MURCIA. Sus novelas se esperan con devoción por buena parte de los lectores españoles. Martínez de Pisón concita calidad y cantidad. Algunos de sus títulos más conocidos han recibido premios como el Nacional de Narrativa. Ahora regresa con Fin de temporada (publicada en Seix Barral), una novela protagonizada por una madre y un hijo instalados en la Costa Dorada y que tiene como tema central el pasado no resuelto, los flecos que no se atan y se arrastran toda la vida hasta conformar una gran trampa existencial.
- Has dicho en más de una ocasión que, para ti, el gran tema literario era la familia porque es un espacio donde el amor y el odio se intercambian constantemente.
- Bueno, por lo menos, la familia es el ámbito donde los sentimientos y las emociones se intensifican más, donde los vínculos son más férreos y donde la relación que establecemos unos con otros es más intensa. Y luego es un tema literario tan antiguo como el mundo y que desde los primeros textos sagrados y las tragedias griegas de lo que nos hablan es de historias de familias y creo que seguiremos hablando de historias de familias durante miles de años. Por mucho que haya cambiado la institución de la familia como ha cambiado estas últimas décadas, sin embargo, la fortaleza el vínculo entre una madre y un hijo nunca se va a debilitar y siempre va a ser motivo de conflicto. De hecho, ya sabes que esta es una novela sobre eso: una madre y un hijo unidos por un vínculo y por unas consecuencias que tienen que ver con amores exasperados.
- Probablemente, dentro de la familia no haya una relación más bestial que la que puede unir a una madre con un hijo. En este caso a Rosa y a Iván, cuya relación tiene un origen traumático.
- Sí, es una especie de pecado original que arrastran, sobre todo el chico, sin saberlo. Es algo que marca el destino desde antes de su nacimiento. No sólo no es consciente de ello sino que todo sucedió antes de que él naciera. Sin embargo, eso que ocurrió antes de que él naciera va a determinar su porvenir y su vida. Es también una novela sobre el azar porque está protagonizada por una parejita que se dirigen a Portugal, que van a abortar y en un segundo todo cambia. El que tenía que vivir no vive y el que tenía que nacer, nace. A partir de ahí, se arrastran los traumas y dramas que en algún momento se desatarán y estallarán el conflicto.
- El escenario de la novela es finales de los años setenta, cuando intentan restaurar este camping de la Costa Dorada y muestra una España muy diferente, sin duda, a la que ahora vivimos. Aquella España era un país a punto de vivir la transición, estaba casi renaciendo. ¿Por qué te interesaba ambientarla en esa época?
- En realidad, empiezo contando el accidente a finales de los setenta y luego damos el salto temporal a veinte años después y, efectivamente, España ha cambiado mucho en esos veinte años. Cuando ya retomo la historia lo hago cuando el protagonista va a cumplir veinte años y cuando todavía él no sabe nada de las circunstancias de su origen y de su nacimiento. No es que sea una novela sobre España o sobre la época que nos ha tocado vivir, pero sí esa sociedad se transluce a través de esa historia de la madre y el hijo. Ella se va de Extremadura porque en la Extremadura de 1977 una madre soltera que además se sabe que ha querido abortar, pues es una mujer que va a ser mirada con mala cara siempre y va a tener una reputación siempre en entredicho. Esa misma mujer, veinte años después, puede tranquilamente presentarse como madre soltera sin que nadie se lo reproche. Y, por supuesto, el hecho de que haya ido a abortar ya no merece esa sanción social adversa. En esos dos momentos se percibe el cambio de la sociedad española y, sobre todo la conquista de la tolerancia que es el gran valor que hemos heredado de la transición. Esa necesidad que tenemos de aceptar a los otros como querríamos que nos aceptaran a nosotros. Y, por suerte, creo que eso ha venido para quedarse. La España intolerante quedó atrás.
- Hay una parte de la novela que tiene como contexto la nuclearización que vivimos en nuestro país y es muy interesante cómo retomas el tema de la Central Nuclear de Vandellós que es uno de los sucesos más desconocidos que hemos vivido últimamente.
- Sí, ahora que todos hemos visto Chernóbil y que tenemos más presente el peligro de la energía nuclear, de repente pensar que en el año 1989 hubo un accidente en que no llegó a morir nadie pero tuvo ciertas consecuencias es un tema poco tocado. Parece que la Guerra Fría está identificada con la energía nuclear y que fuera algo del pasado. Sin embargo, la teoría de las centrales nucleares que se levantaron en su momento sigue activas. Curiosamente, una de las pocas que se han desmantelado es Vandellós I, precisamente por ese incendio del 89 y es el desmantelamiento en el que trabaja Iván como operario. En una Central a la que todavía le quedan años porque aunque sigue encerrada en una estructura de hormigón armado con muchas toneladas y resistente al agua y al frío, al viento sí sigue habiendo radiación. En esa zona de España sigue habiendo otras dos nucleares que están activas. Hubo un diseño de la España del futuro a finales del Franquismo que excluyó buena parte de esos rincones de España. Son zonas donde la prosperidad ha pasado de largo porque nadie piensa en establecerse en un lugar donde tienes al lado una amenaza vaga e indeterminada que es para siempre porque, claro, la energía nuclear no se desactiva nunca.
- En esa ocasión no ficcionas o documentas vidas reales como sí hiciste en otros libros, pero creo que esta historia sí parte de algo que te contaron y sucedió.
- El comienzo es una recreación de una historia que me contó de esa pareja que van a Portugal a abortar y el chico muere y la chica que vive cambia de opinión y tiene el bebé. Pero mi amigo, el que me contó esto, no sabía más. Así que a partir de ahí tuve que imaginar. En otros libros lo que he hecho es investigar. Lo hice con Robles, con Zapador. En esos casos me parecía que la historia real era interesante y preferí no aportar nada que fuera producto de mi imaginación sino directamente documentar aquellas historias y contarlo. En este caso no podía averiguar nada porque había perdido la pista de los protagonistas, de tal manera que lo único que se parece a la anécdota real es el prólogo. A partir de ahí todo es invención. La duda es si alguna vez me saldrán los protagonistas de esta historia porque yendo a tanta radio y a tanto periódico, pues a lo mejor esa madre y ese hijo leen las entrevistas y se dan cuenta que son nuestra historia. Y me gustaría saber qué vida han llevado y si se parece a lo que yo he escrito, por ejemplo.
- Sería muy curioso, sin duda. Tus novelas, Ignacio, están llenas de vida porque cuidas el detalle absolutamente. Por eso, entre otros, se te ha comparado con Galdós. Pero también se percibe en ellas un tratamiento cinematográfico. No sé si te sientes cómodo con esas dos apreciaciones y, en cualquier caso, si crees que son complementarias.
- Sí, a mí me parece que los detalles son como el relleno de la empanadilla. Un novelista tiene que saber recrear la realidad a partir de las cosas pequeñas y tener esa capacidad de observación porque acaban teniendo relevancia en la historia. Y luego, no podemos evitar narrar cosas que nos entran por los ojos. La narrativa actual está muy condicionada por la narrativa audiovisual y lo que contamos influye en descripciones de lugares que el lector reconoce. En este caso son paisajes tan contrastados como el paisaje del mediterráneo y la Costa Dorada, las tierras ocres de Extremadura y los caserones de Plasencia y una ciudad como Toulouse con un ladrillo como rosado. Me apetecía jugar con colores con ambientes, con sensaciones que son muy visual.
- Por último, aunque la novela habla de un caso muy particular, hay muchos momentos en los que trasciende y hay, al menos, un par de preguntas extraordinarias que no sé si llegas a responder y que son una indagación en torno a ellas: “¿Es imposibles borrar el pasado?” y “¿No tenemos derecho a olvidar?”.
- Bueno, son prácticamente la misma pregunta. Si queremos mirar al pasado tenemos que procesarlo y digerirlo para que no afecte al presente. El pasado está ahí y es como la energía radioactiva de Vandellós. Está encerrado pero está y seguirá toda nuestra vida. Lo más probable es que en algún momento emerja. Cuanto más tiempo lo hemos tenido oculto y mayor es el secreto que hemos hecho con ese pasado, mayor es la posibilidad de que la explosión nos haga daño.