MURCIA. En 1996, Gillian McCain y Legs McNeil descubrieron el filón que era la historia del rock neoyorquino. Hasta entonces se creía que solamente Lou Reed y Velvet Underground tenían la suficiente consistencia como para construir un mito en torno a ellos. Por favor, mátame sacó a relucir el enorme potencial que encerraban las decenas de historias que se habían fraguado dentro y fuera del Max’s Kansas City y el CBGB. Ahora que ya es oficial que dicha época acabó con el siglo al cual pertenecía, la información de aquellos tiempos contada en primera persona se vuelve cada vez más valiosa. Richard Hell, Jayne County, Debbie Harry, Johnny Ramone y John Cale han contado ya su versión de los hechos en sus correspondientes libros de memorias. Ahora es el turno de Chris Frantz, batería y miembro fundador de Talking Heads y Tom Tom Club. Resulta bastante improbable que David Byrne, líder de los primeros, se decida a hacer lo mismo, aunque ya ha dejado un interesante rastro de testimonios en las notas de varias antologías de discos y vídeos del grupo. Amor crónico es interesante entre otras cosas porque ofrece una versión alternativa a lo que podría considerarse la historia oficial de Talking Heads. Fueron Frantz y su futura esposa, la bajista Tina Weymouth, quienes le propusieron a Byrne que se uniera a ellos para crear el grupo que acabaría consolidándose dentro y fuera de Nueva York como Talking Heads. Byrne no sale muy bien parado en la crónica del batería. Casi siempre está ausente del relato, salvo para explicar algunas de los detalles feos que tiene con la banda y con el mundo en general. Por ejemplo, en 1980, su entonces novia, la coreógrafa Twyla Tharp, llama a Frantz para que le dé noticias de Byrne, que no ha regresado de una gira por Japón con el resto del grupo; ella todavía ignora que la ha dejado por una japonesa. Sus logros artísticos rara vez son dignos de mención. No obstante, también es revelador saber que los cuatro miembros originales del grupo compartían gastos y beneficios a partes iguales. Por eso, cuando Byrne y Eno se empeñaron en dirigir por su cuenta el resultado final de Remain in light, la gran obra maestra del grupo, Frantz y Weymoutn sintieron que les estaban echando del estudio de cuyas facturas ellos estaban pagando un 50%.
Como en casi todos los libros de memorias escritos por músicos que no son escritores, en Amor crónico hay que comerse párrafos de descripciones y reflexiones sin las que el lector podría seguir viviendo, siempre con la esperanza de que lleguen recuerdos memorables. Aquí los hay. Desde el momento en que los vio actuar en el CBGB en 1975, Lou Reed se quedó prendado del grupo. Mantuvo una breve pero obsesiva relación con ellos -entonces todavía un trío- al que quería producir a todas costa -John Cale también estaría en la lista de aspirantes al trabajo que finalmente se quedó Eno-. Reed le dice a Byrne que no salga a tocar con prendas de manga corta porque tiene unos brazos muy peludos. “Veo que tenéis una chica en el grupo -les comenta-, me pregunto de dónde habréis sacado la idea”. Uno los factores que hizo a Velvet Underground una banda adelantada a su tiempo fue el hecho de que en 1966 tuvieran a una mujer, Moe Tucker, como batería. Y es precisamente el hecho de que, en 1975, la bajista de Talking Heads fuera una mujer lo que ofrece algunos de los pasajes más interesante del relato. Como cuando en la primera gira europea del grupo, teloneando a Ramones, Johnny Ramone se destapa como un retrógrado con el trato coque le da tanto a Weymouth como a su pareja. Cuando les proponen conocer a Phil Spector, es Tina quien manifiesta su absoluta falta de interés hacia el personaje. La cita tiene lugar igualmente y, como era de esperar, Spector la ignora y la destrata. Kim Fowley intenta persuadirla para que deje al grupo y se ponga en sus manos -fue el artífice de Runaways, una de las primeras bandas de rock femeninas- pero ella se lo quita de encima argumentando que ya tiene su propio grupo. Amor crónico también sirve para recordarnos la importancia de Weymouth en un campo en el que los hombres imponían sus reglas.
A veces olvidadizo (cuando hace el recuento de grupos de CBGB se deja algunos en el tintero, no está claro si por olvido o por venganza), a veces reiterativo (nos presenta a personajes que ya han sido presentados en capítulos anteriores), Frantz es mucho más efectivo cuando cuenta anécdotas que cuando nos explica los itinerarios turísticos que imponían sus giras. Gracias a Frantz sabemos que sus queridos amigos de los B-52’s se dejaron influenciar de mala manera por Byrne -que les produjo su tercer álbum- y que Andy Warhol les admiró, lo suficiente como para grabar una anuncio de radio diciéndole al público que, cuando fueran a comprar su disco, dijesen que iban de parte de Warhol; pero no lo suficiente como para que se liara y cada dos por tres les llamara Talking Horses. Grace Jones fue su entrenadora física durante una estancia en Jamaica. Patti Smith, que no siempre fue la mujer humilde y sabia que hoy conocemos, les echó en cara a él y a Weymouth que fuesen niños bien que habían podido estudiar en la Escuela de Diseño de Rhode Island. En cambio, Lenny Kaye fue encantador con ellos desde el primer momento. Y cuando fueron a ver a Funkadelic -algunos de sus componentes habían tocado en Remain in light- escucharon al público gritar Burn down the house! frase que se convertirá en estribillo de un futuro single.
Uno de los aspectos más destacables de Amor crónico es que al final, la pareja humillada y segregada por el déspota Byrne en el seno de su propio grupo, acaba consiguiendo un enorme éxito comercial con una aventura propia. Tom Tom Club triunfan con ‘Wordy rappinghood’ y, en cierto modo, Weymouth y Frantz ven como se le hace justicia a un talento que, en Talking Heads, siempre quedó ensombrecido por el talento de Byrne. Uno de los mejores momentos es cuando el autor recuerda sus objetivos artísticos cuando la banda se disponía a grabar su primer álbum: “Creíamos que la música debía transmitir un mensaje moderno sobre la importancia de tomar las riendas de nuestra vida y mandar al diablo esa idea de que las estrellas de rock son de alguna manera más importantes que el resto”. No se puede explicar mejor porque eso es algo que está muy presente en la obra de Talking Heads y que también les hizo únicos, diferentes y pioneros.