Pocas veces había pasado tanto tiempo seguido tan lejos de los míos, fuera de mi contexto y alejado de la realidad que me ha acompañado casi toda mi vida. Quizá tanta distancia, tanto contraste y mi nueva situación personal me ha llevado a sentir por primera vez eso que llaman “ataque de nostalgia”.
Pongámonos en situación. Siempre he pertenecido a ese grupo de gente privilegiada que puede elegir. Porque este mundo se divide entre los que podemos elegir y los que no pueden. Dicho esto. Yo me marché de “casa” porque quise. Nadie me obligó. Entendamos por “casa” todo aquello que nos rodea en nuestra vida acomodada, estable y segura.
Fue una decisión elegida y que siempre he podido abortar aunque no lo haya hecho. Desde esta perspectiva y con este panorama hoy hablaré de sentimientos y sensaciones que pueden ocurrir cuando estás lejos de casa aún con todas las facilidades que puedas tener. Porque yo me marché de “casa” con un colchón tremendo: una familia que me apoya y me espera, dinero en la visa para cualquier problema que pueda suceder, cobertura médica necesaria, una casa en perfectas condiciones y, sobre todo, amigos y familia en el nuevo destino que empiezas a vivir. Lo tenía todo.
Vivir lejos de la casa, aún siendo una decisión meditada, reflexionada y, sobre todo, elegida, no es fácil.
Aún con todo, hay momento menos dulces y momentos amargos en los que desearías despertar en tu cama de siempre, en tu habitación de siempre, en tu casa de siempre y con tu familia de siempre. Así que aunque estemos encantados con la vida lejos de “casa”, no es raro que haya un momento en que echas de menos tu hogar, tu gente, tu familia, tu comida, tu cultura y tus rutinas… todo dentro de la normalidad. Quienes viven lejos de sus “casas” entenderán esta sensación al minuto.
El caso es que estas semanas pasadas he tenido momentos menos dulces que me han llevado a “sufrir” la distancia de la que hablo, he sentido en mis propias carnes eso que se llama nostalgia, he pensado en volver y entonces he pensado rápidamente en toda esa gente que no puede elegir y que no tiene la posibilidad de coger un avión y volver a casa como podría haber hecho yo.
Quienes no eligen
Cuando sufro momentos difíciles, pienso en todas esas personas migrantes que salen de sus casas en busca de una vida mejor. Esas personas que acuden a destinos no por elección si no porque allí conocen algún amigo o familiar que les puede recibir y abrir las puertas nada más llegan. Esas personas que no pueden elegir y que han de salir de su hogar a la fuerza sin saber si van a volver algún día o no. Casi siempre llegan en condiciones extremas tanto física o económicamente. Y empiezan a vivir, mejor dicho, a sobrevivir. Aún con este panorama cuando llegan a sus destinos, se sienten muchas veces unos privilegiados.
Pienso en esas personas que no pueden elegir y muero de dolor. Porque estar lejos de casa duele, a veces más, a veces menos.
Estas personas también echan de menos sus casas aunque tengan en su nuevo destino mejores condiciones, porque allí es donde crecieron, allí es donde recuerdan su infancia, allí es donde reconocen absolutamente todo y allí es donde casi siempre se sienten seguros, allí se queda su familia que en ocasiones ni los trataron bien pero, con todo, sigue siendo su hogar.