entrevista

Javier Bardem: "Las 'fake news' lo están invadiendo todo"

13/12/2020 - 

MURCIA. La nueva película de Sally Potter, Los caminos que no escogemos, es un turbulento paseo de 24 horas por los abismos de la mente de un enfermo de demencia. En un poético ejercicio de dignificación, la directora de Orlando (1992), La lección de tango (1997) y The Party (2017) revela el mundo interior oculto tras la corteza de confusión y desorientación de un hombre cuyos recuerdos se están desvaneciendo. Cuando Javier Bardem (Las Palmas de Gran Canaria, 1969) recibió la propuesta de interpretar al protagonista, el actor español dudó, porque a su edad no se veía en la piel de un enfermo de Alzhéimer, pero la realizadora británica le aclaró que su personaje estaba aquejado de una dolencia distinta, la demencia frontotemporal, que puede desencadenarse en la veintena. “Es terrorífico. Así le pasó a su hermano… Sally lo estuvo cuidando durante muchos años”, compartía el único actor español reconocido con un Oscar en la pasada Berlinale. La película se estrena el 15 de diciembre en Amazon Prime.

- ¿Qué reto te supuso interpretar a un enfermo de demencia?
- Fue un desafío. Tuve que ponerme en la piel de un hombre que lo ha perdido todo. Porque cuando se deteriora tu capacidad de razonamiento, ya no importa nada. Dejas de reconocer a las personas, no sabes lo que estás haciendo, quién eres ni dónde estás. Y al mismo tiempo, las personas en ese estado tienen la necesidad de conectarse, así que hay instantes de lucidez en que luchan por hacerlo. Incluso cuando los vemos distantes, hay momentos en los que toman conciencia y quieren relacionarse. Verlo es tan doloroso como hermoso. 

- ¿Le preguntaste a Sally por su experiencia personal?
- Sí, me comentó que hubo un momento en que la incapacidad de su hermano para situarse desencadenó su imaginación. Sally hizo un ejercicio mental para tratar de entender dónde estaba Nic. Eso significaba ir a un lugar donde no hay sentido común, o las cosas están suspendidas. Su hermano estaba viviendo vidas diferentes y hablando de cosas que no hizo o que desearía poder hacer. Y solo cuando ella entró en su cabeza, fue capaz de alcanzar una conexión con él. 

- ¿Cómo entraste en ese limbo mental?
- Desconecté del mundo que me rodeaba a través de la relajación y de la respiración, y mediante la práctica de muchos diálogos internos donde hablaba conmigo mismo sin interferir. Te lo explico: cuando hablamos con nosotros mismos, seguimos una rutina de sentido común: quiero hacer esto, tengo que ir allí, he de visitar a mi amigo. Así que tenía que abandonar el sentido común y pensar en árboles, en cerdos, en comer, sin orden ni concierto. Eso me mantuvo en un estado de no estar ni aquí ni allí, sino en otro lugar. No obstante, no creo que sea más fácil o más difícil que cualquier otro trabajo. Es mi oficio, lo que hago para vivir. 

- ¿Eres un actor de método?
- No creo en mantenerme en un personaje las 24 horas del día. No puedo hacerlo. No sé cómo hacerlo. En cuanto dicen corten, doy las gracias y sigo con mi vida. Llamo a mis amigos, a mis hijos y les habló como la persona que soy, su papá. Y cuando luego rodamos, pido 20 minutos y me meto en el papel.

- ¿Y trabajas con tus propios conflictos y emociones?
- Lo hacía de joven, pero ya no trabajo con materia personal. Para crear placer o dolor, no es necesario recurrir a los tuyos propios.

- Elle Fanning te da la réplica como tu hija en gran parte del metraje, ¿cómo te ayudó a entrar y salir de ese estado intermitente de desconexión?
- La veracidad de mi interpretación hubiera sido imposible sin tener a mi lado a una actriz tan presente e intuitiva como Elle. El guion estaba ahí, pero conseguir las reacciones humanas que se ven en la película variaba de una escena a otra. Acordamos que ella me respaldaría allá donde fuese y saberlo me dio la libertad que necesitaba para dejarme llevar, ya fuera caminar errático por las calles de Nueva York y caerme, como desprenderme de mi ropa. Elle estaba allí, dándome la réplica, mientras me levantaba del suelo, mientras me vestía. Son momentos enormes.

- ¿Qué hay de Sally, cuánta libertad te dio para hacer tuyo el personaje?
- Me dio mucha libertad. Rodamos en diciembre y hacía un frío glacial. Le pedí permiso para vagar por la ciudad. Y la cámara me estuvo siguiendo. Una de las cosas divertidas de esta película era no saber dónde nos iba a llevar el personaje, qué iba a pasar. Ni siquiera yo. No había reglas. Los enfermos de demencia son como una bomba a punto de estallar, pueden ser divertidos, violentos, tristes, dolientes. No puedes controlar sus reacciones.

- En la rueda de prensa comentaste que había sido un rodaje muy exigente, porque sólo dispusisteis de 20 días. ¿En qué se diferencia tu entrega en proyectos que suponen una inmersión así?
- Cuando ruedas superproducciones dispones de más tiempo, mientras que en proyectos de bajo presupuesto, tienes que ir así (chasquea los dedos repetidamente). La entrega es idéntica, porque incluso cuando tienes demasiado tiempo, eso puede matar tu actuación, ya que entre toma y toma te toca esperar 45 minutos y pierdes la concentración. No importa el presupuesto, cada proyecto tiene sus desafíos. Hay que afrontarlos línea a línea, escena a escena, un paso detrás de otro.

- Pero, ¿qué prefieres?
- Ir rápido. Estar en el set y meterme en faena. Interpretas seguido y deseas y esperas que la cámara esté rodando, porque a veces no es así. Hubo una escena con Elle en la que yo tenía los ojos cerrados, pero sentía que estaba siendo fantástica. Mi corazón se estaba desgarrando. Todos rompimos a llorar al terminar la toma y resulto que la cámara no estaba filmando (carcajada). Fue muy duro, porque puedes intentar imitar lo que acabas de hacer, pero la cagas, así que has de abordarlo de otro modo.

- Has nombrado Nueva York, una ciudad llena de estímulos, que puede confundir más si cabe a una persona aquejada de una enfermedad mental. ¿Cómo te afectan a ti, personalmente, el ruido y la luz de las grandes ciudades? 
- Soy un gran urbanita. Adoro las ciudades. Por eso no tengo carné de conducir, porque siempre me desplazo a pie. Tengo 51 años y toda la vida he vivido en el centro de Madrid. Ahora lo hago a las afueras, a media hora, y siento que me estoy haciendo viejo, porque cada vez que me desplazo al centro quiero salir de allí. El ruido es enloquecedor. Y Nueva York, olvídalo. La primera vez que visité la ciudad fue en 1996. Desde entonces, ha cambiado mucho. Entonces estaba congestionada, pero ahora está saturada. Son tantos los estímulos, los movimientos, las luces…

- E imagino que los contratiempos de la fama… ¿Se está volviendo más complicado caminar por la ciudad con la irrupción de los smartphones? 
- Sí, todo el mundo tiene un móvil con cámara. Pero para eso están los abogados (risas). Hubo un momento en el que intenté controlar esa invasión de mi privacidad, pero al final, me dije: ¿qué demonios estoy haciendo perdiendo el tiempo con esto en lugar de leer un libro o ver una película o hablar con mis amigos? Y decidí no contratar a una, sino a varias personas para que trabajasen en ello. Cuando se han dado malas situaciones, he demandado y siempre he ganado. Pero es una locura la cantidad de mierda, de mentiras, de manipulación… Las fake news lo están invadiendo todo, incluso las cabeceras más importantes, que antes eran ejemplo de buen periodismo. Cuando leo cosas escritas sobre mí que son mentira, me pregunto: ¿por qué este periodista no ha hecho lo que debía hacer, que es contrastar la información? Lo dio por bueno, solo porque lo leyó en Twitter. Y si me pasa a mí, me imagino lo que sucede a gran escala.

- ¿Has notado que la situación haya empeorado en el transcurso de tu carrera? 
- Sí, debido al famoso clickbait. Es brutal, brutal... Como te he dicho antes, no me meto en ese jardín, porque me disgusto. Lo dejo en manos de profesionales, porque de lo contrario es mi palabra contra la del medio, y no funciona. 

- En Loving Pablo (Fernando León de Aranoa, 2017) y Todos lo saben (Asghar Farhadi, 2018), tu personaje también bucea en su pasado. Esa reincidencia ¿te ha hecho reflexionar sobre las cuentas pendientes con el tuyo propio?
- Sí, el pasado siempre nos persigue. También era un aspecto interesante en Loving Pablo (Fernando León de Aranoa, 2017). Cuando Escobar se estaba haciendo grande y poderoso, los periódicos recordaron que había matado a dos policías una década atrás. Se le señaló como asesino, y eso le llevó a declarar la guerra. Por eso tenemos que hacer las paces con el pasado, porque siempre va a estar ahí, echándonos su aliento en la nuca (risas).

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