MURCIA. Hubo un Madrid de cine donde una aún incipiente Escuela de Cine marcaría las décadas posteriores del cine español. España aún era una dictadura, los realizadores tenían que vérselas con la censura y la universidad era uno de los pocos espacios donde la militancia política se podía desarrollar con un mínimo de normalidad. En ese Madrid del 63 ubica Manuel Gutiérrez Aragón a Pelayo Pelayo, el protagonista de su última novela, Rodaje, publicada por Anagrama, que consigue enlazar en poco más de 200 páginas el final de la filmación de El verdugo y el intento de frenar el fusilamiento de Julián Grimau, el histórico militante del PCE.
Pelayo Pelayo es una excusa para contar el Madrid que vivió el propio Gutiérrez Aragón como estudiante de cine, con Berlanga como profesor en la Escuela de Cine y con Bardem como padrino político. “Berlanga era el profesor majo que triunfaba, mientras Bardem era el compromiso político. Hay mucho que contar sobre la historia de estas dos personas que representan un momento muy concreto del cine”, explica el autor a este diario.
Rodaje es una historia que presenta un arco de personajes a-las-puertas-de: Pelayo Pelayo entrega un guion que está a punto de rodarse, los militantes comunistas del cine y abogados progresistas intentan frenar un fusilamiento en una España que empieza a cuidar su imagen exterior, el protagonista también está a las puertas de un amor. Una conjunción de tramas y subtramas que conforma momentos cómicos, pero que sobre todo sirve como espejo de su propio contexto. “Quería hablar de un momento del cine del que queda mucho por recuperar. Se habla constantemente de la Movida, pero el Madrid de los 60 también es crucial para entender nuestra historia”, argumenta Gutiérrez Aragón.
El director de Camada Negra, que anunció su retirada de la gran pantalla en 2008, confiesa haberse jurado no hablar de cine en su nueva vida como novelista. Sin embargo, en su quinta incursión en la literatura de ficción, tejió este eje Grimau-Bardem-Berlanga que “le interesó instantáneamente” y que no pudo evitar seguir.
Gutiérrez Aragón pone como protagonista en las páginas de su novela a un guionista que guarda una relación de amor-odio con un proyecto que está a punto de rodarse, La estrategia del amor, una comedia que llevará a pantalla uno de los productores más importantes del país. Mientras, (la historia se desarrolla en apenas un par de días) Julián Grimau ha sobrevivido a una brutal paliza de Dirección General de Seguridad y se va a celebrar un juicio que puede acabar con su fusilamiento. Pelayo Pelayo intenta atender y mediar, con la discreción que le exigían las calles llenas de parejas de policias y una dictadura, la respuesta de un grupo de abogados y la asamblea de cineastas para presionar al gobierno de Franco y sumar oposiciones a la ejecución.
En la novela, Bardem (que en la realidad ya había roto lazos con Berlanga), envía a Pelayo Pelayo a los Estudios CEA, donde se estaban rodando las secuencias finales de El verdugo, una historia que -casualmente, de verdad- ironizaba y criticaba sobre la pena de muerte en España, en retroceso ya desde hace años y uno de los mayores obstáculos para el pretendido lavado de imagen de la dictadura de Franco de cara a la imagen exterior del país. Gutiérrez Aragón muestra a un Berlanga escurridizo, que no termina de comprometerse y que funciona mejor radiografiando el país que proponiendo una respuesta a sus problemas. Esa es la posible clave de la ruptura Bardem-Berlanga: juntos en señalar el problema, separados en la solución.
Rodaje también habla de cines, de bares y del paisaje intelectual del Madrid de los 60. El Café Comercial y el Gijón como puntos de encuentro entre periodistas, militantes, cineastas y por qué no, amores. Una conjunción de factores que solo pueden provocar el caos pretendido que el escritor pretende y maneja en la novela.
Además, la novela le sirve a Gutiérrez Aragón para volcar algunas ideas sobre el cine. “Son ideas propias que le cedo al personaje. Entonces, cuando yo era estudiante, o cuando empecé mi carrera en el cine, no era consciente de ellas, pero ahora, con el paso del tiempo, sí puedo expresarlas. El personaje de Pelayo Pelayo piensa aquello que solo puedes pensar con el paso del tiempo, pero que no deja de estar atravesado por la manera en la que se hacía cine entonces”, comenta. La novela empieza, en su primer diálogo, con una discusión sobre si el cine debería ser comprometido o construir otros imaginarios, el realismo frente a la narrativa mágica. Pero a lo largo de la historia se cruza con productores, actores, actrices, directores y hasta técnicos, que moldean una visión del cine pesimista que el autor niega haber pretendido (“no he querido retratar a gente superficial o arrogante por el hecho de trabajar en el cine”). Ante todo, señala las urgencias, lo frágil que era el cine de aquella época, con la censura, pero también con una industria muy vulnerable y la inocencia de una nueva generación de cineastas noveles con ambición de mucho y síndrome del impostor a partes iguales.