MURCIA. Podría haber titulado este artículo “Pero ¿esto qué es?” porque esa es, más o menos, la impresión que deja esta serie británica de Steve Lightfoot, adaptación de la novela de Sarah Pinborough. Un WTF! como una casa. Es ese tipo de historia que lo fía todo al giro inesperado del final (bueno, giros, que aquí hay varios), como Los otros o El sexto sentido, pero que, a diferencia de las películas de Amenábar y Shymalan no se esfuerza por resultar interesante por el camino ni por construir algo que merezca la pena ver desde el minuto uno.
Y tiene seis capítulos, que son demasiados se mire por donde se mire. Hasta el capítulo cuatro, Detrás de sus ojos es una historia muchas veces contada a la que no aporta nada particularmente interesante. Louise se enamora de su jefe, David, casado con Adele. Un triángulo amoroso de toda la vida sin nada especial, que se mueve en el terreno del cliché manido, o clichés en plural, porque hay para dar y tomar. No es el menor de ellos ese que convierte en objeto de deseo a un señor gris e insípido, que atrae por su halo de tristeza: está triste y callado, luego es interesante y misterioso. Espóiler para la vida real: no, no hay relación de causa efecto entre el silencio y el interés. De hecho, el caballero en disputa es el personaje menos interesante de la función, como, sin ir más lejos, en El embarcadero, esa serie tan oyoyoyoy filmada en La Albufera (esta también es muy oyoyoyoy). Guapo sí es, solo faltaría que no, pero no es suficiente para justificar que levante tantas pasiones.
Sigamos con los clichés. El triángulo lo componen la ingenua enamorada, el señor guapo-pero-anodino y la esposa loca. He aquí otro estereotipo perseverante y misógino, el de mi-mujer-está-loca (o mi ex, según los casos). En realidad, la serie es una puesta al día del tópico de la loca del desván, que tiene en Jane Eyre, la extraordinaria novela de Charlotte Bronté, su más ajustada representación y que, no en vano, es citada en uno de los diálogos de la serie. En la novela, recordemos, el protagonista tiene encerrada en el desván a su mujer legítima, considerada loca y violenta, y todo se descubre cuando aparece una nueva mujer en su vida, la inocente e ingenua Jane.
El concepto "la loca del desván" (o del ático) fue acuñado en 1979 en The Madwoman in the Attic: The Woman Writer and the Nineteenth-Century Literary, un ensayo muy influyente de las críticas literarias Sandra Gilbert y Susan Gubar. Allí analizan, bajo una perspectiva feminista, Jane Eyre y otros relatos del siglo XIX escritos por mujeres, como Ancho mar de los Sargazos de Jean Rhys o El papel de pared amarillo, de Charlotte Perkins Gilman, y plantean que, mediante esas ‘locas del desván’, las escritoras podían dar rienda suelta a las fantasías de liberación que la mujer victoriana no podía permitirse, de ahí los rasgos de violencia, locura y furia que mostraban esos personajes, cuyo rasgo principal es que son incontrolables. La figura no está solo en libros escritos por mujeres, también la encontramos, sin rasgos negativos, más bien como víctimas, en La dama de blanco, de Wilkie Collins; en el personaje de la señorita Havisham de Grandes esperanzas, de Charles Dickens, o en la Lucy Westenra, la mujer vampirizada en Drácula, de Bram Stoker, que acaba teniendo los rasgos de “la loca del ático”: violenta, sexualmente activa y, sobre todo, incontrolable.
La figura de la mujer loca, desgraciadamente, no era solo un recurso literario, sino que respondía a una realidad machista y terrible: la de muchas mujeres que, por no cumplir con el estrecho papel que tenían asignado, fueron tildadas de locas o enfermas (histéricas) por padres y maridos y encerradas en instituciones o en su propia casa.
Hay muchas variaciones sobre esta “loca del desván” que se dedica a hacerle la vida imposible a un hombre cabal y recto y a la nueva mujer que aparece en su vida. Rebeca, la novela de Daphne du Maurier, sería una revisión del tema. Que aquí la loca esté muerta no invalida el estereotipo, puesto que sigue incordiando de lo lindo gracias a su recuerdo y el peso que sus acciones del pasado tienen en el presente, lo que no quita para que, hoy en día, Max de Winter nos parezca más bien tóxico y nada romántico.
Pues he aquí que tenemos todos estos clichés románticos en el Londres actual: el pobre hombre atrapado en las garras de una malvada mujer obsesionada y una valiente heroína dispuesta a salvarlo por amor, a cargo de personajes más bien poco interesantes e interpretados con cierta desgana. Ojo, espóilers poco dañinos ahora. Aunque estamos en el siglo XXI, también hay una gran mansión que sufre un incendio, como en Jane Eyre o en Rebeca, pero se notan los tiempos actuales en el modo en que intentan sembrar dudas sobre la actitud masculina, en parte en aras del suspense, en parte porque sería difícil sostener algo así hoy. Al fin y al cabo, lo que vemos es un hombre que controla los movimientos de su mujer, su medicación y su fortuna con la coartada de su enfermedad mental (#FreeBritney), mientras está liado con su secretaria. Bonito no es.
Y de pronto, ¡ojo, espóiler de los gordos! en el capítulo cinco, el giro. La aparición (había estado sugerida antes a través de los sueños lúcidos) de un elemento sobrenatural, el viaje astral. Sí, el viaje astral, que ni Iker Jiménez se acordaba ya de él, pero helo aquí. ¡Oyoyoyoy! Adele, la esposa loca, resulta que puede salir de su cuerpo y dedicarse a cotillear todo lo que hace su marido. Y, a partir de aquí, el supergiro, o lo podemos llamar también el despiporre. No solo Adele puede salir de su cuerpo, sino que puede meterse en otro con el que esté compartiendo la experiencia del viaje astral. Y así es como descubrimos que Adele no es Adele, sino Rob, un amigo homosexual que, en el pasado, decidió robarle su vida cuando descubrió ese poder y, sobre todo, a David, con el que se obsesiona. ¡Doble Oyoyoyoy! Y así es como la mala ya no es una mujer -fin del relato misógino- sino un gay drogadicto. ¿Llegada del relato homófobo? Lo dejo a su consideración. Fin de los espóilers.
Para llegar al inquietante final, es necesario que la heroína, la ingenua Louise, pierda la inteligencia que ha demostrado previamente y haga una soberana idiotez, forzadísima y muy poco trabajada. Guionistas, de verdad, en qué estabais pensando. Pasa muchas veces, lo sé, pero es que lo de aquí es particularmente tonto. Y hablando de finales, ¿a qué vienen tantos artículos en medios especializados sobre “el final de tal serie explicado”? ¿Pensáis que el público es idiota o cómo va esto? Detrás de sus ojos también los ha tenido, pero, francamente, no alcanzo a ver qué no puede entenderse del final, con la cantidad de subrayados visuales, musicales y verbales que despliega, por si te has perdido algo. No hay ambigüedad posible. Es lo que es.
¿Y qué es? Pues la clase de producto audiovisual que les da la razón a Martin Scorsese o a Lucrecia Martel cuando reniegan del concepto contenido tal como se entiende actualmente y defienden la puesta en escena por encima de todo. Esta serie es solo argumento. Podría haber sido perfectamente un telefilm al uso de fin de semana, sección thrillers truculentos de Antena 3, no el amable costumbrismo alemán de la 1, con sus 90 o 100 minutos reglamentarios y eso que nos habríamos ahorrado. Una de esas producciones que reivindica con muchísimo humor e ingenio la cuenta de twitter @pelidetarde, que ya que estoy aquí aprovecho para recomendarles y finalizar con alegría este artículo.