comenzará a devorar libros y soñará con ser escritor. Martin plasmará en sus textos la crudeza de su clase social e integrará un discurso a favor del individuo por encima de la colectividad, convirtiéndose en un elemento incomprendido tanto para los ricos como para los teóricos del socialismo del momento. Será humillado y rechazado para más tarde ser alabado por aquellos que contribuyeron a convertirlo en un cínico, en un loco repleto de resentimiento que se odia a sí mismo porque sabe que ha traicionado su identidad.
Pietro Marcello siempre ha tenido predilección por los desheredados, siempre ha querido otorgarles una dignidad a través de su cámara. Al fin y al cabo, él también ha sido un outsider dentro de la industria cinematográfica y sabe perfectamente cuáles son las trampas dentro de un sistema condicionado por el éxito y el fracaso.
Lejos de traicionarse a sí mismo por la monumentalidad de la propuesta, el director ha logrado introducir todo su universo creativo a través de un dispositivo narrativo repleto de capas en la que también hay espacio para la experimentación a través de la inserción de fragmentos documentales que se integran a la perfección en el continuo secuencial y que logran elevar la propuesta a una dimensión profundamente simbólica y evocadora.
En ese sentido, Martin Eden parece concentrar muchas de las corrientes expresivas que han recorrido la cinematografía italiana, desde el periodo mudo al neorrealismo, pasando por las vanguardias, el cine político y el legado de cineastas como Pasolini o Visconti, Bertolucci o Bellocchio, dándole la vuelta al clasicismo histórico para configurar una obra heterodoxa y libre tanto en la forma como en el fondo e incluso en el plano musical, en el que converge Debussy, Oleg Karavaichuk y la música electrónica.
Entre otras muchas cosas Martin Eden gira en torno a la creación y el conocimiento, a la necesidad de expresarse a través del arte y todo lo que ello conlleva, la soledad, el esfuerzo, la confianza a la hora de creer en uno mismo, la necesidad de saltar sin red y luchar frente a las adversidades. También nos lleva del romanticismo al nihilismo. De la quimérica historia de amor juvenil a la autodestrucción en la madurez. De la inocencia al resentimiento. De la construcción a la muerte.
Es una obra ambiciosa (casi a modo de odisea), tempestuosa y visceral, llena de pasión y rabia, inabarcable, que nos zarandea y atrapa, que golpea y acaricia, siempre desde la mirada humana y humilde de Marcello, sensible a la hora de acercarse a sus personajes, a sus luces y sus sombras desde una rotunda potencia expresiva y una sensibilidad que conecta directamente con el presente. Cada uno podrá extraer sus propias conclusiones, pero tiene que ver con el idealismo y cómo se torno en decepción, con la hipocresía social, con el fracaso de las revoluciones íntimas y colectivas, con la búsqueda de la empatía en un mundo falso y vacío, así como con otros interrogantes y contradicciones que caracterizan nuestro tiempo.