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SILLÓN OREJERO

Deliranta Rococó, lucha de clases para niños en 1976

Sus señores diminutos con barbas largas y sus mujeres orondas que les cuadruplicaban el tamaño fueron la firma distintiva de los personajes más famosos de Martz Schmidt, uno de esos obreros de Bruguera a los que el paso del tiempo ha ido relegando a un injusto olvido. En las obras del cartagenero se pueden encontrar un humor que sería irreproducible en la actualidad, pero también, como en el caso de Deliranta Rococó, planteó a los niños la lucha de clases tras la muerte de Franco.

5/11/2019 - 

"Dibujar en el silencio de la madrugada es como bañarse desnudo en una bella playa solitaria". El autor de esta frase es Martz Schmidt, seudónimo del murciano Gustavo Martínez, y está recogida en una antigua entrevista rescatada por la web Humoristán. Natural de Cartagena, llegó a Barcelona en los años 40 y desde 1951 trabajó en Bruguera. Su legado es de los más apreciados de la historieta española. Personajes como Deliranta Rococó, el doctor Cataplasma o el profesor Tragacanto forman parte del panteón de clásicos como Zipi y Zape o Mortadelo y Filemón. Lo sabe cualquiera que comprase tebeos semanales cargados de autores, que no solo leyera el sota, caballo y rey.

Con Deliranta, creación original de la guionista Montse Vives, aprendimos a reírnos de los ricachos y la ostentación. La protagonista era una aristócrata presumida, pero poco agraciada, que era continuamente boicoteada por su "menordomo" Braulio, al que trataba con desdén. El universo superficial y egoísta en el que se desenvolvía torpemente esa mujer era perfectamente intercambiable con el de esas personas que conocíamos que dejaron de serlo para convertirse en influencers o simplemente han logrado un número suficiente de followers como para enloquecer y dislocarse de la realidad.

Esta señora fue creada en 1976, con lo que suponía en aquella época mostrar a una señora adinerada, obesa porque comía compulsivamente, frente a su servicio, un hombre que odiaba a su patrona, pero que no podía apartarse de ella por necesidad. Para el crítico Antoni Guiral era un ejemplo clásico de lucha de clases, solo que en un contexto para el lector infantil y juvenil.

Pese a todo, había episodios que rompían la pauta. Como en Sed, donde Deliranta se dejaba llevar por la publicidad hasta aprender que le estaba creando necesidades absurdas. Cuando luego veía que su amiga de atrevido título, marquesa de Rabotieso, estaba loca por los productos de la tele, en lugar de rematar la historieta con un gag, Deliranta se iba al campo a huir del mundanal ruido y exclamaba "¡Qué a gusto se está aquí!".

Era un personaje bastante versátil para lo que se le puede suponer a Bruguera. No siempre salía mal parada, a veces debido a los excesos de su personalidad conseguía salirse con la suya. Eso era más educativo incluso que una historieta contra la publicidad y el consumismo, porque rompía la pauta de darle siempre al tentetieso, un detalle que no debe ser tomado a la ligera.

Pasados los 80, en la extensa historia La pasanta y Olimpia, además, encontramos detalles que llaman la atención en una época como la actual en la que la cultura popular, con sus estereotipos de género y demás, se mira con lupa. Era un relato en el que aparecían otros de sus personajes, como el Profesor Tragacanto y sus alumnos o Doña Urraca, que pasó a dibujarla él tras la muerte de Jorge (Miguel Bernet) En las primeras dos páginas, Deliranta le parte la cara a dos hombres. Incluso Braulio termina pasando el polvo con una armadura de los antepasados de Deliranta para que no le peguen más.

La historia transcurre en el Colegio Infanzonas Muchapástez. Deliranta se convertía en profesora, pese a su abrumadora incultura. En los últimos compases, sus alumnas se vuelven feministas y hacen una manifestación en la que gritan: "Abajo la Marta Sánchez, arriba el Antonio Banderas". Además, juegan un partido de fútbol contra los niños y ganan ellas. Les meten trece. Aunque uno de los mejores gags era que por fin Deliranta lograba adelgazar. El método, tirarse un pedo gigante. Como humor infantil, insuperable.

Sin embargo, para quien esto escribe, su creación más brillante, también a la par con Vives, que tiene acreditados varios guiones, fue Camelio Majareto, que la pudimos disfrutar en los Mortadelo de los 80. Era un psiquiatra que aplicaba métodos expeditivos a sus pacientes. Llamaba la atención su secretaria, una mujer despampanante, que no le debía disgustar a Schmidt dibujarlas, puesto que siempre aparecían y a veces hasta interactuaban con él.

Camelio era un dandy, fumaba siempre con boquilla, tenía el bigote como Salvador Dalí y podía recibir a sus pacientes mientras hacía el pino. No obstante, había una burla cruel hacia la figura del psicólogo en general o el psicoterapeuta. Aparecía concebido como alguien sobradete que chocaba con la sabiduría popular.

Es decir, cuando proclamaba que es natural que los niños hagan travesuras, era para en la viñeta siguiente estar a punto de perder un dedo por una broma de un crío. Cuando recomendaba a un paciente que no reprimiera sus impulsos de tirar petardos, que reprimirse no conducía a nada bueno, este le volaba la cabeza con uno. El gag definitivo en esas situaciones era que Camelio abandonaba la teoría y pasaba a la práctica haciendo cualquier burrada.

Hubo, en la línea para el analista de las guerras culturales actuales, un capítulo en el que Camelio despide a su secretaria para contratar a una estudiante que es todavía más atractiva que ella. El psiquiatra se la lleva a Montecarlo a un congreso y, para su sorpresa, lejos de un viaje romántico, lo que le ocurre es que ella se va con otro, un apuesto galán de las revistas. A la vuelta, cuando quiere recurrir a su antigua secretaria, esta le da una paliza. Las mujeres Martz se defendían a guantazos del machismo.

Sin embargo, el doctor Cataplasma, bajo los focos actuales, levantaría alguna ampolla. Su asistenta era una mujer negra, de nombre Panchita, y le solía hacer comentarios sobre su color, claro que estos tebeos datan de los años 50. En una historieta, por ejemplo, le dice que no toque el teléfono, porque "el teléfono rojo es propio de la Casa Blanca, no de una cosa negra". En otra ocasión, el doctor se rompe un pie y es ella quien tiene que atenderle. Para ello, le prepara un bálsamo a base de "pelos de mono, corteza de mandrágora, vinagre tinto..." En fin, que Panchita siempre metía la pata porque era una "primitiva", en palabras del doctor Cataplasma.

 Pese a todo, la agilidad en el trazo, el movimiento frenético y los guiones delirantes que presentaban los trabajos de Schmidt no solo estaban a la altura de los grandes, sino que marcaba su propia línea diferenciada. Sobre todo, mostró un talento especial a la hora de definir personajes de tamaños tan diferentes -Deliranta era enorme, Braulio menudo y pequeño. Cataplasma era pequeñito y Panchita, gigantesca, etc...- y para desarrollar historietas largas que mantenían la coherencia narrativa. Un grande que no merece un recuerdo como secundario de aquella época dorada de las viñetas para chavales.

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