MURCIA. Está ahora mismo en uno de sus momentos más dulces, con más repercusión mediática que nunca junto a su mujer Nuria Roca. Sin embargo, Juan del Val se siente ante todo un escritor que pretende conquistar a los lectores a través de sus personajes. Con una prosa cuidada y con un ritmo vibrante ha conquistado a millones de lectores. Ahora lo hace de nuevo con Delparaíso, una novela coral en la que todo tipo de personajes confluyen para explicar una sociedad que está en plena era de la incertidumbre.
-Estás en un momento extraordinario: colaborador en El Hormiguero, y juez en un reality show en Antena 3, pero has trabajado también en radio, en prensa e incluso has sido albañil. Sin embargo, dices que eres novelista por encima de todo. ¿Por qué?
-Hago cosas y todas me gustan mucho: trabajo en tele, soy guionista y colaborador, pero lo que soy por encima de todo es escritor. Es para lo que vivo. Es casi una manera de ser. Todo lo que me pasa y observo es susceptible de ser escrito y, en realidad, todo el resto de trabajos que tengo tienen que ver con escribir, con observar, con estar. Y, por supuesto, escribir es lo que más me gusta hacer de todo. Escribir es un paso más, es lo que verdaderamente me provoca satisfacción real.
-Delparaíso es el titulo de la novela y también de la urbanización de lujo en la que se ambienta el libro. Puede recordar a La Finca en Madrid o a Mas Camarena en València. Independientemente de dónde estén situadas, las urbanizaciones de este tipo se entienden como una microsociedad en la que vemos reflejados muchos de los dilemas morales actuales. ¿Por qué decidió que una urbanización fuera el escenario de una novela? No sé si cree que todos aspiramos, de un modo u otro, a vivir en ellas.
-Me pareció interesante por varias relaciones. La novela habla de muchas cosas, pero me interesaba el concepto de seguridad y construir unas casas en base a la seguridad como símbolo de que no me puede pasar nada. Y, en realidad, esto no es así. Las vallas y las cámaras protegen de lo que protegen. Solo de que no pasen los ladrones, pero de todo lo otro no. Es una novela en la que se habla bastante de las apariencias: de lo que haces y tienes, más que para disfrutarlo tú, para que lo vea el otro, el de al lado. Y eso me parecía interesante para establecer el escenario. A partir de ahí me parece que son la excusa para hablar de personajes, cuando rascas y quitas la apariencia. Lo de dentro es lo que me interesa.
-En la novela no solo hay ricos, también mucha gente de clase trabajadora: la empleada de hogar de los Revilla, Luisa, una joven peruana o una cuadrilla de trabajadores rumanos, que trabajan en la obra del chalé de los Espinosa-Zúñiga. ¿De qué modo ha perfilado estos personajes para que reflejen tan bien el problema de desigualdad, inmigración y racismo que todavía vivimos en nuestro país?
-Me interesa lo que veo y la sociedad en la que vivo y, aunque esta no es una novela de crítica social, sí que refleja la clase alta, la clase más desfavorecida y una clase media que puede ser el vigilante o el que trabaja en el banco. Reflejarlo con más o menos precisión tiene que ver con que a lo largo de mi vida he estado en todos esos sitios: he sido obrero y otras veces me ha ido un poco mejor como ahora, y otras me ha costado llegar a final de mes. Entonces conozco un poco cada estrato y eso me permite hablar de todos.
-Claro, porque esta es una novela coral y querría hablar de algunos personajes. Me gusta cómo refleja al personajes del exfutbolista de éxito, Luca Sandovich, que proviene del mismo lugar que los albañiles. ¿De qué modo nos condiciona el origen y, sobre todo, cómo es posible que algunas personas que vienen de los mismos países extranjeros sean tratados como escoria y otros como príncipes, únicamente en función de sus habilidades?
-Sí, claro. Esto es la vida. Yo no intento hacer una crítica social porque eso se hace por sí mismo. A mí, como autor, no me interesa decir si algo está bien o está mal. Yo coloco al lector delante del mundo y después él ya pensará lo que considere. Es verdad que unos obreros inmigrantes y un futbolista que ha nacido en el mismo sitio, tienen vidas muy diferentes: uno es una estrella porque sabe jugar al fútbol y los otros están mucho más desfavorecidos. Esto a mí no me parece especialmente mal, esto es así. No quiero decir si es justo o injusto. Yo en la novela sí que creo que, al final, uno de los personajes a los que mejor le va es precisamente el que menos cosas tiene a favor: un inmigrante rumano, obrero y sordo. Al final es al que mejor le va.
-Hay toda una serie de relaciones paternofiliales muy potentes en la novela. Por ejemplo la de Don Julio y su hijo Borja que acabará siendo un homosexual reprimido y enormemente triste. ¿Por qué le interesa tanto este tipo de relaciones entre padres e hijos?
-En general, me interesa las personas. Parece una obviedad pero no lo es tanto. Las relaciones de padres e hijos me interesan mucho porque son lo que luego marca lo que es tu vida. Para bien y para mal. Son relaciones donde siempre hay amor pero también mucha frustración. Hay padres que no son ejemplares, e hijos que no son los que se esperaban de ellos. Estas relaciones, al final, tienen mucha miga.
-Hay otro personaje precioso: Mayte, una artista de teatro y del destape retirada muy lúcida. Muy ‘El crepúsculo de los dioses’ pero menos sarcástica. Ella representa esa idea que condensa buena parte del libro: que no somos tan importantes aunque nos lo creamos, que mañana va a seguir todo igual estés tú o no, que la vida va a continuar. ¿Es quizás este mensaje interno una buena forma de enfrentarse a la vida?
-Sí, absolutamente. Mira, yo no soy un novelista que escriba con esquema pero siempre tengo clara la idea que quiero contar. Y esa idea es justo la que tú acabas de decir. Lo quise poner en boca de Mayte aunque sí es una reflexión mía: los seres humanos tenemos una importancia muy limitada. Mayte es un personaje entrañable que me encanta y es uno de mis preferidos. Y es una mujer absolutamente maravillosa y de la más lúcidas. Hay personajes que te caen bien y otros mal. El más miserable, por ejemplo, es Pascual, director de la sucursal del banco. No puedo con él. Me hubiera gustado matarle pero al final la vida tiene ese tipo de personajes. Esta es una novela que tiene algo de desolador, pero con reflexiones optimistas como esta: “Vamos a vivir porque esto se acaba y no pasará nada”.
-Ha dicho en distintas ocasiones que escribes fijándote en la realidad. ¿Por qué no quisiste incluir nada relativo a la pandemia en tu libro?
-Efectivamente, puede parecer un contrasentido que diga que me nutro de lo que veo y que luego no haya metido nada de la pandemia. Empiezo a escribir la novela antes de este horror. Cuando llega el confinamiento me pasa una cosa curiosa: siempre he andando con poco tiempo y pensé que tendría un montón de tiempo porque trabajaba desde casa y tuve el virus, estuve aislado. Bueno, pues no me salió ni una línea. Luego, pensándolo un poco, aunque a mí me guste hablar de la realidad, para mí esto no es el mundo. Lo que está sucediendo con esta pandemia es que no podemos ser lo que verdaderamente es el ser humano: tocarse, abrazarse, reírse, que tu equipo meta un gol y te abraces al de al ladoa aunque no lo conozcas... Esto no es el mundo. Así que esto es como una pausa que nos ha tocado vivir, pero que va a pasar; y el ser humano tiene que ser lo que es. Esta pandemia no afecta a lo que hacemos sino a lo que somos. Por eso es complicado y por eso no quería poner nada de la pandemia en mi novela, porque yo quiero hablar de la gente que se toca.
-"Nunca hay motivos suficientes para suicidarse, o quizás sobren, las dos cosas son posibles en la misma vida", piensa uno de los personajes de la novela. Imagino que vivimos en esa eterna indefinición y no sé si todavía más en esta era pandémica repleta de incertidumbre.
-Todo lo que tiene que ver con la mente y la salud mental me interesa muchísimo por cuestiones personales. Sí que creo que en lo que escribo hay algo de enfermedad mental o suicidio. Es cierto que una misma vida y persona puede tomar la decisión de suicidarse hoy, pero en dos meses no lo hubiera hecho, y luego ya nunca. Creo que las circunstancias y el momento en el que te pillen determinan mucho. Esto me llama la atención y también me asusta, claro.
-Por último, no sé si el chico que escribe en pijama del que habla y al que dedica el libro es usted.
-Esto necesito matizarlo. Me han preguntado muy poco sobre esto, es curioso. Evidentemente, soy yo, claro. ¿Cómo se puede tener tanto ego para dedicarte un libro a ti mismo? Bueno, no es exactamente así. Me he de justificar. Efectivamente, ese chico que escribe en pijama soy yo y es un guiño al psicoanálisis. Mi último psicoanalista y yo llegamos a la conclusión de que para escribir determinadas cosas conecto con el que fui: alguien atormentado, alguien a quien no le iba bien. Esto es un homenaje a esa persona que yo fui pero que ya no soy, afortunadamente, aunque siga teniendo mucho cariño a ese chico. Y es verdad que, cuando me pongo a escribir, lo hago de una manera muy deplorable: en pijama, chándal o de cualquier manera, muy descuidado. Mi aspecto no es presentable. Así que decidí hacer ese guiño bonito en la dedicatoria. Vamos, que no soy tan vanidoso como para dedicarme el libro a mí mismo, lo cual sería una cosa bastante patética. Tiene que ver con algo que conectas y que se relaciona con el sufrimiento que ya, afortunadamente, no existe.